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Nick: HELIOGOBALO

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 LISBOA II

 Escribe el relato: julio

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Lisboa en nuestro segundo día nos sorprende con una densa niebla, tan densa que por unos instantes parecemos personajes de una de las obras más famosa de Saramago. Al mirar a la calle desde la ventana de nuestra habitación no se ven las luces de los vehículos que circulan por la plaza, ni se vislumbran los perfiles de los edificios del otro lado de la misma, y nos es imposible observar a la gente que ya a esa hora tan temprana anda por las aceras, oculto todo por una capa de niebla donde se difuminan la luz de las farolas, los faros de los coches, los neones de los anuncios en una pálida luminosidad, Sólo sabemos de la vida que discurre seis plantas más abajo por el runrún incesante del tráfico que como banda sonora atravesaba la intangible pared.

Así que tras correr de nuevo el pesado cortinón volvemos a la cama para remolonear un rato más. Una hora después tras ducharnos y vestirnos bajamos tranquilamente a desayunar: Una manzana, un bolo de arroz, una tostada con un chorrito de aceite de oliva portugués y una taza de café. Charlamos sin prisa mientras esperamos a que la niebla se aclarase un poco y nos permita disfrutar del paseo al que habíamos decidido que sería nuestro principal objetivo del día. Tenemos intención de acercarnos a uno de los pocos monumentos reseñables que aún no habíamos conocido en nuestras anteriores visitas lisboetas, se trata de ir a conocer el “Acueducto de Aguas Libres” construido entre los siglos XVIII y XIX y que permitió llevar agua a gran parte de la capital que hasta entonces se abastecía por medio de aguadores. Mirando en el mapa, no parecía estar muy lejos de donde nos encontramos alojados, así que hemos decididos ir andando. Una vez que terminamos el desayuno nos levantamos de la mesa y nos acercamos al ventanal. Comprobamos aliviados, nos gusta pasear con niebla por un bosque o por las calles centenarias de algún pueblito, pero no por la ciudad, que la niebla se está levantando,

Al salir a la calle el frescor de la mañana nos reafirma en nuestras ganas de caminar. Así que desafiando los pequeños bancos de niebla que obstinadamente se aferran a árboles y farolas comenzamos a andar con buen ánimo por la ligeramente empinada Av. das Forças Armadas, Sin ningún criterio, decidimos seguir como si fuese nuestra guía los pasos de una señora lisboeta que paraguas en mano parece dirigirse a su trabajo Sí lo admito, no sabíamos si la señora es lisboeta, ni si tenía nuestro mismo destino, ni tampoco si se iba a detener unos pocos metros más adelante, pero como nosotros tampoco teníamos muy claro nuestro itinerario en ese momento, y ya que parecía ir en nuestra misma dirección nos pareció una decisión de lo más lógica. Ya se sabe en el país de los ciegos …

Pasamos por delante de algunos edificios de aspecto serio y funcionarial que están dispersos por un descuidado parque, un gran cartel nos hace saber que pertenecen, edificios y jardín, a la Universidad de Lisboa. Seguimos a nuestra buena mujer por lo que nos parece más de un kilómetro ligeramente cuesta arriba, en un momento dado casi estamos tentados de ponernos a su par y pararla para darle las gracias por descubrirnos unos pasos subterráneos, al final no ha sido mala idea seguirla, que nos permiten salvar el nudo de autopistas en que se está convirtiendo nuestro paseo, hasta llegar a la altura del zoo de Lisboa. Realmente estamos sorprendidos, no esperábamos encontrarnos aquí. El aire de la pequeña plaza en la que nos encontramos parados, sin saber muy bien para dónde ir, se llena con los gritos de los niños que esperan para entrar, que se mezclan con los de los monos, rugidos varios y el canto de algún ave que salen del interior del parque zoológico, sonidos que se complementan con las imágenes de diversos animales salvajes pintados en los pilares de la autopista elevada que cruza por encima de nosotros. Una vez allí y después de mirar una vez más el mapa en el móvil, nos despedimos mentalmente de nuestra guía improvisada, que se pierde calle arriba mientras nosotros giramos a la izquierda y continuamos nuestro camino.

Nos ponemos como meta que sí en los siguientes veinte minutos no hemos encontrado el acueducto, seamos sinceros un acueducto de casi 80 metros de altura y más de 200 metros de largo es difícil de perder, dejaríamos de buscarlo y dirigiremos nuestros pasos por otros caminos. Así que, tras vagabundear por calles de edificios alejados de todo glamour y llenas de personas que se dirigen a sus trabajos y donde sobre el rumor del trafico oímos por un instante el canto de unos canarios o quizás sean jilgueros, volver sobre nuestros pasos un par de veces, pasar por delante del estadio del Benfica, ver unas paradas del tren de cercanías y metro, pasar delante de un mercado, volver a perdernos, caminar por calle que creemos haber andado en el otro sentido,  llegamos a una zona de Lisboa en la que los edificios se retiran y la ciudad se abre a una serie de pequeñas colinas ajardinadas que forman parte de lo que después sabríamos es el parque de Amnistía Internacional. Por fin tras cruzar una pequeña pradera de césped y subir a una de las pequeñas colinas estamos frente a nuestro anhelado destino. Eso sí, al decir que estábamos al frente queremos decir exactamente eso. El acueducto se encontraba al otro lado de un pequeño valle cruzado por varias líneas del ferrocarril protegidas por varias vallas y un par de autopistas de múltiples carriles que hacían imposible el llegar andando desde donde nos encontrábamos además y por si fuera poco el acueducto parecía encontrase en una cota algo más elevada de donde nos encontrábamos.

Visto lo visto, y tras comprobar nuevamente en el mapa que seguíamos lejos y que para llegar al acueducto teníamos que dar una señora vuelta, que era cuesta arriba  y porque no decirlo que  empezábamos a estar cansados, y que además que tras despejarse definitivamente la niebla, luce un sol espléndido que calienta agradablemente y solo un viento algo fresco y molesto impide que sea un día perfecto, decidimos cambiar nuestros planes y en lugar de ir hasta el acueducto, que mintiéndonos a nosotros mismos consideramos que ya hemos visto, seguir con nuestro paseo por el parque en el que nos encontramos.

Es un parque bonito, bien cuidado, con pequeños setos formados por adelfas y parterres de plantas aromáticas y que quizás por las horas que son, aún es temprano, no parece ser muy utilizado, únicamente nos cruzamos con un par de mujeres paseando sus perros. El parque tiene unos pequeños carteles donde se indican los distintos recorridos que se pueden realizar y la distancia que se anda en cada uno de ellos. Con nuevas fuerzas y pese a que nuestras piernas empiezan a ir contra nuestros deseos, elegimos uno de los senderos y nos disponemos a disfrutar del paseo. No tenemos prisa y andamos despacio, fijándonos en los pinos que componen casi en su totalidad el arbolado del parque. En un lateral hay un colegio infantil y los gritos de los críos son lo único que rompe el silencio de esta bonita y fresca mañana lisboeta. El sendero serpentea entre unas pequeñas dunas cubiertas de césped y desemboca en un precioso puente de madera que permite salvar la autopista, hasta ese momento invisible, que discurre por debajo. Cruzamos para encontrarnos con un par de dunas más y también a nuestra derecha con la mezquita mayor de Lisboa, algo más adelante nos llama la atención un pequeño palacio adornado con una preciosa torre y que resulta ser el rectorado de la facultad de derecho de la “Universidade Nova de Lisboa”. Esto empieza a parecerse al día del estudiante. Así que saliendo del parque nos adentramos en el campus de la universidad. Disfrutamos mirando alguno de los grafitis que adornaban escaleras y muros.

Poco después dejamos atrás las aulas de la universidad para acabar en medio de los sobrios y feos edificios que como no podía ser de otra manera, forman los juzgados centrales de lo civil y lo penal de Lisboa y un poco más adelante, otra sorpresa, o quizás no tanto, siendo sinceros no podía ser de otra forma, nos topamos con los imponentes y estos sí feos de verdad muros de la prisión central de Lisboa. Nos alejamos un poco y encaramándonos a un pequeño montículo vemos el edificio en su totalidad. Es una cárcel idéntica a la antigua prisión de Carabanchel o la modelo de Barcelona. Un edificio central construido en ladrillo de forma circular, del que salen de forma radial los brazos, también de ladrillo donde se ven las pequeñas ventanas con barrotes de las celdas, rodeado todo ello por un alto muro de cemento terminado en alambre de espino y con garitas de vigilancia colocadas cada poco metro. Desde dentro del penal, nos llegan los gritos y las voces de los reclusos, también sus risas, sí en las cárceles también se ríe, a los que nunca vimos. Llegamos a la conclusión que a esa hora deben estar en el patio. Nos miramos y nos echamos a reír. Entre risas nos decimos que a veces el caminar sin rumbo tiene estas cosas y que cuantos turistas, sin tener necesidad o ir obligados, acaban conociendo los juzgados y la cárcel de Lisboa.

Dejamos el presidio a nuestras espaldas y al poco el césped, los parterres de flores, caminos de grava y setos nos indican que estamos de nuevo en un parque, no tengo claro si el mismo que abandonamos hace ya un buen rato o uno nuevo.  Estamos en una parte elevada y el verde se extiende interminable hacia abajo y la imagen que se nos muestra es fantástica, Alfama y el Castelo de San Jorge se muestran orgullosos frente a nosotros, el resto de la ciudad se extiende a nuestros pies. Comenzamos a descender por un sendero y es ahí, vale no estamos muy perspicaces, cuando nos damos cuenta de que estamos en la parte superior del parque de Eduardo VIII andamos por uno de los laterales del parque, viendo quioscos y zonas se juego hasta llegar a la plaza del Marqués de Pombal.  Decididos en este viaje a no coger la Avenida Liberdade, nos hemos hecho el propósito de ver si es posible estar en Lisboa y no recorrer esta calle, y pese a que nuestros pies empiezan a pedir clemencia a seguir callejeando, durante unos minutos estamos indecisos de hacia dónde ir. Por fin dando la espalda al barrio de Alfama elegimos nuestro nuevo destino Barrios Altos.

Es en ese momento cuando nuestros pies dicen basta y hacemos una parada para tomar una cerveza, descansar un rato y reponer fuerzas. Sentados y mientras nos distraemos mirando como preparan las mesas para la cercana comida, disfrutamos de nuestras Superbock, bebiéndolas a pequeños tragos y sintiendo como poco a poco, nuestros pies y piernas regresan del reino del dolor. Unos veinte minutos después, reconfortados y frescos comenzamos una subida por otra de las interminables cuestas lisboetas para acabar en un barrio bastante elegante, donde las casas antiguas, con sus abuelas en los balcones y ropa tendida, están siendo derribadas, manteniendo solo las fachadas de azulejos, para construir modernos edificios de apartamentos de lujo con piscinas y jardines en los tejados. La verdad es que el efecto cerveza dura lo que dura y la cuesta, más empinada de lo que parcia en un principio, los kilómetros andados desde la mañana y la hora ya tardía, hacen mella en nuestro espíritu caminante, y en cuanto tenemos la oportunidad, abandonamos la calle por la que estamos ascendiendo para coger la primera calle a la izquierda que no es de subida y comenzar a buscar algún sitio donde comer.

Los árabes lo llaman baraka, los hindúes karma, nosotros intuición lo cierto es que, a los pocos metros, vemos un restaurante llamado “Banca de Pau” con un cartel en la fachada donde anuncian que están especializados en comida de la región de tras-os-montes (zona que es fronteriza con la provincia española de Zamora). No tenemos ni idea del tipo de comida, pero el sitio desde fuera nos parece simpático y como se dice ahora coqueto y porque no decirlo, tampoco es que hayamos visto otro restaurante cerca. Sin dudarlo, nuestra hambre también reclama atención, traspasamos la entrada. Lo primero que nos llama la atención es que además de restaurante, es un local donde venden variedad de productos desde tomates, hasta vinos pasando por embutidos y quesos de la zona tras-on-montina, y además no solo se conforman con alimentar el cuerpo, sino que también hay una pequeña librería, tres baldas, con libros sobre la región. Un tres en un uno de libro, nunca mejor dicho. Dejando las pequeñas mochilas, que siempre nos acompañan en los paseos, en un rincón nos sentamos en una de las tres únicas mesas que tiene el local, justo al lado del gran ventanal que nos permite observar la calle y debajo de una vistosa colección de máscaras de diablos y demonios carnavalescos que cuelgan del techo.  No hemos terminado de comentar las máscaras cuando aparece un joven que resulta ser el dueño del local. Le pedimos unas cervezas y la carta.

El joven se acerca con las dos cervezas y tras pedirnos permiso, se sienta con nosotros en la mesa. Para picar con las cervezas el hombre nos ofrece unos tomates aliñados y una degustación de diversos aceites de oliva que adereza el mismo, con hierbas y especias. Mientras bebemos y degustamos los aceites nos comenta las posibilidades de la carta. Nos dejamos aconsejar por el dueño/camarero/alquimista/chico para todo y como platos principales elegimos  un plato de “Alheira desfeita” que es lingüiza, esa especie de  chistorra portuguesa, desmenuzada  y aderezada con queso y verduras que se gratina en el horno y que realmente nos pareció espectacular y otro llamado “Milhos de tomate” que resultó ser un pastel de maíz  y tomate con almendras tostadas por encima y el mejor elogio que puedo hacer es que se debe probar, estaba exquisito además de tener un sabor distinto de lo que nos tenía acostumbrado la comida portuguesa. Lo acompañamos todo con una botella de vino de la zona y que estaba más que aceptable y todo aderezado con una agradable charla con el joven. De postre compartimos un falso Cheesecake, ya que pese a su nombre en su composición no lleva queso. Antes de irnos, nos acercamos al mostrador para comprar algún queso para traer de vuelta a España, y en este momento, cual hobbies camino de Mordor, empezó nuestra segunda comida. El joven ahora avezado vendedor, se empeñó no solo en mostrarnos toda la variedad de quesos que tenía, y no eran solo tres o cuatro, sino en que los probásemos todos para poder elegir con criterio.

Antes de despedirnos definitivamente y con toda una cata de quesos portugueses en nuestros estómagos, el hombre convertido por un instante en guía turístico, nos comenta un par de opciones más para pasar la tarde en Lisboa: realizar una vista al museo de coches antiguos y si no, visitar el nuevo museo de arte moderno de la ciudad recientemente inaugurado y que por lo tanto aún está promocionándose y como resultado de ello la entrada seguía siendo gratis.       

Después de darle las gracias y tras salir del local, y con el peso añadido de dos pequeños quesos en la mochila proseguimos nuestro camino, ahora ya totalmente descansados y eso sí, sin intención de visitar ningún museo, llegamos muy poco después al corazón de Barrios Altos. Pasamos por delante del jardín botánico de Lisboa, curioseamos por alguna de las elegantes tiendas de la zona y nos detenemos a admirar el precioso jardín “do Principe Real”, que al igual que casi todos los parques y parquecillos portugueses tiene un pequeño quiosco circular hecho en madera  donde tomarse un café o un té o una cerveza, o mejor aún  disfrutar del refrigerio sentados en una de las mesas metálicas que con sus sillas también metálicas están situadas bajos los inmensos magnolios que crecen por todo el parque. Damos una vuelta por el parque disfrutando de sus árboles y sobre todo de su agradable sombra, la verdad es que entre que el día es caluroso y la digestión hace rato que estoy sudando.

Casi no hemos abandonado el parque cuando nos cruzamos con otra de las sorpresas del día. El lugar se llama “La Cebicheria”, al principio nos miramos un poco extrañados, pero tras ver el menú confirmamos que efectivamente es un restaurante peruano. Pese a que no hace más de una hora que hemos comido, entramos en el local con la intención de tomarnos un pisco sour o un refrescante chilcano. Bajo nuestra experiencia no hay nada mejor manera de hacer la digestión que pasar la tarde relajadamente delante de un buen combinado de pisco. Pero como se suele decir nuestro gozo en un pozo, la camarera con la mejor de sus sonrisas nos indica que, pese a tener la mitad de las mesas vacías, si queremos solamente un combinado deberemos tomarlo fuera, de pie en la ventana. Amablemente le decimos a la camarera que volveremos más tarde. Confío en que no sigan esperándonos.

Paramos brevemente en el mirador del San Pedro de Alcántara y después de disfrutar una vez más de la bella visión de Lisboa que se nos ofrece en este punto, aunque siendo sinceros que mirador de esta ciudad decepciona en sus vistas, seguimos descendemos tranquilamente hacia la preciosa plaza, o por lo menos a mí me lo parece,  de Luis de Camoens, que como siempre es un follón de tranvías, que hacen sonar sus campañillas para avisar de su paso,  de turistas consultando mapas, de castañeras vendiendo castañas blancas asadas y de personas sentadas en los bancos de piedra que hay en la plaza o tomando algo en el quiosco que hay en el centro de la misma. Desde aquí y retomando un poco el plan original nuestro destino es una librería, pero no es una librera cualquiera, estando en Lisboa eso no es posible, es la que tiene una característica que la hace única.

Me parece curiosa la peculiar relación que tiene Portugal con las librerías, por un lado, acoge en Oporto la librería que está catalogada y para mi gusto así es, como la más bella del mundo, la librería Lello y por otro tienen a pocos pasos de donde estamos la considerada como librería más antigua del mundo. Estamos refiriéndonos a la librería Bertrand en la calle Garret, y según reza una placa colocada en un lateral de la entrada llevan vendiendo libros en este mismo lugar desde el año 1732 hace ya la friolera de 285 años. Al entrar en el establecimiento y cerrarse la puerta tras de ti y sin duda ayudado por los gruesos muros que nos separan de la calle se forma un clima de relax y calma que contrasta fuertemente con el jaleo del exterior y que invita a curiosear y disfrutar de los libros. Sin prisas caminamos entre las enormes y altas estanterías de madera repletas de novedades literarias, cruzamos las arcadas de ladrillo visto que dan paso a distintas salas de techo abovedado y dedicada cada una de ellas a diversos temas: viajes, infantil, literatura portuguesa, historia, ciencia... Dedicamos un buen rato a curiosear sin prisa, yendo de una sala a otra, mirando, tocando, ojeando buscando cada uno un libro. Adri elige un libro sobre la famosa reina Nzinga de Angola, yo sin poder evitarlo elijo, aunque realmente creo que es el libro el que me elige a mí, una cuidada y bonita edición del Banquero anarquista de Pessoa. A modo de regalo cada uno paga el libro del otro. Sinceramente salgo ganado con el regalo

Al salir vagabundeamos un poco por los alrededores, nos paramos a escuchar unos músicos callejeros que están frente de la mítica cafetería “A Brasileira”, entramos a curiosear en la no menos conocida “Casa Pereira”, la perdición de todos aquellos que amamos el café, los chocolates y la ginjinha ese licor hecho a base de aguardientes y cerezas tan típico de Lisboa. Hace rato que ha anochecido y el cansancio de nuevo se hace presente así que, acortando por callejas vamos descendiendo hacia la no muy lejana estación de “Cais do Sodré” para coger el metro y dirigirnos a nuestro hotel. La noche termina en nuestra habitación recién duchados, pero con los pies todavía doloridos sentados en la mesita de nuestro cuarto, comentando la jornada delante de una botella de vino del Alentejo, comprado de pasada en un super y uno de los pequeños quesos trasosmontinos que no llegará a Madrid.


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