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Nick: HELIOGOBALO

Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.

 NEW YORK, NEW YORK (II)

 Escribe el relato: julio

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Nos introducimos en la parada de metro más cercana a nuestro hotel. Queremos ir a Brooklyn, al otro lado del famoso puente a ver a una amiga de Adri que vive allí. Es la primera vez que lo hacemos, coger el metro, y nos da un poco de respeto, quién no ha oído historias de personas que han cogido el metro de Nueva York y han acabado en dios sabes dónde. Sabemos que tenemos que coger la línea ‘A’ que nos llevara directo a nuestro destino. Esperamos en el andén la llegada de nuestro tren, por delante nuestro pasan trenes exprés que solo paran en determinadas estaciones, trenes de otras líneas o con horarios y frecuencias extrañas, por ejemplo, solo funcionan de 8 a 11 o solo circulan los martes y los jueves. Por fin llega muestro metro y nos subimos a nuestro coche, recordar que en el metro al igual que en los trenes, las personas van en coche y los paquetes y animales van en vagones. Es metálico y pese al imaginario o quizás a la idea, equivocada a todas luces, que me había hecho yo, ni está lleno de pintadas, ni chirria en demasía, ni está demasiado sucio. Al cabo de unos 45 minutos llegamos a nuestro destino. Confieso que no tengo ni idea de donde estoy, al salir a la calle parece que nos hemos trasladado a otro país, no solo todos los carteles y todos los anuncios de los comercios están escritos en cirílico puede que sea ruso, búlgaro o similar, sino que la gente y las casas parecen de otra ciudad. Llegamos a la casa de nuestra amiga, Besos, abrazos y saludos. Después de un rato de charla y un café nos confirma que efectivamente el barrio tiene mucha emigración de los países del este. Un par de horas después nos despedimos y volvemos al centro de Manhattan, donde tenemos el hotel. Decidimos no hacer el trayecto de vuelta  igual que a la venida y nos bajamos en una parada anterior al icónico puente de Brooklyn y lo cruzamos andando. Un saxofonista toca una melodía, con lo rascacielos al fondo. Le escuchamos un rato y al terminar la interpretación ponemos unas monedas en su bolsa. La verdad es que solo Frank Sinatra cantando New York ahí mismo podría componer una estampa más neoyorquina que esta.

Al terminar de cruzar el puente bajamos hasta el rio y caminamos por la orilla. Lo surcan barcos turísticos, ferris y algunos yates. Pasamos delante de un gigantesco portaviones. No sabemos si es un barco museo o un barco en activo que esta anclado de visita en la ciudad. Me da igual miro la escalerilla que une el barco con el muelle esperando ver a Gene Kelly y Frank Sinatra cantando y bailando, disfrutando de su día en Nueva York.

Según informa un panel en la terminal de ferris con destino a State Island estamos en alerta naranja de riesgo terrorista, no tengo muy claro si eso es mucho o poco, pero la gente a nuestro alrededor sigue con su vida, indiferente al aviso. Esperamos asomados a un ventanal, al lado de las puertas que dan acceso al atracadero, mientras vemos como el barco se acerca despacio hasta el muelle. Tras un par de maniobras y por medio de unas grandes maromas que se sujetan a unos grandes norayes de madera atraca cerca de nosotros. Después y tras un profundo toque de sirena se abren las grandes puertas y del interior del barco salen despacio decenas de vehículos y presurosas, cientos de personas. No ha terminado de vaciarse el barco cuando los empleados abren las puertas de nuestro lado del terminal y accedemos al mismo. Subimos a la cubierta más alta y nos sentamos en los bancos al aire libre. Hace un día precioso, las gaviotas revolotean recortándose contra el cielo azul. Con un par de bramidos de motor y un toque de sirena el barco anuncia su partida. Hemos elegido este ferri porque es el que ofrece las mejores vistas de la estatua de la libertad y de la isla de Ellis, sin tener que coger alguno de los caros ferris turísticos. Efectivamente el viaje no defrauda, pasamos a los mismos pies de Miss Liberty, también tenemos una nítida visión de los barracones donde se hacinaban los emigrantes recién llegados a EEUU esperando que les diesen permiso para entrar en su nuevo país y cumplir su sueño. Te llamaras Vito Corleone dice el policía irlandés mientras anota el nombre en un papel que cuelga al cuello del pequeño y poco parlanchín niño italiano.

Nos hemos sentado en un coqueto restaurante del barrio italiano. Mantel a cuadros rojos y blancos, flores rojas en una jarrita en medio de la mesa, ventanas con visillos calados que nos permiten ver la calle, tranquila y llena de edificios cuyas fachadas están cruzadas por escaleras de incendios y banderolas italianas. Pedimos una botella de Chianti y unos espaguetis, lo acompañamos de pan de ajo y unas berenjenas. La verdad es que el llamado Litte Italy me defrauda un poco. Vale confieso que peliculero como soy, esperaba ver un barrio de mammas inmensas asomadas a la ventana llamando a sus hijos y de hombres misteriosos, envueltos en largos abrigos que ocultan un bulto sospechoso y con un sombrero calado hasta los ojos, parados en las esquinas mientras fuman y controlan la calle. Nada, niente, casi no se ve a gente por la calle y además el barrio salvo unos cuantos restaurantes y par de charcuterías donde venden esos salamis gigantes, ha sido totalmente invadido y devorado por el vecino y vibrante barrio chino. Después de comer paseamos tranquilamente entre restaurantes chinos en cuyas vitrinas vemos decenas de patos desplumados colgados de un gancho esperando para ser consumidos. A través de las ventanas, vemos como los cocineros se afanan incansables entre ollas, sartenes y woks. Vemos también un sin número de joyerías y comercios de electrónica. A diferencia de su vecino barrio las calles del barrio chino están llenas de gente y un tráfico incesante.

Nuestro hotel está situado justo enfrente del Madison Square Garden. Y cada vez que salimos del mismo vemos los anuncios luminosos tentándonos con el evento que se celebrará esa noche. También, es el lugar donde juegan los Knicks y esta noche hay partido, me acerco a las taquillas situadas frente a un luminoso donde se recorta la figura más mítica del baloncesto, “el mejor que ha habido nunca. El mejor que jamás habrá” y miro los precios. Una entrada en lo más alto del gallinero con visión limitada cuesta unos 80 $. De ahí los precios escalan más allá de nuestras posibilidades. De más está decir que nos quedamos sin ver el partido de baloncesto. Pero paseando por la Quinta Avenida, nos damos de bruces con la tienda de la NBA, entramos. Les he prometido a los chicos del equipo llevarles alguna cosa. Miro las camisetas de los jugadores más legendarios. Las de Jordan, Magic, Kareen, Lebron están por encima de los 500 $, la de Gasol no baja de 200. Las camisetas a las que por precio tengo acceso, no me interesan, ¿Alguien conoce a algún fan de los Wizars o de los Pelicans?. Por lo demás hay de todo: calcetines, calzoncillos, pantalones, camisetas, cuberterías, juguetes. Todos con el nombre o el escudo de cualquiera de los equipos. No sé qué comprar. Lo pienso detenidamente. Joer son un regalo para mi cuñado y mis colegas que sólo jugamos la pachanga todos los sábados desde hace más de 20 años, pero últimamente cada vez nos cuesta más reunirnos, así que por fin me decido. Compro ocho vasitos de chupito con el logo de alguno de los equipos más famosos de la NBA, intentando recordar que equipo le gusta a cada uno. En total me gasto en el regalazo un total de 40 dólares. Creo que cumplo. A la vuelta serán convenientemente bautizados y usados.

Estamos en la zona cero, las obras del nuevo rascacielos que sustituirá a las malogradas torres gemelas avanzan con celeridad, miramos a través de las vallas que rodean y cierran toda la obra. Excavadoras, hormigoneras, camiones y un sinfín de otras máquinas junto con una nube de obreros trabajan sin descanso en medio de un ruido infernal, de máquinas excavando, cortando, picando, martillando. Nos acercamos al pequeño museo que recuerda a las víctimas del atentado y que está justo pegado a las obras, a la vuelta de una esquina. Nos cobran cinco dólares por entrar a unos pequeños barracones. Nada más entrar nos sentimos timados. Parece que es el viaje de timen a los turistas. No es un museo propiamente dicho, sino solo unas pocas fotos colocadas de cualquier manera de los edificios ardiendo y desmoronándose y algunos retratos de gente con el rostro cubierto de cenizas. Aun siendo un timo salimos con el alma un poco sobrecogida.

Hemos llegado, andando como no,  el verdadero lugar donde se rigen los destinos del mundo y como todos los lugares con poder real, es algo anodino e intenta pasar desapercibido. Estamos por supuesto frente a la bolsa de New York.  Wall Street, ¿quién no ha oído hablar de esta calle desde donde se rigen los destinos financieros del mundo? La verdad es que uno, ósea yo, esperaba no sé por qué una vía majestuosa, ancha, con los dólares cayendo desde las ventanas, pero la verdad es que la calle es más bien pequeña y bastante insulsa con el frontal del edificio de la bolsa cubierto con una inmensa bandera de las barras y estrellas.  Gente presurosa la recorre sin parar. Un hombre con una pancarta y un muñeco gigante que representa a una rata protesta contra los usos y abusos de una compañía. Son las doce de la mañana y empiezan a aparecer camiones y furgonetas que ofrecen comida. Hay varias especialidades; tacos mexicanos, hamburguesas, comida oriental, ensaladas. Poco después al reclamo de un silbato silenciosos, de los edificios de la bolsa y de los que le rodean salen presurosos centenares de hombres y mujeres, todos trajeados y que hambrientos como lobos se dirigen a comprar su almuerzo. Vemos como tras comprar su comida y sin pausa se dirigen de nuevo al interior de esos Moloc del s,xxi que son los bloques de oficina. En media hora ha terminado todo y las camionetas, desaparecen, dejándonos únicamente en compañía de la rata gigante. Pero lo más significativo de la zona está un poco más allá, en una pequeña plazuela, donde se halla el símbolo de Wall Street. Sí, yo también hubiese pensado que sería una escultura que recodase el símbolo del dólar o quizás la figura de un tiburón, pero no, la realidad es que es la figura de un toro. Un toro gigantesco, de fuertes músculos, cornamenta desafiante y con sus testículos bruñidos. La tradición dice que acariciar las criadillas del animal da suerte y ayuda a hacerse millonario. Bueno pensamos, mal no nos va a hacer, así que nos acercamos a la escultura y acariciamos al animal en sus partes. Hasta ahora seguimos esperando la ayuda del bóvido en cuestión.

Lo reconozco hemos “cogido” algo de comida del buffet del desayuno, nada serio; unos panecillos, un par de piezas de fruta. un poco de embutido y lo hemos guardado en la mochila. Hemos decidido pasar todo el día en Central park.  Entramos por una puerta donde hay multitud de carruajes con sus caballos llenos de arreos y jaeces, muy sevillanos ellos, esperando ser contratados. El parque es grande, muy grande y nos perdemos vagabundeando por sus avenidas, calles y senderos. Caminamos despacio, disfrutando de su verdor. Vemos zonas deportivas y bosquecillos que parecen realmente salvajes, como si llevasen ahí desde que los holandeses timaron a los nativos. Como en cualquier parque vemos a parejas tumbadas en el césped, grupos de amigos riendo, jubilados y no tanto haciendo gimnasia. Nos adelantan grupos de corredores y policía montada a caballo. Nos acercamos al gran lago central, nos sentamos en un banco durante un rato, mientras observamos el reflejo de las nubes y de los edificios que rodean al parque en el agua y nos entretenemos viendo a niños y no tan niños jugar con sus barcos de vela teledirigidos. Después de un rato nos dirigimos hacia el edificio “Dakota”, aún no sabemos si es por morbo para ver el lugar donde mataron a John Lennon o por curiosidad para ver donde nació el bebe de Rosemary. En la puerta hay un portero con sombrero y librea que respetuosamente abre para un hombre que baja de una limusina. Nos hacemos unas fotos delante del edificio. Cruzamos  la calle y entramos de nuevo al parque para dirigirnos al cercano Strawberry Fields, ese parque dentro del parque donde se homenajea al asesinado Beatles, nos paramos delante del icónico mosaico de “Imagine”. El lugar está lleno de gente, algunas personas cantan las estrofas más reconocibles de la canción, y flores. Miles de flores. Hay ramos de flores de todos los tamaños, pequeños tiestos y flores de todos los colores sueltas por todos lados. Después de un paseo por los alrededores, nos alejamos despacio. Oímos los cascabeles de unos caballos, nos adelanta con paso alegre un carruaje, en el coche va una pareja de recién casados. Encontramos un lugar bonito en una pequeña colina, compramos un par de botellas de agua y disfrutamos de la comida que “robamos” del desayuno. Cuando queremos levantarnos nos damos cuenta de que estamos cansados, muy cansados y nos cuesta levantar el culo del césped. Caemos en la cuenta de que hemos estado paseando durante todo el día, decidimos volver al hotel y darnos una ducha para recuperarnos y salir a cenar algo.

 

 

Como no puede ser de otra forma visitamos el Rockeller Center, en su patio ya está instalado su gigantesco árbol y están empezando a adornarlo para las vecinas navidades. La pista de hielo ya está en funcionamiento y vemos a decenas de personas patinando. También nos dirigimos al edificio de la ONU, impresiona ver todas las banderas de los países, ondeando delante del mismo. Me gusta la escultura que hay a la entrada y que representa una pistola con el cañón anudado lo que la hace inservible. Un claro alegato a la función de la organización. Hacemos la visita guiada, la verdad es que me decepciona la sala del consejo general, por la tele parece mucho más grande, no parece que cupiesen todos los países. Paseamos por el graderío y vemos los asientos donde se sientan las delegaciones y delante de ellos la chapa con el nombre del país. La visita termina en la tienda. No compramos nada.

 

Se nos acaba el tiempo de estancia. Es nuestra última noche y como casi todas las noches hemos ido al bar a oír música y tomar cerveza. Nos tómanos la última y nos despedimos del camarero y de la ciudad.  En unas horas será de nuevo el momento de coger un tren que nos llevará a Washington D.C. nuestro siguiente destino.


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