Viajero desde
11/3/2020
Nick: HELIOGOBALO |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: julio
Quedémonos de momento con que su nombre era Zumbi dos Palmares, a él volveremos más adelante
Como si estuviese cansado, el autobús avanza despacio, sin ganas por las polvorientas calles de Trindade, o a lo mejor soy yo el que inconscientemente proyecto sobre el autobús mis pocas ganas de marchar. Miro por la ventanilla despidiéndome mentalmente de la que ha sido nuestra última parada, antes de volver a Rio. No sé quién de la familia nos recomendó una visita a este pequeño pueblo, por no decir minúsculo, situado a orillas del atlántico en medio de una reserva natural y en tierras pertenecientes a la comunidad Guarani-Kiowa. Es un pueblo de casitas dispersas, sin un centro claro en el que hay un par de tiendas de artesanía ambas para turistas, una vende cerámica hecha en alabastro y otra ropa alegre y colorida, y un colmado donde se vende de todo. De calles que son una mezcla de tierra apisonada, arena de playa y hojas de eucaliptos y sicomoros y `por las que todo el mundo anda descalzo y que aún conserva el viejo aroma de los pueblos de pescadores. Nos hemos alojado en un pequeño hotel al lado de la playa que regenta un argentino de nombre Lucas. Trindade es conocido además o debería escribir únicamente, por sus dos inmensas playas de arena fina inmaculadamente blanca y casi en estado salvaje apenas urbanizadas y por las grandes piscinas naturales que se forman con el agua que queda atrapada en pozas rodeadas de rocas con la bajamar, que hace que te puedas bañar y nadar entre centenares de peces payaso y otros peces tropicales.
La verdad es que tras el ajetreo de Rio, los nervios de Belo Horizonte y el glamour de Paraty es un lugar perfecto para tumbarse en la playa, tomar el sol, jugar con las olas y disfrutar de un buen plato de pescado o marisco en alguna mesa del par de restaurantes que hay en la playa o sentados en el solitario chiringuito más o menos legal que hay camino de las piscinas naturales sin tener más pensamiento en la mente de a qué hora es la siguiente bajamar para volver a nadar con Nemo, mientras ves como preparan el pescado en un fuego delante de tuyo.
Pero como digo el autobús poco a poco deja atrás las ultimas casitas y avanzamos por una estrecha y empinada carretera hasta incorporamos a la autovía que lleva a Rio de Janeiro. La carretera se amolda a la montaña como el cinturón a tu cintura con curvas que te llevan a circular por el medio de un denso bosque y a continuación su contracurva que hace que el autobús ahora circule por lo alto de un acantilado desde el que se divisa el océano, y a donde llega el sonido del mar al romper metros más abajo, con su horizonte infinito. Además, en ese juego entre la montaña y el mar, se une el que no dejas de entrar y salir entre los estados de Sao Paulo y Rio de Janeiro. Pocos kilómetros después esta especie de juego del escondite acaba y la carretera termina por tranquilizarse y avanza con la montaña a un lado y el mar al otro. Trescientos kilómetros más allá, nos espera la gran ciudad y el final de nuestro viaje.
Como digo, la autopista circula encajonada entre la selva y el océano, y el viaje se vuelve aburrido y monótono, de vez en cuando cruzamos por delante de pequeños pueblos y algunos otros lugares semiescondidos en la selva y en los que se vislumbran entre el follaje unas pequeñas murallas y unas casas. Aunque algunas parecen en ruinas y destartalados, no lo están, tienen un significado especial ya que son patrimonio nacional de Brasil. Son los restos de los Quilombos. Pero sos un pelotudo, ¿vos sabés lo que es un quilombo?, me dice ese pequeño Lucas que todos llevamos dentro. Efectivamente todos hemos visto las suficientes películas de Darin, de cualquiera de los dos, para saber que un quilombo es una situación confusa y desordenada donde intervienen multitud de personas y que suele acabar en altercado o alboroto. Sí es cierto pibe tenés razón, le contesto a mi argentino interior, pero es que la palabra también tiene otro significado que es creo yo, sin ningún estudio lingüístico que me avale, de donde sale el sentido que le dan en el cono sur. Que me dirías si te dijese que originariamente la palabra Quilombo proviene del KImbundu, la lengua original más hablada de Angola, y la segunda después del portugués. Y significa lugar de reunión de hombres jóvenes donde preparan su iniciación para ser guerreros. ¿Cómo se te quedó el cuerpo? Pelotudo
Y es lógico que así sea ya que desde Angola partió la mayor cantidad de esclavos rumbo a América en barcos que se llamaban “tumbeiros” en portugués o ataúdes en castellano por la gran cantidad de fallecimientos que se producían a bordo, producto de las malas condiciones, insalubridad, falta de alimentos y como no, por las pocas ganas de vivir de las personas esclavizadas. El más grande de estos Quilombos, se llamó Quilombo dos Palmares por encontrase situado en las cercanías de ese municipio que se encontraba y se encuentra situado entre lo que hoy son los estados de Pernambuco y Alagoas al norte de Brasil. En sus tierras y comunidades llegaron a habitar más de 20000 personas entre esclavos huidos, liberados y sus descendientes. Para que nos hagamos una idea de su verdadera importancia, el área que ocupaba era similar al tamaño del actual Portugal. Estos Quilombos dispersos por todo Brasil mantuvieron una lucha constante por su supervivencia contra las tropas regulares y los mercenarios que les enviaban los gobernadores portugueses y holandeses durante el tiempo en que estos se hicieron con el control de la zona.
Y es aquí en ese Quilombo y a mediados del siglo XVII, en el que surge de nuevo el protagonista de nuestra historia cuyo nombre mencionamos al principio y que se convirtió en el líder más importante que haya existido en toda la historia de los quilombos. Nació Zumbi libre, pero a los seis años fue capturado, llevado a una hacienda y esclavizado y siguió siendo esclavo durante los siguientes 10 años. Nada más cumplir los 16 años escapó junto con otro amigo, y se dirigió al Quilombo dos Palmares donde en muy poco tiempo y debido a su destreza y astucia, ganó fama de estratega y gran guerrero. Era Zumbi, sobrino y heredero de Ganga Zumba, el principal líder del Quilombo dos Palmares y durante más de sesenta años ambos condujeron con éxito la lucha contra los imperios blancos coloniales y esclavistas, llegando incluso a comerciar con ciudades y enclaves coloniales. Tras la aceptación de la paz por parte de su tío y posterior muerte a traición de este, Zumbi se convirtió en el líder único y continuo la lucha pese a las reiteradas promesas de paz que le ofrecían los gobernantes portugueses, sabedor que una vez que firmasen la paz, serian presa fácil de nuevo de los esclavistas que no podían ni querían permitir que los ejemplos de esos hombres y mujeres se extendiesen por toda América, pero como ha ocurrido en otras muchas ocasiones al final Zumbi fue traicionado por uno de sus hombres de confianza y murió en una emboscada. Posteriormente los portugueses le decapitaron y su cabeza fue paseada por pueblos y aldeas para desmontar el mito que se había creado de su inmortalidad. Hoy Zumbi es un héroe no solo para la comunidad afroamericana y el día de su muerte ha sido elegido como fecha de la conciencia afro en Brasil.[1]
Durante unos kilómetros me quedo pensativo y me doy cuenta que he cerrado un circulo. Un circulo que no desmerece a ninguno de la Divina Comedia y del que no era consciente hasta este momento que estaba inconcluso. He estado en Angola en el lugar desde donde embarcaban a esos desgraciados en los barcos camino de América. He estado también en una hacienda esclavista, donde los esclavos eran recibidos a su llegada al nuevo continente y encadenados para que no pudiesen escapar y ahora conozco el lugar donde esos hombres y mujeres huían y volvían a ser libres y personas plenas. Libres-cadenas-tumbeiros-cadenas-libres podría ser la secuencia.
No habrán pasado un par de horas desde nuestra partida de Trindade cuando el autobús para en un bar de carretera. Es una parada larga, lo que nos permite ir al baño, estirar las piernas y comer algo. Nada que ver con la parada que hicimos camino de Pompeu. Es un sitio funcional y frio. Ni rastro de césped, palmeras o pavos reales. Sólo una gran explanada de asfalto con coches aparcados bajo techos que mezclan calamina y fibrocemento. Entramos en el anodino edificio que resulta ser una gran sala, sin ninguna decoración, construida de ladrillo enfoscada en blanco con grandes ventanales por los que se ve la autovía y suelo de cemento, iluminada por tubos de neón blanco que cuelgan del techo, y en la que los viajeros del autobús, nos dispersamos entre las diversas mesas, como si estuviésemos cansados de compartir un espacio reducido. No hay maderas adornando las paredes, solo las vigas metálicas, que sujetan la estructura, pintadas también de blanco. Las mesas y sillas son de conglomerado lacado en marrón. Nos acercamos al mostrador largo y desangelado. Es tipo autoservicio. Detrás de los cristales solo hay unos sándwiches de jamón y queso y unos pequeños paquetes de esos individuales de zumo de naranja. La verdad es que luce bien triste. Cogemos un sándwich cada uno y un par de zumitos. Pagamos y nos sentamos en la mesa que hemos elegido. Todo el mundo come un silencio, solo se oye el ruido que produce el compresor del motor del mostrador y de vez en cuando el zumbido producido por los camiones al pasar veloces por la autopista. Treinta minutos después estamos de nuevo en ruta.
Unos kilómetros después, quizás veinte o puede que cuarenta, el autobús dejando de nuevo la autovía se introduce en una localidad costera. Es una ciudad mediana con un gran puerto en el que se ven un gran número de barcos mercantes alineados en la bocana esperando a entrar para descargar su mercadería. Las luces de un complejo industrial iluminan la tarde. Circulamos por calles anchas y cuidadas flanqueadas por edificios de cinco o seis plantas que se ven nuevos para llegar a la estación. Es una parada breve, solo para recoger o dejar pasajeros, y en la que no da tiempo ni a bajar del autobús.
El resto del camino discurre sin más paradas y según nos acercamos a la ciudad la actividad humana se va haciendo más evidente y palpable. El trafico aumenta y empiezan a aparecer a los lados de la autopista talleres y almacenes, al poco haciendo un giro a la derecha nos introducimos en otra autopista. Aunque aún es temprano la oscuridad va ganado terreno. Adri y yo empezamos a salir de nuestra somnolencia y miramos distraídamente por las ventanillas. La selva va dejando paso a villas más o menos lujosas, en las montañas se ven las casas que forman las favelas, las villas a su vez dejan paso a altos bloques de viviendas. Poco después llegamos a la estación, nos despedimos del conductor y descendemos del autobús. Nos desperezamos antes de ir a la consigna a recoger nuestras maletas, para posteriormente dirigirnos al pequeño hotel donde nos alojaremos. Estamos lejos de imaginar que es lo que nos depararan estos últimos días en Rio antes de nuestro regreso a Madrid. La inundación de la habitación del hotel con el consiguiente empapamiento de maletas y ropas, debido a la rotura de un conducto del aire acondicionado, la infructuosa búsqueda de un restaurante típico por la zona cercana al hotel para disfrutar de un rodizio, y lo mejor de todo acabar haciéndonos amigos del camarero del pequeño bar situado frente al hotel.
[1] Si os interesa esta historia o sois amantes de los comics o las dos cosas, no podéis dejar de leer el comic Angola Janga, del artista brasileño Marcelo D’Salete. Una maravilla dibujada en blanco y negro y lleno de fuerza, dinamismo y expresividad.
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