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Nick: HELIOGOBALO

Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.

 PARATY

 Escribe el relato: julio

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Despierto poco a poco, me quedo tumbado en la cama con los ojos cerrados, oyendo, sintiendo. Me dejo llevar por el suave rumor de las olas al batir en los laterales del barco, acunado por el casi imperceptible balanceo provocado por esos pequeños golpes. Noto el calor de Adriana tumbada a mi lado. Despacio abro los ojos familiarizándome con el camarote, contemplo las oscuras maderas que cubren piso y paredes, las fotos de mapas atornilladas en la pared, nuestras mochilas tiradas en un rincón. Me incorporo en la cama y miro por el ojo de buey, lo que veo me sigue pareciendo mentira, como si aún no me hubiese despertado y siguiese soñando. Frente a nosotros se extiende un paisaje que me hacer creer ser el protagonista de algún remake de piratas del caribe. Un precioso pueblo colonial portugués formado por casas blancas de una o dos plantas con puertas y ventanas multicolores y tejados de tejas rojas, hay una pequeña iglesia que se erige frente al puerto, palmeras que surgen aquí y allá, y todo enmarcado por unas montañas verdes que ahora lucen medio cubiertas por las nubes.

Miro a Adri en la cama, veo como comienza a desperezarse, estirando los brazos. Abre los ojos y sonríe.

Finalmente me levanto y me dirijo al baño. Mientras me ducho, recapacito sobre los últimos dos días, la boda en Pompeu, la novia llegando a la iglesia en un Ford amarillo descapotable de 1928, la celebración en la hacienda familiar, baile y alcohol, la vergüenza de acabar esa noche dormido en el inodoro de nuestra habitación del hotel. El retraso de 6 horas provocado por una avería en el motor del avión que nos debía llevar desde Belo Horizonte de vuelta a Rio, que desemboco en que perdiésemos un autobús. La lucha con la aerolínea para que nos proporcionaran otros billetes de bus para ese mismo día. La llegada a la terminal de autobuses con nuestros nuevos billetes, el dejar las maletas grandes en la consigna de la estación hasta nuestra vuelta, el preocuparme al ver como el conductor arrodillado frente al vehículo se encomendaba a Dios antes de comenzar el viaje. La llegada por fin a nuestro destino, el pueblo de Paraty a las 3 de la madrugada, el ser timados por el taxista que no llevo a nuestro alojamiento para esa noche ….

Salimos de nuestro camarote y descalzos, en el barco no está permitido el calzado, avanzamos por un corto pasillo también forrado en madera, pasamos delante de un recodo que forma una especia de despachito en el que hay una radio y unos mapas, cruzamos por delante de lo que es la cocina y observo la pila llena de cacharros, justo enfrente está el aposento del capitán. Unas cortas escaleras nos llevan al exterior. El fresco aire marino nos termina de despertar. Si desde la habitación el paisaje era esplendido ahora es magnífico. Desde la cubierta dominamos toda la pequeña bahía, el pueblo, las casas dispersas en las montañas, la selva, el cielo. En el puerto junto a nosotros veo anclados otra media docena de barcos.

Bonjour, nos saluda el capitán. Un francés de nombre Michael al que le calculo unos setenta años y que si tuviese adornada su cabeza con un gorrito rojo seria la reencarnación del mítico comandante Cousteau. Quizás es que todos los franceses de cierta edad se parecen, pero reconozco que no conozco a tantos franceses en esa franja de edad, únicamente al capitán y al mítico comandante y a este último solo de la tele. Además, en lugar de gorrito rojo lleva una gorra azul de lo más marinera, que indudablemente le da un aire a lobo marino.  Sentaros por favor, el desayuno está listo, nos dice mientras señala un banco corrido que se extiende alrededor de una mesita dispuesta al lado del timón, es un espacio que después sabremos se llama bañera. Tenemos hambre y damos buena cuenta del desayuno que nos ha preparado. Rápidamente nos informa de lo elemental: la eslora y la manga del barco, que es la proa, la popa, babor y estribor. Ya familiarizados con la terminología marinera básica, le pedimos que nos hable de él. Nos cuenta que antes de jubilarse y durante toda su vida trabajo para una petrolera francesa y siempre andaba por el norte de África, Sahara arriba, Sahara abajo buscando posibles yacimientos de gas y petróleo y haciendo catas geológicas. Llego a la conclusión de que fue espía y que su trabajo era una tapadera. La verdad es que esto se parece cada vez a esa serie de los setenta protagonizada por Alex Guinness. Calderero, sastre soldado, espía. Aunque más bien es el capitán, cocinero, anfitrión, casero y espía. También nos dice que tiene una hija a la que ve poco y que trabaja en el ministerio de AAEE de Francia, lo que no hace más que reafirmar mi sospecha.  Después del desayuno damos un paseo por la cubierta de lo que será nuestro hogar durante los próximos 5 días. El barco es una goleta de unos 25 metros de eslora y 5 de maga. Es un velero de dos palos, cuyas velas lucen ahora recogidas y si es un capricho que nos enamoró desde que vimos que podíamos alquilarlo. Su nombre la Jean Marie.

Subimos, o más bien bajamos no sin dificultad de la cubierta, a la zodiac que está amarrada a babor y nos dirigimos al puerto para desembarcar y dar un paseo. Antes de despedirnos, el capitán nos da su teléfono, único medio que tenemos para ponernos en contacto con él y nos dice que lo llamamos cuando queramos volver al barco, no importa la hora ni las veces.

Paraty fue construida por los portugueses para dar salida al oro que se extraía de las lejanas minas de Ouro Preto. De aquí se embarcaba rumbo a los palacios de Lisboa, donde se gastaba en vaya a saber qué. Está dividida Paraty en dos mitades claramente diferenciadas tanto así que parecen ciudades distintas. La parte nueva es una ciudad anodina y sin alma, ajetreada y bulliciosa, donde se agolpan edificios más o menos feos, pero no bonitos, innumerables restaurantes de comida rápida y buffet libres en los que grupos de adolescentes ríen e intentan robarse besos, supermercados, multitud de oficinas bancarias, fruterías, peluquerías... y calles asfaltadas donde hay un tráfico incesante de coches y motos que hace que tengas que ir con cuidado a riesgo de ser atropellado.

Pero es acercarse a la parte colonial y cambiar el decorado, calles angostas de altas aceras y  calzadas empedradas que salvo en alguna calle más ancha, impiden la circulación de vehículos que no sean bicicletas y alguna moto, calles solitarias y tranquilas que parecen sacadas de una postal con edificios blancos de una o dos plantas de altura con las ventanas y puertas pintadas de rojo, verde o azul, con floridas buganvillas que aparecen insospechadamente a la vuelta de cualquier esquina o salen de algún patio. Algunos de los edificios, los de dos plantas, son oficinas municipales o sedes de importantes empresas brasileñas, otros albergan pequeños museos. En sus bajos se alternan tiendas de ropa más o menos cara con bodegas de aire decadente donde entre estanterías de madera envejecida por el tiempo y un aroma entre dulzón y mohoso puedes comprar licores y cachazas. Restaurantes de aire lánguido donde las parejas comen entre susurros a la luz de las velas situadas en las mesas cubiertas de coloridos manteles de tela y alegres tiendas de recuerdos que inevitablemente rompen la paz con su música estridente y de todo tipo de artesanía ocupan los edificios de una planta. Me intriga el propósito de unos adoquines cuadrados que a intervalos regulares y sobresaliendo algo más de un palmo de la calzada, unen la acera de lado izquierdo con el derecho. Y se encuentran en todas las esquinas y cruces de esta parte de la ciudad. Mi primera impresión es que los han puesto para evitar la circulación de coches y permitir solo el paso de bicis y motos. Nada más alejado de la realidad. El motivo es mucho más interesante y es que dos veces al día, con la pleamar, las calles de esta parte de la ciudad se inundan y estos adoquines permiten cruzar de un lado a otro de la calle, sin tener que empaparse los pies.

Hemos pasado el día paseando y está empezando a caer la tarde cuando decidimos volver al barco, hacemos la llamada y quedamos con Michael en el mismo punto donde desembarcamos en la mañana. Pero como se suele decir el infierno está empedrado de buenas intenciones. En el muelle nuestro lobo de mar, nos ofrece un plan alternativo e irresistible, irnos a cenar y posteriormente y con él de guía recorrer alguno de los bares que llevan sus amigos. Cenamos algo ligero y andamos por las ahora vacías calles del centro turístico de Paraty, después de un par de giros y revueltas llegamos a un muro donde entre las buganvillas se ofrece escondida una puerta. Nuestro diablo cojuelo particular, llama tres veces y contesta con su nombre a la voz que pregunta desde el interior.

Al entrar nos sorprende un patio más alargado que ancho, con varias mesas y sillas dispersas colocadas sin ningún orden. En un lateral hay una barra de madera con un tejadillo del que cuelgan helechos y bombillas de colores. Nuestro capitán se acerca a la barra y saluda con un abrazo al hombre que está detrás de la barra. Después nos presenta a nosotros. Trátalos bien, son amigos míos dice. Tras saludar al dueño y después de unas risas, pedimos unas caiprinhas y los tres no sentamos en una de las mesas. Al poco llega una camarera con nuestras bebidas. Nuestro anfitrión y guía nos habla de la ciudad, de cómo ha cambiado desde su llegada hasta ahora.

-          Todo era mucho más tranquilo antes – se queja Michael – Incluso hace cosa de un mes, asaltaron a unos turistas que estaban alojados en un barco.

-          Y eso, ¿qué paso?

-          Llegaron por la noche y los abordaron, afortunadamente no les hicieron nada. Es culpa del narco – prosigue- Lo está inundando todo. Pero tranquilos vosotros estáis seguros conmigo.

-          ¿Narco?  Nunca hubiésemos pensando que hay narcotráfico por aquí

-          Sí, es un fenómeno relativamente reciente, de hace unos siete años. -Hace una pausa y echa un trago corto de su vaso- Por aquí se blanquea mucho dinero. ¿No habéis visto lo bonita que esta la parte vieja y las mansiones que hay por la montaña? es todo por el narco.

-          No teníamos ni idea -decimos

-          Tenéis que fijaros en la cantidad de oficinas bancarias que hay en la ciudad, están todos los bancos. No es una ciudad tan prospera. Es todo por el blanqueo- interrumpe el discurso como pensando y mirándome prosigue-  Incluido la oficina del Santander que está en el puerto. Nadie se libra.

-          Es una lástima, pero creo que pronto me mudaré a otro lugar – termina diciendo mientras vuelve a echar un trago de su vaso.

Adri y yo bebemos en silencio. La verdad es que nunca lo hubiésemos sospechado. Y la charla no hace más que confirmar mis suspicacias sobre su anterior ocupación.

Pero bueno, dice, disfrutemos mientras podamos. Aprovechemos que estamos en la Happy hour. Y diciendo esto hace el signo universal a la barra para que nos sirvan otra ronda.  La música brasileña, suave, con el volumen exacto nos llega desde unos altavoces ocultos entre las buganvillas. Disfrutamos de la segunda ronda, mientras nosotros entre risas le contamos nuestras aventuras en Belo horizonte y detalles de la boda. Por supuesto pagamos nosotros.

Andamos de regreso por las silenciosas calles, tras la conversación miro los bonitos edificios con ojos diferentes. Intento memorizar el camino para volver otra noche al garito. La noche cálida y agradable nos arropa y nos invita a terminar la noche en la cubierta del barco y por otro lado nos provoca a seguir de fiesta.

Estamos a la altura de la iglesia que hay al lado del muelle

-           os atrevéis con unas gabrielas – nos dice de repente

-          ¿gabrielas? Contestamos – mientras a mi mente viene el título de la novela de Jorge Amado

-          Sí, es como una caiprinha normal, pero en la cachaza se ha macerado un poco de clavo y canela durante un tiempo.

-          Claro - dice Adri riendo - De perdidos al rio.

Nos conduce a una pequeña taberna que hay al lado de la iglesia. Nos sentamos en unas pequeñas banquetas de madera en la terraza mirando al mar, unas ristras de bombillas blancas cruzan de un lado a otro, sujetas a las ramas de unos árboles dando la sensación de ser un puesto de una verbena. El camarero se acerca y de nuevo se repite el ritual de los saludos y las presentaciones.

Mientras esperamos, miro el paisaje, pese a la oscuridad se ven las montañas recortándose contra el cielo estrellado y las luces de los barcos anclados en el puerto. Nos traen la bebida y brindamos. Es el primero de varios brindis.

-          La roja intermitente y la verde – dice Michael de repente

-          ¿Qué? – decimos sin comprender

-          La Jean Marie, el barco es el de la luz roja intermitente y la verde.

Miro las luces de los mástiles de los barcos. Reconozco que no distingo la de nuestro barco y ya puestos la de ningún otro.

-          Sí, la tercera a la izquierda - dice- Todos los barcos tienen una luz distinta para distinguirlas.

-          Ah, como los faros -digo yo haciéndome el entendido- Que cada destello es distinto del de los demás faros.

-          Exactamente - dice y a continuación, comienza a nombrar el resto de los barcos mientras los señala con los dedos.

Levantamos los vasos y volvemos a brindar. A la primera Gabriela le siguen un par de más.

Con paso vacilante, llegamos a donde esta atracada la lancha. Nos descalzamos y zapatillas y botas en mano nos disponemos a subir a la embarcación.

-          Podéis dejar los zapatos aquí - dice señalando una pequeña caja de madera- nadie se los va a llevar.  Todo el mundo sabe que es mi sitio

El capitán sin dudar se dirige a las luces roja intermitente y la verde que ahora veo perfectamente. El viaje es corto y pronto estamos abarloados a la Jean Marie, agarrados a la escala que nos permite subir a bordo. Tened cuidado, nos dice, cuando poniéndonos de pie en la barca empezamos a subir, no sois los primeros a los que hemos tenido que sacar del agua tras una noche así. Reconozco que no me caí, pero sí que al subir me di un golpe en el dedo gordo que hizo que mi uña se pusiese como un carbón.

Pronto estamos en la cama. No tardo en oír a Adri roncar. Es un ronquido profundo, el de alguien que ha se ha bebido la mitad del océano en caipirinhas. Me da un poco de miedo cerrar los ojos. Lo hago, me sorprende no sentir que la habitación comience a dar vueltas, tampoco siento ningún otro malestar en el estómago, ni siquiera siento euforia solo felicidad, me siento totalmente lucido. Todo encaja. El universo se abre ante mi sin secretos. Los arcanos de la vida se muestran claros y concisos. Todas las respuestas se muestran ante mí, incluso a preguntas que nunca me he planteado. Esta lucidez es la confirmación que efectivamente me he bebido la otra mitad del océano.  Me duermo feliz.


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