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Nick: HELIOGOBALO

Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.

 NOCHE EN RIO

 Escribe el relato: julio

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Es de atardecida cuando aterrizamos en el aeropuerto de “Galeao” en Rio de Janeiro. Después de recoger nuestras numerosas y pesadas maletas, nos dirigimos a la salida del edificio. Andando entre pasillos y escaleras mecánicas, saco las recomendaciones que nos mando nuestra anfitriona sobre como coger un taxi de forma segura desde el aeropuerto. Así que le hacemos caso, somos muy bien mandados, y no cogemos los taxis verdes exclusivos para turistas adinerados, ni los que esperan en la salida de internacional especializados en sablear a los turistas que no han cogido los verdes y dirigimos nuestros pasos hacia a la terminal de vuelos nacionales a esperar un taxi que deje pasajeros para subirnos en el. Cuando nos montamos en el taxi y pese a que no es muy tarde es noche cerrada. Nuestra primera noche en Rio.

Le decimos la dirección al taxista y nos relajamos en los asientos, miro distraídamente por la ventanilla, llueve sobre la ciudad. Nada más salir del aeropuerto nos incorporamos a una autopista, la circulación es densa y se va ralentizando, estamos en medio de un atasco. Avanzamos lentamente en medio del aguacero, en un momento dado, nos paramos, estamos en una estructura elevada y la ciudad se ofrece a nuestros pies. No estamos mucho rato parados y volvemos a avanzar lentamente. Dejamos la autopista y poco a poco nos vamos introduciendo en la ciudad propiamente dicha. Avanzamos ahora por lo que parece el centro histórico de Rio, las calles pese a la lluvia se ven animadas, llenas de gente y de comercios. Como en muchas otras ciudades, el respeto a las leyes de tráfico es escaso y los autobuses urbanos imponen la ley de su tamaño. Nuestro taxi coge velocidad, el atasco ha quedado atrás. Veo que nos acercamos a una farmacia de nombre curioso y compruebo que según las indicaciones que nos mandaron, es justo aquí donde debemos girar a la derecha y comenzar la ascensión por la calle que serpenteando por la colina nos llevará hasta el apartamento que hemos alquilado. El conductor, nos pregunta a que numero de la calle queremos ir.

Le paso la hoja con la dirección y las instrucciones para llegar a la casa. El hombre no sabe leer inglés, Adri se las traduce al portugués. El taxista asiente y comenzamos la subida por la que será nuestra calle los próximos días.

Observo la calle y sus edificios y si al principio de la misma eran edificios de tres o cuatro plantas bastante anodinos, al ir ascendiendo por la colina los bloques de pisos se transforman en casas individuales y en apartamentos de pinta lujosa. Llegamos a la señal definitiva que nos confirma que estamos en el buen camino, el puesto policial. Aquí tengo que decir que al leer en las instrucciones que decía que a ciento cincuenta metros del puesto policial estaba nuestro apartamento, yo siempre pensé que se refería a una comisaría, nunca hubiese imaginado que el puesto policial era un contenedor de los que se usan en las obras para que se cambien los albañiles, con un cartel de policía encima de la puerta,  un todo terreno azulado con el distintivo de “policía militarizada”  pintado en ambos laterales aparcado al lado de la puerta  y unos barriles llenos de arena que hacían de barricada, delante del puesto unos policías hacen guardia. Me fijo en su indumentaria y armamento parecen sacados de cualquier película sobre la guerra de Afganistán o Irak.

Nos bajamos del taxi y llamo por teléfono a la persona de contacto.

-          ¿Si? – dice una voz de mujer, con acento francés, al otro lado del teléfono

-          ¿Francine?. Hola, soy Julio. Estamos en el 1317.

-          Aaaaah, ok. Esperad un minuto por favor

Nos disponemos a esperar bajo la ahora ligera lluvia. No han pasado más de dos minutos cuando una mujer elegantemente vestida sale de un edificio cercano y se acerca a nosotros.

-          Hola – dice- encantada de conoceros

-          Hola – le decimos Adri y yo, mientras le tendemos la mano.

La casa es esa de ahí enfrente, nos dice señalando con el dedo, mientras cruzamos la calle. Nos paramos ante una bonita cancela verde, que da paso a una pequeña escalera cerrada a su vez por una puerta de barras metálicas también pintadas de verde

-          ¿Qué tal el vuelo? - Me pregunta, mientras descendemos por las escaleras y avanzamos por un pasillo arrastrando nuestras cuatro maletas.

-          Largo y aburrido – le contesto mientras me río.

-          Sí, es verdad, ¿Cuántas horas son? venís desde España ¿verdad?

-          Doce horas. Sí de Madrid

Bueno, este el es apartamento, dice y nos deja paso tras abrir la puerta de madera. Lo recorremos mientras ella nos explica como usar el fuego de la cocina y la ducha. El apartamento se corresponde exactamente a las fotos.  Pequeño pero ordenado y limpio. Y sobre todo y es el motivo principal por lo que lo elegimos, tiene una magnifica terraza con unas vistas impresionantes sobre el pan de azúcar.

- ¿Para tomar algo por aquí?  - le preguntamos – Algo de cenar o una cerveza y que no esté muy lejos.

- Justo después del puesto policial, a la entrada de la favela, como a 50 metros hay una pequeña plaza, con algunos restaurantes y además es muy seguro. Ahí no pasa nada.

- Gracias, seguro nos acercamos

Tras terminar la inspección y las explicaciones quedamos para vernos tres días después. Nos da un llavero con las diversas llaves, de la puerta, de la verja de hierro, de la cancela, y nos deja solos. Adri y yo nos miramos y sin venir a cuento nos echamos a reír. Miramos el reloj son las ocho de la tarde.

-          ¿Qué hacemos? – me pregunta

-          ¿Ducha y salir a dar una vuelta? – la propongo

-          Perfecto.

Una hora después estamos saliendo de nuevo a la calle, ha dejado de llover, aunque sigue chispeando. Pasamos por el puesto policial, totalmente iluminado por medio de unos potentes focos y nos adentramos en las calles de la favela.  Las casas y apartamentos de más o menos lujo se han cambiado por modestas casas bajas construidas con materiales baratos. Como nos había indicado Francine. a escasos metros de la entrada se abre una placita. Vemos una pizzería repleta de familias con críos corriendo por todos lados, una hamburguesería llena de parejas adolescentes y un par de bares más tranquilos donde gente, mayoritariamente hombres, con cara aburrida mira la tele y bebe cerveza.

-          Nada de pizzas, ni de hamburguesas. - digo- No hemos venido hasta aquí para comer algo que tenemos en el barrio

-          Ok, - me dice Adri- guiñándome un ojo

Miramos hacia los dos barecitos, sin saber cual elegir, al final nos decidimos por el que tiene fotos con platos de comida colgados en la pared.

Al entrar, nos sentimos un poco bichos raros, por un instante se hace el silencio y todas las personas del local dejan de seguir el partido de futbol por la tele, o de tomar su cerveza y dirigen sus miradas hacia nosotros. Buscamos una mesa libre. Alguien se levanta y nos cede la suya, le agradecemos el gesto con un movimiento de la cabeza, el hombre se acerca a otra mesa y se sienta junto a otra persona y tras mirarnos y sonreír se pone a charlar por con su amigo. El camarero se acerca

-          Una cerveza- le decimos en nuestro mejor portugués

-          ¿Qué marca? - nos pregunta

-          ¿Cuál tienes que este fría? – preguntamos como si supiéramos de marcas de cerveza brasileña.

-          Tengo Antártica, Bohemia, Bramha

Adri y yo nos miramos un momento. Decidimos que la Bramha va a ser que no, nos decimos, que la conocemos del Perú. Así que nos decidimos por la Antártica que suena a cerveza bien fría.

Antártica, decimos al fin, el joven asiente y se aleja. Al poco viene con una botella de cerveza de 600 ml y dos vasitos no muy grandes, mas pequeños que los vasos de una caña en España. Vasos que iremos descubriendo son los normales para tomar la cerveza en todo Brasil. La botella, viene hasta la mitad introducida en un soporte de poliespam, que tras investigar un poco averiguamos que sirve para mantener la cerveza fresca. A la vez nos deja una carta por si queremos pedir algo de comer.

Miramos la carta, vemos los diversos platos y concluimos que son el equivalente a nuestras tapas. Abundan los bolinhos y las cosinhas rellenas de distintos ingredientes, pero nos llama la atención algo que se llama linguiça que en la foto parece algo así como una longaniza y algo que se llama yakisoba, muy brasileño el nombre, y es una especie de pasta oriental con carne o pescado.

Está claro que el viajar nos da sed y nos bebemos la botella casi sin respirar. Pedimos otra cerveza al camarero.

Cuando nos trae le nueva botella, intentamos que nos explique que es la linguiça

-          linguiça es linguiça - nos dice como si la linguiça fuese una verdad universal

-          Pero es pollo o cerdo

-          Solo linguiça

Ante la imposibilidad de saber esa noche de que está hecha la linguiça, más tarde averiguaremos que son salchichas de cerdo, acabamos pidiendo una yokisoba de carne. Mientras esperamos la cena, pedimos otra cerveza y van tres y charlamos sobre el futuro cercano. Nos traen los fideos chinos con carne de cerdo, está caliente y aunque pueda parecer mentira se agradece, pues hace algo de fresco.

Mientras disfrutamos de la cena, el viajar también nos da hambre, vemos pasar por la puerta del bar una patrulla policial que sale del puesto a hacer la ronda. Nada que ver con la imagen que uno tiene de un policía. Aquí la impresión es que nos encontramos en una zona de guerra, son un grupo de seis policías, todos ellos con fusiles de asalto, cascos, botas de combate, chaleco antibalas y mochila llena de vaya a saber usted que, a la espalda.

Adri y yo nos miramos mudos, hemos visto muchas policías en muchos países y estos se llevan la palma. Nunca habíamos visto un grupo de policías que se asemejase tanto a los Rangers protagonistas de Black hawk derribado.

Disfrutamos de una cerveza más, mientras dejamos pasar el tiempo. Son cerca de las 12 de la noche y ni se cuántas horas llevamos despiertos cuando decidimos regresar a la casa. Llamamos al camarero y después de pagar, salimos a la calle no sin antes despedirnos de los parroquianos que pese a la hora siguen llenando el local y comenzamos tranquilamente el camino de vuelta. Mientras andamos comienza de nuevo a llover.

No hará una hora que nos hemos acostado, cuando me despierto sobresaltado, siento como Adri, me aprieta la mano.

-          Los oyes - me pregunta bajito

-          Si- contesto atento en la oscuridad y preguntándome si no lo habré soñado. Cuando le voy a decir algo, de repente vuelven a sonar. Son ráfagas de ametralladoras y disparos sueltos.

-          Son disparos, pero parece que suenan lejos – digo por decir algo para intentar tranquilizarla y de paso tranquilizarme a mí mismo.

-          Sí – me responde ella- no parecen cercanos.

Durante unos minutos, reconozco que no sabría decir cuantos, se alternan el silencio de la noche, ni un triste perro ladra, con los disparos.

Al cabo de un rato, cesan los disparos. Se hace el silencio absoluto. Agudizo el oído y me tranquilizo al oír únicamente el relajante sonido producido por las gotas de lluvia que golpean rítmicamente en las hojas del gran árbol que hay en el patio de la casa. Como si fuera habitual, al poco desde algún lugar cercano nos llega el jolgorio de una fiesta. Se oyen risas y música. Un pájaro canta en una rama cerca de la ventana y poco a poco nos volvemos a quedar dormidos.


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