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Nick: HELIOGOBALO

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 EL ROCíO

 Escribe el relato: julio

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Salimos de la estación de Huelva puntuales, ¿alguien me puede decir en qué momento en este país los autobuses comenzaron a salir a su hora?, despacio, maniobramos para salir de la estación de autobús y después de girar a la izquierda pasamos por delante del edificio en el que tenemos alquilado el apartamento. Recorremos amplias avenidas y poco después nos metemos por una autopista que nos lleva a un polígono industrial. Ante nosotros se despliega almacenes con nombre como el Palacio del Sofá que anuncia ofertas imposibles de superar o Cocinas Martinez la mejor calidad al menor precio, saliendo ya del polígono y justo enfrente de la parada del bus se encuentra el concesionario de maquinaria agrícolas de los Hermanos Hierro, las mejores herramientas para sacar provecho a su campo.

Al poco de cruzar el pueblo de Niebla y su impresionante muralla el autobús deja la autopista, ahora que lo escribo no sé si es la autopista que conduce a Sevilla o la que ya puestos recorre toda España hasta acabar en Gijón, para proseguir su ruta por una carretera provincial. La carretera se estrecha y comienza la ascensión por las laderas de los montes que componen la comarca del Condado…. Cruzamos pueblos de blancas casas, con imágenes de vírgenes en las paredes, ventanas enrejadas y estrechas calles por donde parece imposible que no se quede atrapado nuestro autobús. Cuando salimos de los pueblos avanzamos entre los restos, tristes, de bosques quemados en recientes incendios y explotaciones, tanto literal como física, agrícolas.

Al poco el autobús llega a un pueblo más grande que los anteriores, de calles más anchas y termina su recorrido en la estación de autobuses del mismo. El pueblo es Almonte y su estación no es más que una explanada cubierta de cemento con cinco marquesinas y un bar con mesas donde unos parroquianos toman botellines de cruzcampo y los turistas sentados a la sombra esperan la salida del siguiente autobús. Nos sentamos nosotros también a la sombra y dejamos pasar el tiempo viendo la llegada de los vehículos, de uno de ellos se bajan unos trabajadores de piel requemada de trabajar de sol a sol: negros, blancos, marroquíes, mujeres y hombres, todos sudorosos y de rostro cansado llevando en sus manos los aperos de labranza, alguno lleva también un botijo, se despiden unos de otros con gesto cansado. Poco después llega otro autobús del que se bajan turistas, todos blancos, de piel enrojecida quemada por el sol de la playa, con sus toallas al hombro, risueños con sus botellas de refrescos o de cerveza, ríen mientras se sientan a esperar otro autobús. No tenemos que esperar mucho cuando llega el nuestro. Nos ponemos en la cola y tras pagar los cinco euros subimos y nos sentamos en tres asientos contiguos. Al poco, a su hora marcada el vehículo sale de la estación para coger la amplia avenida que de nuevo nos lleva a una autovía

Las ventanas tintadas del autobús, atemperan la luminosidad del sol del mediodía onubense. Una vez más hemos dejado la autovía y ahora la carretera, estrecha y pobremente asfaltada, serpentea entre pinos, jaras y jaguarzos de blancas flores.  A la carretera van a morir decenas de caminos de tierra, que adentrándose en el bosque conducen a playas escondidas e idílicas.  De vez en cuando en un claro del bosque se ven pequeñas capillas blancas, vemos las vallas metálicas semicubiertas por hiedra de un camping. En ellos gente de torso enrojecido por el sol y pelo rubio, cuelga su ropa a secar en los vientos de las tiendas. Rápidamente quedan atrás. Mi desarrollada intuición, mi instinto viajero y que somos los únicos que no vamos en bañador y que no llevamos toallas me hace pensar que, de todos los pasajeros, el autobús va lleno, somos los únicos que no vamos a la playa.

*********

Veo como el autobús se aleja levantando una nube de polvo, antes de torcer por la primera calle a la derecha y perderse de nuestra vista. Miro a mi alrededor, a nuestra izquierda detrás de un jardincillo el cuartel de la guardia civil, un edificio grande en blanco y albero, con una imagen de la virgen del rocío hecha de azulejos en la fachada, a nuestra izquierda una sucursal bancaria y pegado a ella un pequeño colmado.  Comenzamos a caminar despacio, buscando la escasa sombra, por la calle sin asfaltar toda de tierra, recta, rodeada de casas bajas que se abren a un pequeño porche frente a las cuales hay siempre un amarradero para atar las bridas de caballos. Mentiría si dijese que la música de Enzio Morricone no llega a mi mente. Y es que así me siento, como en una película donde los forasteros que han llegado a un pueblo perdido del lejano oeste en busca de los forajidos y los habitantes del lugar miran recelosos tras las ventanas. Pero claro esto no es el lejano oeste, es la aldea del Rocío, Huelva, España, y no hay nadie tras las ventanas, ya que casi todas las casas están cerradas y no existen forajidos o por lo menos no peores que en cualquier otro lado. La única verdad de mi ensoñación es que somos forasteros. Andamos por el centro de la calle, sin preocuparnos del inexistente tráfico, me sigue llamando la atención la arena que cubre la calle, levantamos minusculas nubes de polvo con nuestros pasos mientras miramos las casas, todas cerradas, todas iguales. Comprendo que el motivo de que las calles no estén asfaltadas y que haya centenares de amarraderos es para permitir su uso por los caballos durante la época de la romería.

Nos acercamos a un bar, en la tarraza bajo la sombra que proporciona un voladizo, unos parroquianos sentados alrededor de una mesa, juegan a uno de esos juegos de viejos y de aquellos que estudiamos en la universidad en los años 80, al mus. Entramos, detrás de la cortina que cubre la entrada el interior esta sombrío y fresco. No hay nadie. Las paredes están adornadas con carteles de Doñana y de la virgen del Rocío. Con una mirada busco el piano, pero claro no hay, en lo alto una televisión, muestra imágenes mudas. Nos sentamos en una mesa y ante nuestra pregunta de si podemos comer, el hijo del dueño nos da un menú. Aunque dan ganas de pedir wiski y zarzaparrilla, pedimos una botella de vino y carne de caza, lo acompañamos con lo que aquí llaman unos periquitos, que no son más que pequeñas y finas berenjenas fritas. Mientras disfrutamos de la comida intercambiamos un poco de charla intrascendente con los dueños del local. ¿cómo va el año? ¿Se está recuperando el turismo? ¿Si son del pueblo? Las repuestas van del sí de la última pregunta al poco a poco vamos levantando cabeza, Después del café nos obsequian con un chupito de licor. Nos despedimos y salimos de nuevo a la calle. Los parroquianos, se despiden de nosotros con un gesto de cabeza, mientras uno envida a grandes.

Pese a ser mediados de septiembre hace calor, mucho calor. Avanzamos ahora pegados a las casas del lao derecho de la calle que nos proporcionan algo de sombra. En mi cerebro, recocido bajo la gorra, oigo el resonar al caminar de mis espuelas. En el patio de una de las casas un grupo de personas toca la guitarra y canta, los botellines vacíos sobre la mesa indican que llevan un buen rato allí. Es la única casa de toda la calle que está abierta. Seguimos andando hacia la plaza, de la calle principal parten otras calles iguales a esta, suelo de tierra, casas vacías, amarraderos delante de cada casa. Andamos buscando la ermita de la Virgen de Rocío. En la plaza las casas se hacen más grandes, mas señoriales. En las fachadas están los nombres de las cofradías a las que pertenecen y el año de fundación de la misma. Pasamos por tiendas que venden artículos de cuero, también hay alguna de suvenires más baratos. Hay más restaurantes y bares, aunque un gran número se encuentran cerrados. Curioseamos entre sombreros, botas de montar y perneras de cuero. Sus precios van de lo caro a lo muy caro. Al final damos con la ermita. Hasta ahora yo pensaba que las ermitas eran más bien edificios pequeños y humildes, error, la ermita de la virgen, casi tiene el tamaño de una catedral pequeña. La gente se acerca y enciende cirios y velas. Nos asomamos intentando ver la virgen, ignorantes de que la imagen no está, que se encuentra en Almonte y que solo la trasladan a su ermita durante la romería, así que nos conformamos con ver la famosa reja. Salimos al exterior y vagabundeamos un poco por de la gran explanada, vemos viajeros que parten en cuatro por cuatro desde las agencias de viajes para hacer una excursión por el parque nacional. Un grupo de niños juega y ríe en el pequeño parque infantil que hay delante de la ermita. Vemos muchos jinetes que en sus monturas se pierden marismas adentro.

Volvemos por calles que antes no hemos visto, nos fotografiamos delante de un acebuche gigante, pasamos por más edificios con el nombre de la hermandad en la fachada, las fechas parecen mantener un duelo, 1920, 1935, 1926, 1943. Me parece mentira que esta pequeña pedanía sufra una de las mayores transformaciones que se pueden ver en el mundo. Pasar de ser una aldea de poco más de 800 habitantes a sumar más de un millón de habitantes durante el fin de semana en el que se produce el clímax y el salto de la reja.

Estamos de nuevo delante de la sucursal bancaria, esperando la diligencia, digo el autobús, que debe llevarnos de vuelta a Almonte, entramos en el colmado y compramos una botella de agua fría. No hemos terminado de beberla cuando el autobús para justo a su hora frente a nosotros. Media hora después estamos de nuevo en la estación de Almonte para esperar el autobús que debe llevarnos de regreso a Huelva.

*******

Este autobús no va a Huelva, va a Sevilla, me dice el conductor, hoy sábado el último salió hace 3 horas. Hasta mañana ya no hay ninguno.

Descendemos del autobús y nos quedamos parados frente al vehículo viendo cómo se va llenando de jóvenes bulliciosos para al poco verlo partir rumbo a la capital andaluza. Son cerca de las siete de la tarde.

Por un momento se nos plantea la idea de alquilar un par de habitaciones y pasar la tarde noche en Almonte y volver a Huelva el día siguiente. En ese instante nos fijamos que frente al portón de entrada a la estación hay un gran letrero donde se lee TAXI y un teléfono pintando en grandes letras negras que se destacan del fondo blanco.

  • Perdón por la espera, nos dice el taxista, esta noche he tenido un servicio a las cinco de la mañana y aun no me he recuperado.
  • No pasa nada
  • Ya saben, levantarse, asearse y venir hasta aquí. ¿Entonces a Huelva?
  • Sí a Huelva, el precio es el acordado ¿no?
  • Sí, no se preocupen, nos dice mientras pone el taxímetro en marcha. Y vamos dejando atrás la estación

 

Callejeamos por la ciudad hasta salir a una carretera, no es la misma que por la que vinimos por la mañana. La carretera tiene poco tráfico, y es amplia y al poco, otra vez, nos unimos a la autopista. Durante todo el trayecto el taxista no para de contarnos anécdotas, como que esta mañana le llamaron a las 5 del centro de salud para que llevase a una mujer de Almonte al Rocío y que cuando llego vio que la mujer estaba borracha y les tuvo que hacer jurar que si la mujer vomitaba en el taxi ellos pagaban la limpieza, o como aquella otra vez que recogió a un hombre de un camping a las once de la noche y le pidió que le llevara a otro camping donde estaba su mujer y una vez alli el hombre desapareció entre las caravanas dejándole un pufo de 50 € y decidió que no se movía de la entrada del recinto hasta que apareciese y le pagase. Estuvo parado 2 horas allí, pero al final el hombre le pago. U aquella otra vez que llevo a otro hombre de un puticlub a otro camping, la verdad es que según va hablando me voy sorprendiendo, no sabía yo que hubiese tantos campings ni que diese tanto juego, y que cuando le dejo delante de su caravana, fue la mujer la que salió a pagarle. El taxista parece ser una fuente inagotable de historias y anécdotas y el camino se nos hace, o por lo menos a mí, corto, ya que al poco estamos entando a Huelva. Poco después, y ya en nuestro destino el hombre nos dice que pese a que le taxímetro marca un par de € más que lo acordado, solo le paguemos lo que habíamos hablado en Almonte. Pagamos y le damos el par de € de más y nos dirigimos a casa para darnos una ducha y descansar.


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