Viajero desde
11/3/2020
Nick: HELIOGOBALO |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: julio
Una de las actividades que más disfrutamos en el viaje, o por lo menos que más disfrute yo, fue el circular por las carreteras de Namibia. Carreteras que se dividen según su estado de conservación y señalización en siete niveles, que van desde la letra A y que indica que circulas por una autopista, nunca circulamos por ninguna, a la G que no son más que senderos de tierra que se introducen en el interior del país, que tampoco pudimos disfrutar. Nos limitamos al rango de carreteras B, C y D. Son por lo general carreteras muy bien conservadas y con un buen nivel de señalización, amplias y de rectas inacabables que permiten unos adelantamientos seguros y una velocidad razonable. Con arcenes limpios y cuidados al punto que “Melon” nuestro conductor llego a parar dos veces para recoger unos papeles que había en la cuneta, y después explicarnos que la gente tiene muy poco civismo y esos papeles tirados dan mala imagen del país.
Viajar por carretera por el interior de Namibia es ver recortándose en el horizonte la llamada montaña azul sagrada para los Ovambas, cruzar el inmenso desierto del Kalahari o ver en las cunetas una manada de jabalís verrugosos hozando tranquilamente ajenos al paso de los escasos vehículos. Son paisajes cambiantes de montañas multicolores, de sabanas infinitas, de desiertos que terminan en el mar, de sueños por realizar. Pero si algo te acompaña en los laterales de la carretera por kilómetros y kilómetros son las alambradas de las granjas. La mayor parte son alambradas sencillas compuestas por tres finos hilos de alambre dispuestos en paralelo y sujetos cada pocos metros a unos postes de madera. Cuando digo kilómetros, no creáis que exagero, normalmente las granjas namibias pueden tener unos 40 Km de largo por otros tanto de ancho y únicamente notas que has cambiado de granja cuando observas que la valla deja la carretera para perderse hacia el interior del territorio, o te fijas que en la puerta de entrada a la finca hay un nuevo nombre si antes te habidas fijado que era granja Heller, ahora es granja Bingham. Estas granjas se dedican a la cría de ganado, vacas y ovejas principalmente, que luego será convenientemente sacrificado, envasado y enviado a Sudáfrica.
Pero lo que diferencia a estas granjas del resto de granjas del mundo es que también te puedes alojar en ellas. La mayor parte de estas fincas tienen junto a la vivienda principal, situada a un par de kilómetros hacia el interior, un amplio espacio habilitado para la recepción de viajeros, en ese espacio te puedes alojar tanto en tu propia tienda de campaña o en tu autocaravana como disponer de alguna de las cabañas construidas a tal propósito. Son cabañas dotadas de todos los servicios y comodidades, aunque la decoración digamos que no sigue las últimas tendencias estilísticas y de moda. Igualmente puedes hacer uso de las barbacoas y cocinas comunales dispuestas para tal fin o utilizar los servicios de la estancia principal, esto es la cafetería y el restaurante. Nosotros, comodones que somos, hicimos uso del servicio que proporciona la casa. No habíamos terminado de registrarnos cuando nos recalcaron que el servicio era a las 8 y ni un minuto después. Así que tras ocupar nuestra cabaña y después de un rápido duchazo, nos dirigimos a la recepción/zona de reposo/bar y restaurante. Nos sentamos en unos sillones de mimbre que había en el no tan pequeño jardín, viendo como las gallinas pintadas andaban libres picoteando aquí y allá, lo que sea que picoteen las gallinas pintadas, y charlando de tonterías a esperar que diesen la hora de la cena cuando se nos acercó una mujer que debería andar por los sesenta y tantos años y toda la pinta de una satisfecha granjera holandesa.
- Hola, buenas noches, soy la señora Chloris, la dueña de la granja.
- Hola, buenas noches
- Preferís - nos dice- que os hable en inglés, alemán, holandés, Afrikáner o Bóer
- ¿En español? – le contestamos Adri y yo casi al unísono
La mujer se ríe y nos hace un gesto con la mano
- Otro idioma más, no gracias
- Entonces en inglés nos va bien
- ¿De dónde sois?
- De Perú y de España – le contestamos Adri y yo señalándonos con nuestros respectivos dedos
- ¿Perú?, Que lastima, vaya huracán que han sufrido ahora, cuántas perdidas y muertes
- No, eso ha sido en Puerto Rico. Perú está en Sudamérica - le dice Adri sacándola de su error
La señora Chloris, a la que parece que la estoy viendo el cerebro dar vueltas un poco descolocada, nos dice
- Vaya… Bien - tras unos instantes de duda añade – la cena se sirve a las ocho.
La vemos alejarse hacia el interior de la casa. Reímos mientras comentamos que nunca hubiésemos pensado que el afrikáner y el bóer son idiomas diferentes.
A las ocho menos cinco puntuales estábamos en el salón-bar-restaurante, donde hay unas 10 mesas distribuidas por la amplia terraza todas ellas con manteles a cuadros rojos y blancos y unas velas encendidas colocadas en el centro. Para entonces ya había una típica familia francesa, papá, mamá, dos hijas veinteañeras y un crio adolescente que ocupaban la mesa grande, una pareja mayor alemana que se sientan en la esquina más alejada y al poco llego una pareja de jóvenes indudablemente gay a la que no oímos pronunciar una sola palabra. Además de ellos y de nosotros había decenas de insectos voladores parecidos a las cucarachas que producían un inquietante zumbido al volar y uno de los cuales tuvo la genial ocurrencia de posarse en mi cuello e hizo que durante toda la noche el resto de las mesas se preguntase en que ha quedado el tradicional valor español. ¿La cena? una vez más quedo demostró que más al norte de Francia, la comida se limita a ser una mera cuestión de supervivencia biológica, a base de salsas agrias, ensaladas imposibles, patatas hervidas y diversas salchichas sazonadas. Lo mejor la fruta fresca cosechada en la misma granja.
Más tarde supimos que esta costumbre de alojar a la gente en las granjas, viene desde la época de la dominación sudafricana, cuando los cazadores de este país llegaban hasta Namibia para participar en “The Game”, la caza, y no había hoteles suficientes para alojarlos. Así que los granjeros vieron en esto una buena forma de ayudar a la siempre endeble economía de la granja.
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