Viajero desde
11/3/2020
Nick: HELIOGOBALO |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: julio
Por fin ha llegado el fin de semana. Es viernes por la noche, salir por ahí y disfrutar de lo que salga. Y N’dalatando en eso no es una excepción. Son cerca de las siete de la tarde y es hora de arreglarse, así que después de echar a las cucarachas de la bañera, entro en ella, me enjabono, abro el agua de la ducha, que como siempre sale helada, duro en el agua el tiempo justo para quitarme el jabón, me seco , me cambio el pantalón de deporte por un vaquero y la camiseta de andar por casa por una limpia, además me unto bien de repelente de mosquitos, tan bien que en las próximas horas cualquier persona que acerque sus labios a mi piel sufrirá vómitos, mareos y escozores y salpullidos en la boca y ya estoy listo. Son las siete y cuarto. Pero hoy no es un viernes cualquiera, hoy es un poco distinto y en lugar de ir a alguno de los bares o garitos que componen nuestro minúsculo circuito y a los que solemos ir, hemos quedado con un grupo de españoles, reamente no sé cómo los hemos conocido, concretamente sevillanos, para tomar una cerveza en una roulotte que está cerca de la plaza, en la calle de los colegios.
Salimos de casa y tranquilamente nos dirigimos a nuestra cita. Saludamos a los guardias de la casa del jefe de la policía y a los seguranzas que estén en las puertas de las otras casas y andamos despacio por la calle principal de N’dalatando. Pese a que es temprano ya ha oscurecido y el tráfico de mototaxis y camionetas casi ha desaparecido. Como corresponde, las farolas funcionan y la calle está limpia y ordenada, Pasamos por delante de la mejor casa de la ciudad, un amplio chalet de dos plantas rodeado de un bonito jardín y que pertenece al gobernador de la provincia, saludamos con la cabeza a los soldados que hacen guardia, cruzamos frente al mucho más modesto edificio donde está la sede del gubernamental MPLA, -Movimiento para la liberación de Angola- y poco después al llegar a la plaza tiramos por una calleja para acortar el camino. Ya no hay farolas y si las hay no funcionan y las aceras se acumulan restos de basuras y papeles. En la oscuridad de los portales vemos a grupos de jóvenes de ambos sexos hablando y riendo, de las ventanas abiertas de las casas nos llega la poca luz que tiene la calle y el sonido del día a día, risas y gritos de niños, el lloro de un bebé, parejas hablando, el sonido de un televisor emitiendo un partido de futbol. Poco después al llegar a la plaza giramos a la derecha, justo por la calle que lleva a los colegios y a Quilombo. Tres minutos después estamos delante de la pequeña estructura que es nuestro destino y entramos en el patio. Somos los primeros en llegar, el local está vacío y podemos elegir en cuál de las 4 mesas nos sentamos. No hemos terminado de sentarnos cuando el camarero, muy joven se acerca y tras esperar a que nos terminemos de acomodar le pedimos unas cervezas. El chico solicito nos las trae enseguida. Estamos justo enfrente del edificio, de tres plantas y bastante largo, que sirve de residencia al personal sanitario cubano que trabaja en el cercano hospital. Desde el interior del edificio nos llegan risas, sonidos de vasos y música a todo volumen.
La presencia de Cuba en Angola se remonta a los tiempos de la guerra de la independencia. Primero fueron soldados que ayudaron a conjurar la invasión sudafricana y al terminar la guerra los soldados fueron sustituidos por personal técnico y médicos. Hoy sólo quedan estos últimos. Médicos y enfermeras que recién terminan la carrera y sin saber ni una palabra de portugués son enviados a este país mientras se terminan de formar las primeras promociones de médicos angolanos. Angola paga bien, cerca de 5000 dólares al mes por cada profesional. Un dinero que se ingresa directamente en una cuenta del gobierno cubano. De este dinero solo 500 dólares mensuales llega a cada profesional que está en el terreno. Un dinero a todas luces insuficiente y que hace que estas personas pasen verdaderas carencias y necesidades. Este es el motivo de que cuando la gente te oye hablar en castellano, en bares, tiendas o en la calle suelan preguntarte si eres cubano.
Pedimos una segunda cerveza y charlamos de cosas intrascendentes mientras hacemos tiempo esperando que lleguen nuestros compatriotas. Como buenos españoles no son puntuales. Antes de que nos terminemos la segunda lata de cerveza, les vemos aparecer por la calle. Son cuatro y dos de ellos vienen acompañados de dos chicas jóvenes.
Nos saludamos y nos cambiamos a una mesa más grande. Pedimos cervezas para todos, las jóvenes angolanas piden unos refrescos. Miro a mis compatriotas, uno de ellos el más joven luego me enteraré que es el jefe del grupo, es alto y delgado, el resto parecen la personificación de Alfredo Landa en el siglo XXI, no muy altos, barriga cervecera y un cigarro en los labios. Nos cuentan que su empresa ha ganado un concurso para construir a las afueras de la ciudad un nuevo barrio; calles amplias, casa bien construidas con paredes de ladrillo y techo de tejas, con agua corriente que servirá para que los habitantes de una de las musseques, tengan una vivienda digna. Como no podía ser de otra forma, nos comentan lo vagos y perezosos que son los negros que trabajan con ellos. Me pregunto a cuanta gente habrá tenido que corromper y sobornar el dueño de la empresa, en un país donde los policías de trafico te paran sin motivo en la carretera para multarte y te quitan la muta a cambio de una gaseosa, para conseguir el contrato gubernamental. Los sevillanos nos cuentan que la cosa está mal en España y que aquí los sueldos son buenos y que todos ellos tienen mujer y chiqullos en España a los que mantener. Ocupan toda la cadena de mando. son el arquitecto, el jefe de obra, el conductor de la maquinaria especializada y el mecánico de la misma. Estos dos últimos son los que han venido acompañado de las chicas. Las miro embutidas en sus ceñidos vestidos de vivos colores y que muestran más de lo que ocultan e imagino cual es el motivo por el que están acompañando a estos hombres. Los dos hombres no dejan de manosear a las chicas que les sonríen tristes mientras beben sus cocacolas y hablan en portugués entre ellas. De la residencia cubana, nos llegan el sonido de la trova y del son.
No sé cómo en un momento de la noche aparece en las manos de uno de los sevillanos una guitarra y sin demora empieza a tocarla. Ahora es el sonido de las rumbas y las sevillanas lo que llena la noche angolana. Del edificio de los cubanos solo nos llega el silencio, o están dormidos o son ellos los que ahora están escuchando nuestra música. Según avanza la noche y caen las cervezas, las caricias de los hombres se vuelven más intrépidas, sus manos ansiosas se pierden bajo la falda de las mujeres. Sus comentarios hacia ellas se hacen más zafios, más rudos, son comentarios que duelen solo de oírlos. Miro a Adri y le hago un gesto con la cabeza para irnos. Me hace un gesto de que aguantemos cinco minutos. Miro a los dos hombres, ambos pasan de los cuarenta y son algo bajitos y panzones, como dije el prototipo de españolito medio. Ellas son jóvenes, muy jóvenes, y muy guapas. Estoy seguro que en una situación normal estos hombres, no tendrían la mínima posibilidad de estar con dos mujeres como ellas, pero claro son blancos y tienen dinero, mucho dinero.
Mientras apuro mi cerveza, veo como la mano del hombre que está más cerca de mí se pierde en la entrepierna de una de las chicas, mientras que entre risas la dice “de quien es este coñito…” y su mirada parecida a la de un lobo delante de un cordero, busca la complicidad de su compañero. La chica obviamente incomoda le comenta algo en portugués a su amiga. Siento todas las vergüenzas posibles, como hombre, como español, como blanco. Me levanto bruscamente y le digo a Adri de irnos ya que no me siento bien. Estoy seguro de que, si estoy dos minutos más, me voy a liar a tortazos con el sevillano. Pase a que nos dicen de ir a tomar al ultima a otra roulotte cercana, nos despedimos rápidamente y nos dirigimos los tres hacia la casa. Es tarde y hace algo de fresco, pero yo aún sigo caliente. Durante el trayecto voy soltando mi indignación y frustración. No soy un ingenuo, ni un pardillo. Sé cómo funciona el mundo y aun así me parece de las escenas más horribles, indignantes y asquerosas que he presenciado en mi vida
Durante los días siguientes vemos la camioneta blanca de los sevillanos varias veces por la ciudad. Cuando nos cruzamos con ellos nos tocan el claxon y nos hacen un gesto con la mano. Un par de veces nos llaman para volver a quedar. No respondemos a sus llamadas ni a sus saludos. Poco a poco dejamos de verlos y dejan de llamarnos.