Viajero desde
11/3/2020
Nick: HELIOGOBALO |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
|
Escribe el relato: julio
Después de una curva, nos topamos casi de improviso con la imponente mole de piedra rosa y blanca del edificio que forma el parlamento regional y que frente a nosotros ejerce de poderoso contraste frente a las casitas bajas y pobres que lo rodean. Coincidencia o no, nada más terminar la valla, también rosa, también de piedra que rodea el edificio parlamentario, la calle deja de estar asfaltada y se convierte en una pista de tierra.
- Antes de llegar al cementerio- dice Xavier- gira por la calle de la izquierda.
Avanzamos un poco más hasta casi llegar a las altas tapias del cementerio, hacemos un giro y dejamos la carretera que avanza hasta introducirse en el camposanto. Hemos tomado un pequeño camino de tierra que desciende ligeramente. Es un descenso peligroso, lleno de baches y con profundas y largas grietas en las que sin problemas caben las ruedas de nuestra camioneta, descendemos con cuidado de no atropellar a ninguno de los niños que juguetean en medio de la calle. Al terminar el descenso, llegamos frente a un alto muro encalado lleno de pintadas y dibujos
- Aquí es- dice Xavier.
Txema avanza un poco más y aparca la camioneta cerca de la entrada. Dejamos las mochilas dentro del coche, debajo de los asientos y caminamos hacia la puerta que acabamos de pasar. Frente a ella un grupo de niños y niñas en uniforme escolar juegan a una especie de balón prisionero. Me detengo unos instantes para observarles, por lo que llego a entender, gana el equipo que consigue reunir todas las botellas vacías de cerveza que han puesto en medio de los dos equipos.
Leo las grandes letras pintadas en vivos colores en la tapia de ladrillo al lado de la gran puerta metálica que da acceso al recinto. Centro deportivo “Don Bosco” dice. Entramos, justo a la entrada otro grupo de chicas y chicos algo más mayores que los que había fuera, juega al voleibol. Un poco más allá otros chicos, esta vez solo niños, juegan al pimpón delante de un edificio pintado de verde azulado. Al pasar por delante del mismo, curioso, me asomo y miro a través de una de las ventanas. Es un aula, se ven unos pupitres que miran hacia una pared donde cuelga una pizarra coronada por un crucifijo. Seguimos avanzado detrás de Xavier, que parece tener muy claro hacia dónde nos dirigimos. Sin saber muy bien como Txema y yo en un momento acabamos cada uno rodeados por un grupito de niños no mayores de seis años, que nos cogen de la mano, y que cuando ya no hay más dedos a los que sujetarse se nos cuelgan de los brazos.
-Padre, Padre -nos dicen gritando. Al principio me llama la atención y me produce cierta gracia que nos confundan con sacerdotes, pero al ser una institución religiosa y ser los únicos blancos que hay en un par de kilómetros a la redonda tampoco le doy mayor importancia. Me fijo en los pequeños que nos rodean, en sus pequeños cuerpos de vientres abombados que hacen que sus ombligos sobresalgan, en sus pequeñas caritas llenas de polvo y suciedad que están iluminadas por unos ojos inmensos que nos miran llenos de lo que solo puedo traducir como devoción, y me fijo sobretodos en sus sonrisas, francas, interminables, cálidas, sinceras.
Seguimos a Xavier por un lateral del recinto deportivo, ya que todo el espacio central del mismo se encuentra ocupado por un campo de fútbol de tierra, pero esta vez con porterías de verdad, donde se está desarrollando un partido de lo más igualado por lo que dan a entender los gritos y la pasión que ponen los jugadores, todos ellos vestidos con camisetas de lo más diversas y la mayoría calzados con zapatillas al perseguir el balón y por las protestas que dirigen al chico que hace de juez y que como buen arbitro va todo él vestido de negro.
La pequeña nube de niños que nos rodea ríe y juegan entre ellos, se interponen en nuestro camino, nos abrazan las piernas, se agarran a nuestras manos y las aprietan con fuerza. Cojo a uno de ellos en brazos, el más pequeño de los que están junto a mí y le levanto del suelo, no es que yo sea especialmente fuerte, sino que el crio está desnutrido. Esta muy delgado y pesa poco, muy poco, hago el avión con él levantándole por encima de mí cabeza, al instante su cara se ilumina y ríe a carcajadas, al ver el efecto en su amigo todos los demás niños hacen cola y se ponen a gritarme para que también les levante a ellos y juegue a que son aviones. Yo también rio. Juego un rato con ellos elevándoles por los aires. El primer niño con el que jugué, de cuerpo muy menudo y abdomen prominente, de pelo muy corto y muy rizado, con grandes ojos oscuros, no se aparta de mi lado. Al terminar de jugar con los otros niños, me coge firmemente la mano. No me la soltará en toda la tarde.
Avanzamos por el recinto hasta llegar a la pequeña cancha de baloncesto. Nos sentamos en el suelo, con la espalda apoyada en un muro, debajo de un techado de uralita mientras esperamos a los amigos de Xavier. Nuestros pequeños amigos reclaman cada minuto de nuestra atención. Por más que les decimos que no somos curas, los pequeños siguen llamándonos por el título sacerdotal sin inmutarse. No se les oye más que decir: padre esto, padre lo otro. Al igual que con el juego del avión, basta con que a uno de los niños le hagas cosquillas en su barriguita y empiece a reír para que todos se pongan rápidamente en cola esperando que también a ellos les hagas cosquillas.
Poco a poco van llegando los conocidos y compañeros de Xavier que al igual que este, son jóvenes con cuerpos atléticos y fuertes brazos, la mayoría son altos, incluso muy altos alguno me saca un par de cabezas. Todos llegan con sus deportivas en la mano y en sus pies las chanclas que solo se quitaran cuando sea su turno de juego. Xavier nos presenta, nos saludamos con un choque de manos. Pronto somos los suficientes para comenzar la pachanga. Xavier y sus amigos al ser los mayores imponen su fuerza y simplemente echan de la cancha a los muchachos que hasta ese momento estaban jugando, todos ellos de menor edad y desarrollo físico.
Rápidamente nos comentan las reglas. Es el clásico quien gana sigue jugando y el equipo que pierde debe salir de la pista y dejar su lugar a otro. Los partidos son a cinco canastas. Se juega en un solo lado del campo. Xavier, Txema y yo, hacemos un equipo y nos toca jugar en el primer partido. Encestamos la primera canasta y eso es todo, somos visto y no visto, como se suele decir ni la olemos y somos barridos de la cancha, no nos da tiempo ni a sudar, perdemos por un claro 5 a 1 con gorrazo incluido a mi persona. Salimos de la cancha y regresamos a nuestro muro, nos sentamos mientras otro equipo entra a jugar. La cancha es un trasiego constante de equipos que entran y salen. Ante su insistencia, siento a mi amiguito en mis piernas y mientras jugueteo con él observo los partidos. Es un juego anárquico, eléctrico, no hay ninguna táctica de equipo, ningún plan, el reino del uno contra uno, quien tiene el balón normalmente es el que se la juega. Los partidos se viven con pasión, aún mas incluso entre los espectadores que están esperando su turno para jugar que entre los mismos jugadores, se discute cada balón que sale del campo, cada falta, cada infracción es seguida de acaloradas discusiones que incluyen que los espectadores se introduzcan en el campo y den su versión de lo que acaba de suceder en el juego. Cuatro partidos después, nos vuelve a tocar jugar, hablamos brevemente entre nosotros para intentar mejorar nuestra suerte.
De nuevo todo parece en vano, rápidamente nos colocamos 4 a 1 abajo y balón para nuestros contrarios. En ese momento, el dios del baloncesto se vuelve clemente con nosotros y nos concede un par de milagros, nuestros contrarios pierden un balón, y se produce un cambio en nuestro juego. Txema se descubre como un excelente tirador y aprovechando la nula defensa empieza a anotar sin piedad desde cualquier lado de la cancha, Xavier demuestra porque llegó a jugar con la selección angolana júnior de baloncesto y nos deja un par de jugadas para el recuerdo. Por mi parte me afano en no dejar escapar un rebote, no echar el bofe por la boca y de vez en cuando intentar meter alguna canasta. Ganamos el partido por 5 a 4. No solo eso, sino que ganamos los siguientes 4 partidos. Agotados y contentos nos vamos retirando poco a poco y nos vamos cambiamos por la gente que espera. Volvemos a nuestro lugar, esto es, sentados en el suelo, la espalda apoyada contra la pared del vestuario. Bebemos un trago de agua y cuando terminamos ofrecemos la botella a los que hasta hace un instante eran nuestros contrincantes, nos agradecen con una sonrisa, nos llega vacía de vuelta. No hemos acabado de sentarnos y recuperar el aliento cuando nuestros pequeños amigos vuelven a rodearnos, nos tocan el pelo, ahora sudado, ríen y hacen muescas de asco, mientras se secan las manos en sus pequeños pantalones. Me entretengo jugando nuevamente un rato con los pequeños, se suben a mi espalda, se cuelgan del brazo y yo les alzo a pulso.
Vale, lo reconozco me encanta oír sus carcajadas. Sin lugar a dudas es lo mejor de la tarde. Uno de ellos, de los más pequeños y desnutridos, se sienta a mi lado, me coge de la mano y apoya su cabeza en mi hombro. En el otro brazo tengo al niño que me adoptó desde un principio. Los partidos siguen sin interrupción. Cuando llega de nuevo nuestro turno desisto de jugar más, estoy cansado y tampoco quiero forzar la suerte.
El sol comienza a declinar y la explanada se llena de sombras alargadas producidos por los edificios que la rodean. Según avanzan las sombras, se van terminando las actividades en el recinto y este se va quedando vacío.
Hace rato que termino el partido de futbol y solo al fondo del recinto deportivo, es la única zona del recinto que tiene una bombilla eléctrica y por lo tanto está iluminada, hay actividad. Un grupo de adolescentes, chicos y chicas, siguen jugando al karaoke, y se entretienen cantando y bailando Kuduro. Ese ritmo musical angolano mezcla de perreo, regatón y sonidos tradicionales africanos, pero con un ritmo mucho más rápido, frenético y salvaje, y que aquí en N’dalatando se escucha en cualquier lugar, a cualquier hora y en cualquier situación.
Antes de que anochezca completamente nos despedimos de nuestros compañeros de partido y nos dirigimos tranquilamente hacia la salida. Al llegar al coche decimos adiós a nuestros pequeños amigos que nos han acompañado hasta aquí.
- Tenho fome, padre- Tengo hambre, padre nos dicen como despedida todos a la vez. Miro a Txema esperando que me diga que debemos hacer
- ¿Tienes los caramelos? – Me pregunta
Busco en mi mochila y saco los caramelos que nos dio el mauritano del colmado. Le doy la mitad a mi pequeño amigo y reparto los otros entre el resto de niños. Cuando me monto en la camioneta, observo por el retrovisor como a mi amiguito le están quitando los caramelos los niños más mayores. Hacemos el camino de vuelta, estamos contentos, hemos pasado una magnifica tarde, jugado un rato y nadie ha salido lesionado. Nuestra siguiente parada, es la “roulotte” que tenemos cerca de casa.
No es el bar más elegante de N’dalatando ni el más grande ni tampoco el más bonito, siendo sinceros ni siquiera es un bar, pero el “Maceiras” que así se llama, es parada obligatoria ya que está al lado mismo de nuestra casa. Además, el hecho de que seamos siempre más o menos los mismos parroquianos los que nos juntemos allí, hace que se haya creado una especie de vínculo entre nosotros y te sientas un poco como en tu barrio, con tus amigos de siempre en tu bar de toda la vida. Tras pedir unas cervezas para Txema y para mí y un refresco para Xavier, nos acercamos a la única de las dos mesas que tiene el local que está libre. Xavier y yo nos sentamos en el banco de cemento que como un collar rodea la mesa que está hecha del mismo material, Txema se sienta en un lateral de la misma. En la mesa de al lado los vietnamitas, al igual que todos los dueños de colmados son de Mauritania los albañiles de cualquier obra en Angola son todos de Vietnam, que trabajan en la construcción de una casa cercana, después de terminar su jornada, beben unas cervezas mientras bromean entre ellos. El más joven de ellos con un gesto nos hace cómplices de una de las bromas, todos reímos y hablamos de mesa a mesa en una mezcla de portugués, vietnamita, español y lenguaje de signos. Entre trago y trago comentamos entre nosotros lo acontecido en los partidos jugados un rato antes.
Es ya noche cerrada cuando después de estar un rato allí sentados aparece como es habitual el pequeño y menudo albañil portugués que vive en la casa de dos pisos que hay justo al otro lado de la calle, nos saluda, se sienta a nuestra mesa, pide una cerveza y sin solución de continuidad nos comienza a contar su día quejándose como todas las tardes de su suerte, de lo mal que le tratan sus jefes y de lo miserable que es su vida.
Estamos a punto de pedir otra ronda de cervezas, cuando aparece Adriana. Es el momento en que Xavier, se despide de nosotros con un apretón de manos para regresar a su casa, ya que nos dice tiene obligaciones familiares. Le preguntamos si quiere que le acerquemos con el coche, nos dice que no, y le vemos alejarse andando, con sus deportivas en la mano. Adri tras preguntarnos si queremos otra cerveza compra tres cervezas y se sienta a nuestro lado. Nos pide que le contemos con detalle cómo ha sido el partido.
Algunos de los chicos con los que hemos jugado al baloncesto, son vecinos nuestros, viven por el barrio y se acercan a saludarnos cuando nos ven, felicitan a Txema por sus tiros y charlan brevemente con nosotros. Queremos comprar algunos refrescos para compartir con ellos, pero no aceptan la invitación. Al poco, cuando la conversación decae, se despiden y se van.
Los vietnamitas de la mesa de lado, siguen con sus risas y juegos. Un par de cervezas después es nuestro turno de despedirnos. Nos despedimos del portugués y con un gesto de cabeza decimos adiós a nuestros vecinos asiáticos. Hemos decidido ir a cenar a “La Charcutería” un local situado en uno de los “musseques” que hay al otro lado de la ciudad y que ofrece unas ricas hamburguesas y perritos calientes amenizados con música en directo a cargo de grupos locales. Sonara principalmente Kuduro pero también puede que suene algo de Semba, sonidos tradicionales angolanos pero con mucho mas ritmo y que tras pasar a América de la mano de los esclavos dieron origen a la samba brasileña, o Kizomba, y reconozco aquí mi incapacidad para dar una definición que permita diferenciar la Semba de la Kizomba, salvo que quizás esta última puede ser más bailable al tener influencia de ritmos como el tango o el bolero.
Pero antes de eso, nos espera el último reto del día, que no es pasar por casa para ducharnos con agua fría, la casa no tiene agua caliente y tenemos que andar calentando agua en cacerolas, sino especialmente conseguir ganar la lucha para echar a las gigantescas cucarachas africanas que han hecho de la bañera su segundo hogar. Pero eso es otra historia que contaré en otro momento o quizás no.
PINCHA AQUÍ PARA VER LA GALERÍA A TAMAÑO REAL