Viajero desde
11/3/2020
Nick: HELIOGOBALO |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: julio
Desde la llha, Luanda tiene un cierto aire manhataniano con sus modernos rascacielos de acero y cristal. Edificios que por la noche se iluminan con neones de colores y luces parpadeantes que hacen que se reflejan en las oscuras aguas de la bahía y que recortan contra las fachadas de los mismos las siluetas de los barcos cargueros atracados en el muelle, dándoles a estos monstruos de acero un falso aire liviano y fantasmal.
La llha es una lengua de tierra de unos tres kilómetros de largo y no más de 600 metros de ancho que cierra la bahía de Luanda por el oeste. Esta recorrida en su totalidad por una carretera asfaltada sin muchos baches que la divide en dos y no solo físicamente. Su lado interno, el que mira hacia Luanda y a la bahía es una zona popular. Aparte del un poco decadente club de yates de Luanda, del cuartel general de la armada angolana con sus altos muros pintados de blanco y coronados por un destensado y oxidado alambre de espino que más que disuadir invita al asalto, y de los restos abandonados y semiocultos por la vegetación de lo que una vez fue un pequeño parque de atracciones toda el espacio está abarrotado de casas de cómo mucho dos plantas de altura, de humildes tiendas de todo tipo, algún que otro hotel y de pequeños restaurantes que lucen nombres como Churrasquería “A Teimosa” , “Piri Piri da ilha” o “A Quinta de tía Guida”, escritos en pequeños letreros pegados a la pared, o pintados directamente los nombres sobre la puerta de entrada. Son locales populares y de precios accesibles y sobre todo y lo más importante donde se come muy bien.
Así en la "A Quinta...” nada más cruzar la puerta, te encuentras con un patio cubierto por un techo de uralita y planchas onduladas hechas de plástico de colores. Es un patio con suelo de tierra apisonada, y en el que hay diseminadas algunas mesas de plástico cubiertas por hules también de colores, con sillas como no podía ser de otra forma también de plástico, blancas o con el logo de alguna marca de cerveza en el respaldo y en el cual desde un rincón elevado una televisión emite telenovelas brasileñas, y es en este patio donde incluso antes aún de haberte sentado en alguna de las mesas, un hombre alto, fibroso, guapo, de pelo ondulado, que parece el gemelo guapo del exfutbolista del Madrid Karembe, vestido de la manera tradicional, camisa de una pieza sin botones y una falda larga ambas de vivos colores y decoradas con motivos africanos, después de saludarte te muestra en una bandeja los distintos pescados del día: carapaue o jurel, lubinas, chicharros… que disponen y en la que tú debes elegir cuál es el que te apetece comer. Una vez seleccionado el pescado el hombre desaparece en dirección hacia la cocina.
Es entonces cuando te sientas en una mesa y te dan la carta, una simple hoja de papel plastificada. En ella y bajo la mirada inquisitiva de la única camarera puedes elegir algunos entrantes como almejas, gambas, berberechos, pulpo o ensaladas para ir abriendo el apetito (aquí entre nos las almejas, aunque pequeñas eran riquísimas y los berberechos cocinados al vapor y con cilantro una delicia) los vinos - Douros y Vinhos verdes portugueses- o cervezas nacionales, Eka o Cuca o de importación Carlsberg que acompañaran al pescado que en esos instantes están cocinando a la brasa en la cocina. Es también en este momento cuando eliges la guarnición con la que quieres acompañar el pescado. Verduras de diversos tipos - judías verdes, brócoli, zanahorias - champiñones o patatas y también las salsas con que lo vas a acompañar. Esto último y para mí es un verdadero crimen ya que el pescado te lo sirven en su punto justo y no necesita ningún acompañante para disfrutar de su sabor. La única excepción quizás pueda ser un poco de Piri-Piri, la picante salsa casera que siempre está disponible en todas las mesas de cualquier restaurante angolano. ¿Su público? de lo más normal y diverso. Angolanos de clase media, portugueses que llevan aquí toda la vida y gente sin pretensiones pero que disfruta comiendo un buen pescado.
Pero es cruzar los dos carriles de la calle para dirigirse al lado que dar al mar abierto y el panorama cambia totalmente. No hay casas bajas, solo algún hotel de lujo, ni ningún tipo de tienda, solo amplias y extensas playas, grupos de palmeras, el sonido de las olas y algunos garitos con nombres como Look All, Macau, Caribe o Café del Mar. Son lugares de lujo y exclusivos con largas fachadas cubiertas en madera, o materiales nobles y delante de las cuales hay aparcados vehículos todoterreno de lujo. Son lugares en los cuales nada más entrar el jefe de sala, normalmente una angolana de tipo y belleza deslumbrante, te atiende y siguiendo tus indicaciones te asigna una mesa en la inmensa terraza con suelo de tarima y cubierta por toldos retractiles de suaves colores para proteger a los comensales del sol. Las mesas de madera están cubiertas con manteles de tela, y las sillas igualmente de madera comparten espacio con cómodos sillones y macetas con plantas tropicales. Todo esto, la agradable sombra, los colores, el verdor de las plantas junto a la brisa del mar proporcionan una sensación de frescor muy de agradecer en el asfixiante verano luandés. Igualmente te asigna un camarero impecablemente vestido que estará atento a tú más mínimo gesto. Son lugares que funcionan como restaurantes por el día y clubes de copas por la noche, con acceso a playas privadas donde europeas en biquini toman el sol tumbadas en hamacas y que no tienen nada más que levantar la mano para que un solicito camarero acuda a atenderles. Trabajadores de multinacionales petroleras, funcionarios de organismos internacionales, altos cargos angolanos y sus familias, famosos y celebridades locales todos guapos y de sonrisas deslumbrantes, tienen aquí su refugio.
Todo rezuma dinero y exclusividad.
La brisa del mar hace que las muselinas que cuelgan aquí y allá se muevan suavemente y esto junto a la suave música del chill out que suena por los altavoces hace que te relajes fácilmente mientras disfrutas de una cerveza de importación helada. En la carta de varias páginas y primorosamente encuadernada puedes encontrar brochetas de camaroes, variedad de arroces con bogavantes, de sangrías blancas hechas con champagne francés, cebiches de cualquier pescado, langostas preparadas de diversas maneras, mariscadas, ensaladas hechas con frutas exóticas, filetes de 1 kilo de carne de buey, parrilladas inmensas, vinos portugueses, sudafricanos, españoles, argentinos y licores de todos los países del mundo, todo son recetas elaboradas e internacionales. Todo ello a precios mareantes. Eso sí, en la mesa no hay piri-piri.
Unos metros más allá, invisibles y ajenos a esta fantasía, unos niños angolanos ríen felices mientras se bañan desnudos en el mar.
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