Viajero desde
11/3/2020
Nick: HELIOGOBALO |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: julio
Andamos por el centro de Bratislava, con Carlos como siempre siendo nuestro guía y anfitrión.
Es Bratislava, una capital pequeña y tranquila, que siempre ha estado un poco al borde de la historia y quizás por ello no es una ciudad monumental. Su catedral es pequeña, su centro histórico no demasiado impresionante y no tiene palacios fastuosos como su vecina Viena, tampoco estatuas en honor de próceres de la humanidad y sus edificios respiran dignidad, pero no nobleza y poderío. Pese a lo anterior no deja de resultar bonita y agradable.
Entramos al centro de la ciudad por una puerta abierta en la antigua muralla, cruzando un pequeño puente de piedra que está adornado con una estatua de Juan Nepomuceno, un santo que parece estar por todas partes en Eslovaquia. La puerta se abre bajo la torre del reloj, y al lado justo de la casa donde en tiempos vivía el verdugo que en sus tiempos muertos hacia también de barrendero. Avanzamos por una calle peatonal entre edificios de tres plantas de altura, con empinados tejados punteados de chimeneas y las fachadas pintadas en vivos colores y donde se abren decenas de ventanas. En los bajos de los mismos se disputan al turista los cafés, restaurantes y tiendas de recuerdos que han sustituido a las viejas tiendas que ahí había. Las calles del centro, en contraste con las del resto de la ciudad, están llenas de gente, mayoritariamente turistas. En la terraza de una cervecería unas decenas de hinchas croatas, vistiendo la camiseta ajedrezada de su selección siguen celebrando que ayer noche su equipo ganó 0-3 a los anfitriones.
Me fijo en que incrustadas en el suelo hay unas pequeñas señales en forma de corona. Carlos me explica que estas señales marcan el recorrido que seguían los reyes húngaros camino de su coronación en la catedral.
Siguiendo el trazado que marcan las pequeñas coronas cruzamos por delante de la bonita fachada que alberga a la Universidad Politécnica de Bratislava, antes de entrar a curiosear en el patio del palacio del primado papal. Dentro apoyada en un árbol hay una bicicleta. Me acerco, para mi sorpresa resulta que la bicicleta no es de verdad, es una escultura.
En nuestro paseo, llegamos a la plaza del ayuntamiento, donde hay colocadas, pequeñas duchas que vaporizan agua, y por donde la gente pasa para refrescarse y para combatir los rigores estivales. En Sevilla en agosto quisiera ver yo a esta gente.
Y si es verdad que Bratislava no puede competir con Praga o Budapest en cuanto a edificios magníficos donde sí destaca es por sus originales estatuas. Pasamos delante de una estatua que representa a un personaje del siglo XIX. Un vecino de la ciudad, un personaje real. Era un hombre que, vestido con traje y chistera, regalaba flores a las mujeres con las que se cruzaba, lo que hoy en día llamaríamos un acosador. Tenemos también algo más allá la estatua de un soldado napoleónico que apoyado en un banco, mira distraídamente el trajín de la gente en la plaza mayor. Cerca de esta última estatua está la de un soldado, eslovaco este, impasible el ademán, haciendo guardia en su garita.
Pero sin duda la estatua que más fama tiene y la más conocida y fotografiada, la más recordada es la que llaman el mirón y que representa a un obrero saliendo de una alcantarilla. Debido a su colocación en el suelo, ha sido descabezada un par de veces por los coches que circulan. Y es por ello que el ayuntamiento puso la placa de “Man at work” justo encima de la misma para avisar a los conductores despistados.
Hay o debería decir había otra estatua famosa, aunque ahora mismo solo queda su lugar vacío en la esquina donde se encontraba y que responde al nombre del paparazzi. La historia de esta estatua es curiosa ya que era propiedad de un conocido café, que, al mudarse de sitio, y pese a los intentos del ayuntamiento para que la dejase en el lugar se la llevó consigo. Para poder contemplarla ahora, hay que ir al lugar donde se ha mudado el restaurante. Justo el mirador giratorio que hay en la parte superior de la torre existente encima del nuevo puente que cruza el Danubio.
Como cualquier otra ciudad eslovaca que se precie tiene Bratislava un castillo. El castillo blanco, es su nombre y desde lo alto de una colina, domina toda la ciudad. Es un edificio grande y cuadrado al que se accede por una imponente escalinata flanqueada por estatuas gigantescas, y que representan hechos de armas, más figurados que reales creo yo, y mucho más bonito por fuera que por dentro. Un castillo que merece una visita para pasear por sus varios jardines y para disfrutar de sus vistas que nos permiten ver toda la ciudad. Desde la cercana catedral, está literalmente a los pies del castillo y se dice que los cañones del mismo apuntaban a la catedral, para asegurarse la lealtad del clero, al gigantesco puerto fluvial, donde se ven decenas de contenedores y mercancías esperando ser estivados y al fondo del paisaje, apenas a cinco kilómetros, los montes que nos indican la presencia de Austria. Reconozco que antes de entrar a la fortaleza nos entró algo de miedo, ya que en los jardines que rodean los muros del mismo hay un cartel que en eslovaco y en inglés que advierten literalmente que esa zona no ha sido tratada químicamente y que paseas bajo tu propio riesgo. Adri y yo nos preguntamos a que se puede referir el cartel, y hacemos la ronda un poco acongojados, pensando que nos podemos estar contaminando de alguna enfermedad o peor aún acabar siendo los protagonistas feos de una película de zombis. Posteriormente sabremos, gracias una vez más a Carlos, que lo que realmente indica el cartel es que en invierno en esa zona no será tratada para evitar que la nieve se hiele y que si te resbalas es todo culpa tuya. Básicamente, se lavan las manos
Tiene también la ciudad un monumento erigido en honor de los soldados soviéticos que liberaron el país de las tropas nazis. Es un mausoleo gigantesco, donde están escritos en las paredes los hitos de la liberación, nombre de la ciudad y año de su liberación. En el frontal bajo una imagen de un valeroso soldado, determinación en su rostro, firmeza en su gesto, muy realismo socialista la figura, hay una llama votiva donde siempre hay flores frescas. El edificio está rodeado de un pequeño jardín cementerio donde se entremezclan los restos de soldados y oficiales soviéticos junto con miembros de la resistencia eslovaca. Vemos a parejas de enamorados que suben hasta aquí para hacerse fotos. El monumento curiosamente, o puede que no, está en el barrio más pijo de la ciudad, en lo alto de una colina que domina toda la capital, frente a la embajada de china y muy cerca de la embajada de los EEUU, que resulta ser una copia en pequeño de la casa blanca.
Pero si algo puede presumir Bratislava es de sus alrededores. Alrededores cubiertos de densos bosques de abetos, recorridos por multitud de senderos, que cubren los montes que rodean la ciudad a los que se puede llegar en un coqueto tranvía y que son los preferidos por los habitantes de la ciudad para pasar los domingos, ya sea para hacer un picnic en alguno de los espacios habilitados para ello, para recorrer alguno de los múltiples senderos acompañados de sus perros, tomar algo en alguno de los pequeños restaurantes o si es invierno ir a esquiar en alguna de las pistas que están construidas a propósito y que en verano sirven como inigualables miradores..,
Y desde aquí quiero dar las gracias a Carlos y Tania que tan amablemente nos han acogido en su casa durante estos días y han sido unos anfitriones, traductores español-eslovaco y eslovaco-español y guías insuperables. Además de pacientes para explicarnos la idiosincrasia y costumbres del país. Gracias
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