Viajero desde
11/3/2020
Nick: HELIOGOBALO |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: julio
Es el día que da comienzo al Ramadán y hemos quedado con Shadeek en la puerta de la muralla que da al mercado. Caminamos despacio ya que las calles de la medina están llenas de gente y es difícil avanzar. Al llegar a la puerta, Shadeek ya está allí, como siempre con su sempiterno cigarrillo de marihuana colgado de los labios, nos hace un gesto con la mano y nos acercamos. Nos pegamos a un lado del muro para dejar pasar a la riada de gente que no deja de pasar por la gran puerta y así poder charlar con tranquilidad.
- Buenas tardes- le saludamos.
- Hola, buenas tardes - nos dice - he conseguido, que os acepten en la fiesta de mi “Gnawa”, de mi cofradía. He estado hablando con ellos y al final no he tenido más remedio que pagar para que os dejen entran.
- Gracias, cuanto te debemos.
- De nada - nos responde, mientras hace un gesto con la mano, indicándonos que nos olvidemos del dinero.
- Como esta todo de gente ¿no? pregunta Gloria.
- Sí - dice mientras da una ligera calada a su cigarro - hoy es una gran fiesta. es parecido a vuestras procesiones de Semana Santa
Al poco de la calle que sale de la medina y se introduce en la parte nueva de la ciudad nos comienza a llegar un sonido. Al principio solo es como un rumor y va creciendo para acabar llenando todo el ambiente, impidiendo la conversación. Se oyen crótalos, “bendir” o panderetas, “darbukas” o yembés, “Riq” o grandes panderos y el sonido de las “zurnas” que asemeja a la de las dulzainas. Al poco vemos al grupo de músicos, no más de seis, seguidos de un gentío que va batiendo palmas. Shadeek nos indica que esa es su cofradía y que debemos unirnos al grupo. Aprovechando un hueco en el rio de gente nos unimos a la marcha. Empezamos nosotros también a acompañar el sonido de los músicos dando palmas. El ambiente es festivo, nada solemne, no tiene nada que ver con una procesión cristiana. En la multitud se mezclan ancianos que van danzando mientras ríen, mujeres vestidas a la manera tradicional -caftanes de colores profusamente adornados y bordados con primor- que de vez en cuando van soltando prolongados gritos, niños en pantalones cortos que corretean incansables por todos lados, familias completas cogidas de la mano, hay también algunos turistas como nosotros. Se respira alegría, la gente se para en alguna de las múltiples pastelerías y compran dulces típicos que reparten entre las personas que se encuentran cerca, también se comparten las bebidas. Los músicos que llevan los pequeños yembés, sin parar de andar, los lanzan al aire y cuando los recogen siguen tocando como si nada. Entre la gente, circulan vendedores de globos, de juguetes, de almendras garrapiñadas. Muchos hombres van fumando cigarrillos de marihuana, quizás eso ayuda a que todo el mundo sea amable, ría y parezca feliz.
Recorremos junto a la multitud las calles de la medina, la gente mira el festejo desde los balcones de sus casas y aplaude. Al llegar a una plazuela, la música repentinamente cesa. Se oyen risas, palabras dichas en árabe, poco a poco el griterío comienza a disminuir y todo comienza a tranquilizarse, la gente con desgana comienza a irse a sus casas. No quedan muchas personas en la plaza cuando vemos aparecer de nuevo a Shadeek al que habíamos perdido de vista al principio, cuando nos unimos a la fiesta.
- Venid conmigo - nos dice - ahora tenemos que ir a la casa.
Felices, le seguimos. No andamos mucho cuando nos paramos frente a una casa encalada y con ventanas pintadas de azul, el mismo color que tiñe la puerta, Shadeek llama golpeando la puerta con los nudillos y después de unos instantes esta se abre. Nuestro amigo habla con alguien, y haciéndose a un lado nos dejan pasar al interior. Ante nosotros se abre un pequeño patio cerrado, de blancas paredes, con el suelo cubierto de pequeñas piedrecillas, y justo en medio del patio hay un gran árbol que se asoma al exterior por medio de un agujero circular que se ha practicado en el techo. Reconozco que no me hubiese sorprendido más de encontrar allí al mismísimo rey de marruecos. Nos quedamos en la entrada mientras Shadeek sigue hablando con alguna de las personas que hay allí. Al poco aparecen unas mujeres y se llevan con ellas a Alba, Gloria y Adriana. Veo como se pierden tras una celosía.
Nosotros seguimos a Shadeek y nos dirigimos a la zona de los hombres. Cuando entramos en el cuarto hay siete u ocho hombres, todos de mediana edad, vestidos con chilabas de rayas y vistosos colores y conversando animadamente entre ellos en árabe. Nadie nos presta atención. Alguien pasa una bandeja con té y refrescos. Cogemos dos pequeños vasos de té. Miguel y yo charlamos entre nosotros, mientras en el medio de la habitación se va montando una gran mesa baja, circular. Cuando la mesa esta lista, con un gesto nos indican que debemos sentarnos, lo hacemos todos en el suelo alrededor de la misma. Del otro lado de la celosía, oigo la voz de Adriana diciendo algo, seguida de las risas de varias mujeres. Al poco de sentarnos, aparecen dos hombres llevando entre los dos una gran bandeja llena hasta rebosar de cuscús y pollo, la depositan con cuidado en medio de la mesa. Los hombres sentados alrededor de la mesa, aunque no les entiendo nada de lo que dicen, parecen comentar por los gestos la buena pinta que tiene el plato. Nos dan unas servilletas y un pequeño cuenco con agua. Miguel y yo no tenemos nada claro que es lo que debemos hacer con la servilleta y el agua y esperamos a ver qué es lo que hacen nuestros compañeros de mesa para imitarles. En un momento dado y sin previo aviso, nuestros compañeros de cena al unisonó se lanzan con sus manos a coger pollo y cuscús de la bandeja. Miro a mi vecino de la izquierda, un hombre mayor con el rostro lleno de arrugas, y veo como coge un pollo con su mano derecha, lo parte y se lleva el trozo a la boca y volviendo a dejar la pieza en la bandeja, sin tiempo a terminar de masticar el pollo, coge una porción de cuscús con los dedos y se los introduce en la boca, me mira y sonríe, sin dejar de masticar me dice algo que no entiendo, mientras me hace un gesto con los dedos, indicándome que parte de la bandeja me corresponde.
Ya sin vergüenza y viendo que como no espabile no como, imito a mis vecinos y recordando no utilizar la mano izquierda para nada, cojo parte de un pollo y desgarro un muslo que me meto en la boca, acto seguido introduzco los dedos en la masa de cuscús y llevo mi mano bien cargada a la boca. Miguel y yo hablamos poco ocupados como estamos en defender nuestras respectivas raciones de sémola. Está delicioso, tiene pasas, piñones, diversas especias. Los hombres comen con ganas, conversan entre ellos, de vez en cuando dejan de comer para tomar un sorbo de su vaso de té o de refresco. El gran montón de comida va disminuyendo rápidamente. Del lado de las mujeres siguen llegando risas. Los hombres terminan de comer, en la bandeja solo quedan las carcasas de los diversos pollos y una pequeña cantidad de cuscús. En ese instante, meten sus manos en los cuencos con agua y se lavan las manos, a continuación, se las secan en las servilletas, algunos eructan notablemente satisfechos. Miguel y yo les imitamos y lavamos nuestras manos llenas de grasa en el agua y no secamos con las servilletas. Los hombres ríen, mientras con los dedos se sacan restos de pollo de entre los dientes.
Tras un pequeño descanso algunos hombres se levantan y cogen sus instrumentos musicales. Todos nos levantamos y seguimos a los músicos, llegamos a otra sala donde nos hacen colocarnos de pie detrás de un pequeño muro. Hay velas olorosas colocadas en el suelo y en los pequeños muretes. Frente a nosotros están las mujeres. Los músicos empiezan a tocar sus instrumentos, la música empieza como antes en la calle a llenarlo todo. Las mujeres empiezan a dar palmas de forma sincopada y nosotros las imitamos. Al poco una mujer mayor, gruesa, vestida con una blusa que le deja los brazos al descubierto y una gran falda se destaca entre el grupo y se coloca frente a los músicos, cubriéndose la boca lanza un grito, que mantiene sostenido en su garganta durante unos segundos como hacen las bereberes, y empieza a girar sobre si misma mientras mueve su cabeza en círculos. Instantes después el pañuelo que le cubre la cabeza se cae y su pelo queda suelto, tiene una melena larga, que con los movimientos de cabeza hace que forme un molinillo. Deja de girar sobre sí misma, ya solo mueve su cabeza y sus brazos. Mientras la velocidad del pelo de la mujer va aumentando, también lo hace el ritmo de la música y nosotros aumentamos también la frecuencia de las palmadas. En un momento dado la mujer deja de mover su cabeza, respira rápidamente y agitadamente, su mirada está ausente, grandes gotas de sudor recorren su frente. Reanuda su frenético movimiento de cabeza, su cabello negro vuelve a volar. No sé el tiempo que la mujer está moviendo su cabeza. En un momento dado deja de moverse y cae de rodillas, dos mujeres salen y recogiéndola por los brazos, la ayudan a levantarse, la música baja su intensidad. Se deja de dar palmas y la mujer con la ayuda de sus amigas se pierde entra las otras mujeres. De nuevo la música empieza a elevar su tono, de nuevo comienzan las palmas, ahora salen dos mujeres, algo más jóvenes que la anterior, pero vestidas igual y que llevan su pelo sin cubrir recogido en unas largas coletas, se ponen una frente a la otra, agachan su torso y empiezan a mover su cabeza las dos al unisonó, como antes las palmas comienzan a batir con más brío y la música sube otro cuarto, las mujeres cada vez mueven la cabeza más deprisa, el pelo golpea contra el suelo en cada giro de cabeza que dan, las mujeres entran más profundamente en éxtasis, empiezan a arañarse el rostro y se hacen cortes con una cuchilla en los brazos de los que se desprenden pequeñas gotas de sangre. Estoy absorto en la danza, las mujeres en un momento dado empiezan a girar la una frente a la otra, como dos cuerpos celestiales unidos por la ley de Newton. El ritmo ahora es frenético, las mujeres giran, mueven su cabeza, se arañan, se cortan, de su rostro y sus brazos caen gotas de sangre y sudor al suelo. Del lado de donde están las mujeres salen gritos, los hombres baten palmas frenéticamente. Todos entramos casi sin quererlo un poco en trance. Sin saber muy bien cuando, noto que la música se está haciendo más pausada, más tranquila, hasta llegar poco a poco a cesar. Las mujeres también han ido haciendo sus movimientos más lentos, menos enérgicos hasta que ellas también se quedan paradas, recogidas sobre su regazo, con las piernas dobladas. Poco a poco van volviendo en sí, se enderezan y su respiración agitada, se empieza a normalizar y su pecho deja de subir y bajar violéntame.
Busco con la mirada a Adriana, en su rostro imagino que al igual que el mío, se refleja la tensión del momento. Las darbukas, los bendir y las zurnas incansables comienzan de nuevo a llenar con su sonido la habitación, ahora es un hombre el que sale al centro de la habitación, lleva en su cabeza una especie de bonete terminado en un rabillo alargado. Al igual que las mujeres el hombre eleva sus brazos y comienza a girar sobre si mismo, mueve su cabeza y el largo rabillo, se empieza a asemejarse el pelo de las mujeres. Volvemos a batir palmas. El hombre gira, suda, pero pese a todo no llega a la intensidad de las mujeres que han danzado antes. El hombre termina de danzar. Shadeek se acerca a nosotros
- Ahora os tenéis que ir, lo que viene a continuación ya no lo podéis ver, es solo para miembros de la cofradía - Nos dice.
- Gracias - atinamos a decir.
Él nos saluda, llevándose la mano al pecho.
Salimos de la casa y miro la hora, me quedo asombrado han pasado más de tres horas desde que entramos y sin embargo todo ese tiempo se me ha pasado sin sentirlo. Andamos despacio por las ahora vacías calles, ninguno dice nada. Estamos todos impresionados, mi cabeza es un torbellino de sensaciones donde aún resuenan los tambores y las palmas que se mezclan con las imágenes de las mujeres danzantes, con la sangre y el humo de las velas. No sé quién suelta un joder que fuerte y en ese instante nos paramos los cinco.
- Que os ha parecido – pregunto
- Buf - resopla Miguel- impresiónate - no sé qué decir.
- No tengo palabras -comenta Adriana- aún no lo he procesado
- Acojonante – dice simplemente Gloria
La única que no dice nada es Alba, quizás debido a que pese a que es una niña muy despierta solo tiene trece años.
Llegamos a la casa, y subimos a la azotea, nos sentamos. La ciudad este en calma y aún quedan varias horas antes de que amanezca y desde el mar, nos llega el relajante sonido de las olas. Nos servimos una copa y nos ponemos a mirar el cielo estrellado.
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