Viajero desde
12/11/2011
Nick: MATOLA |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: ANTONIO
ESTO NO ES MADINGLEY
Crónica de dos viajes muy diferentes
Nueve de Julio de 2011. Después de casi tres horas de viaje, llegamos por fin a la Sierra de Segura, y al camping donde nos esperaban nuestros amigos. Lo primero que comprobamos es que no hay cobertura para los móviles, por lo que no podemos ponernos en contacto con ellos.
Al entrar al camping, vemos grandes montones de basura al lado del camino; éste es de tierra, por lo que se levantan grandes nubes de polvo, que está por todas partes: en los senderos, en las tiendas de los acampados, sobre los árboles. Hace un calor agobiante: el termómetro del coche marca 39 grados.
No todo es malo: por suerte, tanto nosotros como otra pareja, no nos alojamos en el camping, sino en un hostal que hay junto al mismo. La habitación es amplia y cómoda, está limpia y la chica que nos atiende es muy amable. A continuación, nos vamos al restaurante, la comida es buena y económica y el camarero que nos atiende es simpático. Mientras comemos, recordamos el anterior viaje que habíamos hecho.
21-14 de Abril. Viaje a Cambridge. Viajamos con un grupo de 15 personas, acompañados por una profesora de la Escuela de Idiomas. Esta escuela es la que organiza el viaje. A lo largo del mismo, podremos conocer a esta mujer, que resulta ser una persona encantadora, simpática y amable, siempre dispuesta a ayudar y a que nos podamos entender; sin ella, el viaje no hubiera sido lo mismo.
Nos reunimos en el aeropuerto de Alicante, desde donde volamos a Luton. Aterrizamos después de dos horas de viaje, y allí nos espera el que será nuestro guía durante los tres próximos días. Se llama Matt, y es un hombre amable y educado; nos lleva en el minibús, que será nuestro medio de transporte en estos días, a un lugar llamado Madingley, a cuatro kilómetros de Cambridge.
Madingley Hall, es un típico castillo inglés del siglo XVII. Nada más verlo, quedamos impresionados por la belleza de la construcción, y su entorno. Varias hectáreas de jardines perfectamente cuidados, con grandes extensiones de césped, setos recortados con formas de animales, arriates de flores, senderos donde se pueden ver toda clase de árboles, un prado con vacas, un lago, y con ardillas y conejos correteando entre los árboles.
En el interior recorremos largos pasillos enmoquetados, para llegar a nuestra habitación, que cuenta con magníficas vistas al jardín. Todo está limpio y cuidado. Tenemos un hervidor de agua, té, café, leche, todo ello gratuito.
Nuestro guía-conductor nos deja en el hotel, para que podamos descansar y asearnos, y vuelve a recogernos a las dos horas. Nos lleva a visitar Cambridge, y cenamos en un restaurante italiano. A pesar de que nos hemos conocido ese mismo día, el ambiente entre el grupo es alegre y distendido, se nota que tenemos ganas de pasarlo bien. Al día siguiente, al igual que sucederá el resto de los días, desayunamos en la biblioteca del castillo-hotel. Es un gran salón rectangular, donde a lo largo de las paredes, están alineados libros de todo el mundo. Hay buffet libre, zumos, frutas, mermeladas, cafés, tés, lo que a cada uno le apetezca. Nos sentamos todo el grupo a una larga mesa, donde todo está ya preparado. Nuestro guía-conductor nos recoge puntualmente a la hora acordada. Recorremos la ciudad de Cambridge, visitamos el Trinity College, en St. Jhon,s College y otros varios edificios de la Universidad; paseamos por preciosos parques muy bien cuidados, y nos llama la atención que, a pesar de estar llenos de gente, especialmente grupos de jóvenes que comen sentados en el césped, no hay en el suelo ni un sólo papel, ni nada de basura o desperdicios abandonados. Comemos en un pub típico (Fish an chips), que está delicioso. Después de comer, visitamos el jardín botánico, con ejemplares de árboles y plantas de todo el mundo; a pesar de ser muy bonito, no puede compararse con los jardines del hotel, éstos mucho más cuidados y con más colorido. A continuación visitamos el Cementerio Americano. Es un parque, donde nos dicen que no hay nadie enterrado. Se trata de un memorial, en homenaje a los soldados caídos en la batalla de Inglaterra, con cientos de cruces blancas, con los nombres de los soldados grabados en las mismas. En este lugar yo pongo la “nota de color”, al protagonizar una espectacular caída, desde unos escalones que no había visto, por ir manipulando la cámara de fotos. Me hago un raspón en la barbilla. Nada grave.
Cenamos en un restaurante indio, donde hay un ambiente exótico. Los camareros van ataviados con uniformes rojos, la música ambiental es muy relajante. Nuestro guía dedica largo rato a explicar cómo tenemos que elegir los platos. La comida es muy picante, y nos sirven una gran cantidad de platitos diferentes: arroz, verduras, patatas, etc. como acompañamiento de los platos principales; me gustó mucho, tanto el ambiente como la comida.
Después vamos a un pub donde pruebo por primera vez la cerveza negra, está ligeramente amarga y muy buena. Hay gran cantidad de gente, que beben casi todos cerveza. Hablan animadamente, y me extraño de que no haya música. Le pregunto a nuestro guía, y me dice que en los pubs no suele haber música, que lo que se hace es “drink, drink, drink, talk, talk, talk” (beber, beber, beber, hablar, hablar, hablar). El ambiente en nuestro grupo sigue siendo muy agradable.
El sábado, mi mujer y yo nos levantamos muy temprano; miramos por la ventana, y con la luz de esta primera hora, el jardín se ve precioso, algunas de sus partes envueltas en brumas. Después de tomarnos un té, salimos a pasear. Hace frío, pero la belleza del lugar, hace que disfrutemos del paisaje. Recorremos los senderos, las orillas del lago, vemos los conejos y las ardillas, y pasamos un largo rato visitando todos los rincones del jardín. También vemos una antigua capilla, con algunas tumbas a su lado, parece ser que allí están enterrados algunos miembros de la antigua familia propietaria del castillo. Cuando llegamos a desayunar, ya está todo el grupo sentado a la mesa.
Este mismo día, hacemos “punting” por el río Cam (paseo por el río, en unas barcazas impulsadas por una pértiga que se apoya en el fondo). Nos ofrecen que uno de nosotros maneje la pértiga, y dirija la barca, pero no confiando en saber hacerlo, preferimos que nos lleve un empleado. El que nos toca a nosotros, es cuando menos original, luce una melena y barba bastante descuidadas, y va a “pecho descubierto”, sin camiseta, ya que ese día hace bastante calor. Nos va explicando lo que vemos, en clave de humor. No entendemos casi nada, pero pasamos un buen rato. A lo largo del recorrido vamos viendo los edificios históricos, así como los parques que bordean el río, con una increíble gama de verdes en su vegetación. A la hora de comer, nuestro guía nos deja que “nos busquemos la vida”. Nosotros dos entramos en un restaurante, y claro, como no sabemos inglés, señalamos en la carta unos platos al azar; la comida que nos traen no es, ni por casualidad, lo que nosotros creíamos que habíamos pedido, pero bueno, algo hay que comer.
Por la tarde nos lleva a un pueblo cercano. Donde vamos al “Jardín de Té”(uno de los sitios donde mejor me lo pasé del viaje). Se trata de una especie de kiosko donde sirven té, café, refrescos, tartas, bollería, mermeladas, cremas, etc.; cogemos nuestra bandeja, donde hemos puesto lo que hemos pedido, y vamos a un jardín donde hay hamacas de lona y mesas, donde puedes estar el tiempo de quieras tomando tu consumición. En nuestra mesa está Matt, que sólo habla inglés, y una pareja que, por supuesto, sólo habla español, y pasamos un rato divertido tratando de entendernos, cosa que no conseguimos.
Al día siguiente toca volver a casa; los días que hemos pasado en Cambridge y Madingley, han sido muy agradables, el tiempo también ha acompañado (No ha llovido ningún día, más bien hemos pasado calor). Nuestro guía nos lleva al aeropuerto de Gatwick, donde cogeremos el avión de vuelta. El trato de Matt ha sido exquisito, y nos despedimos de él con cierta nostalgia, y le entregamos una tarjeta firmada por todos.
Una vez en la terminal, y dispuestos a embarcar, yo vuelvo a ser protagonista: cuando paso el “arco”, aquello se pone a pitar (me he olvidado sacar las monedas del bolsillo). Un policía me cachea, me hace quitarme los zapatos y parte de la ropa, y ya me veía yo si poder volver a España ¡vaya susto!. Una vez en el avión, estamos cerca de dos horas, haciendo cola en la pista, ya que hay varios aviones que tienen que despegar antes que nosotros.
Después de unas dos horas de vuelo, llegamos a Alicante. Nos despedimos de nuestros compañeros de viaje, con el deseo de volvernos a ver. Como suele ocurrir en estos casos, no nos hemos visto.
Volvemos a donde estábamos: Sierra de Segura.
Cuando por fin damos con nuestros amigos, por la tarde, ya que como no hay cobertura para los móviles, no habíamos podido hablar con ellos, están en la piscina, ya que el calor sigue siendo sofocante. Nos damos un baño en el río Segura (uno de los mejores momentos del fin de semana), el agua está helada, pero el cuerpo se acostumbra rápidamente al fresquito; nos dejamos arrastrar por la corriente durante un rato, y salimos “refrescados”. Cenamos en la terraza del restaurante, donde nos sorprenden con unos gigantescos platos combinados. Entre cena y sobremesa, con las ocurrencias y risas de unos y otros, nos retiramos a descansar ya bien avanzada la noche.
Al día siguiente, después de interminables kilómetros de carreteras estrechas con mucho calor, visitamos una aldea en el corazón de la sierra; es un pueblo muy bonito, con sus fachadas encaladas, y con unas vistas espectaculares del paisaje circundante, Las laderas que dan al norte están cubiertas de pinos, y las de la cara sur, a pesar de tener poca vegetación, son igualmente bonitas por sus impresionantes picos y peñascos. Visitamos también un pequeño hotel de montaña, y aprovechamos la sombra del porche para refrescarnos con unas cervezas.
De vuelta al camping ha llegado la hora de recoger tiendas y equipo, para después ir a comer y regresar a casa; nos disponemos a recoger la tienda-igloo, donde dos de nuestros amigos han pasado la noche. Nadie sabe cómo se pliega esta clase de tienda; nos ponemos entre los seis que somos a leer instrucciones y tratar de recogerla. Misión imposible: somos incapaces de doblar la tienda. Lo intentamos varias veces, nos partimos de risa, sudamos a chorros (volvemos a estar a 39 grados), y somos conscientes una vez más del calor y sequedad del ambiente. Al final, echamos la tienda al coche, atada de cualquier forma.
Nos vamos a comer, y una vez terminada la sobremesa, cogemos los coches y volvemos a casa. Hay que reconocer que lo hemos pasado bien, en compañía de buenos amigos, pero definidamente, “esto no es Madingley”.