Viajero desde
13/06/2007
Nick: ROPAVIEJA |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
|
Escribe el relato: Juan José Maicas Lamana
CIUDAD SEXY
El
alcalde de Berlín lo dijo muy claro: “No podemos dejar que nuestra ciudad deje
de ser sexy”. Esta urbe irradia energía. Cuenta con tres millones y medio de
personas de cien nacionalidades distintas; en ella viven trescientos mil gays y
lesbianas, muchos parados crónicos, artistas subvencionados y contestatarios
aburguesados. Los berlineses son famosos por quejarse de todo, pero sólo es una
fachada para un agudo sentido del humor.
Un frío paralelo al de Zaragoza me
espera en esta hermosa ciudad. Mi hotel, algo lejano, se encuentra cerca de un
aeropuerto que está llamado a desaparecer, pues se sitúa dentro del casco
urbano. En una primera visión a través de los cristales de mi autobús, conozco
la histórica puerta de Brandeburgo y el Reichtasg, sede del parlamento alemán.
Me dirijo al museo de Pérgamo, hasta aquí se trasladaron los restos
arqueológicos encontrados por los alemanes en muchas partes del mundo, la misma
rapiña de otros países occidentales. Desde luego…, tiene un gran interés.
Después de cenar medio metro de
salchicha y una cerveza (todo un clásico) en
Alexanderplatz, me introduzco en el U-Bahn (metro), al sentarme en una
butaca, ésta se dobla y voy a parar al
suelo, todo un espectáculo… La orientación es más complicada de lo que parece:
el metro, el bus, el tranvía… sus indicaciones en alemán lo dificulta todo.
Debo preguntar constantemente a los viandantes; en algunas ocasiones me
acompañan hasta el mismo andén donde debo tomar el siguiente metro, y eso
significa desviar a mi informante de su camino original.
La piel de Berlín está llena de
cicatrices en forma de canales navegables por los que circulan todo tipo de
barcos. Esto también contribuye a la humedad del ambiente, sobretodo si el día
aparece lluvioso como hoy. El agua va acompañada de ráfagas de viento que en
algún momento alcanzan velocidades de vértigo; mi escuálido paraguas de
fabricación vietnamita no resiste los embates y acaba rendido en una muerte
súbita.
La vanguardista cúpula de vidrio del
Reichstag es todo un símbolo para Berlín. Me recibe casi vacía, es todavía
temprano y el clima enemigo ha dejado a los turistas en sus confortables
hoteles. Una larga caminata a lo largo de un canal termina en el palacio de
Charlottenburg, antiguo y lujoso hogar de los reyes prusianos.
La tarjeta de transporte público,
con una duración para tres días, la estoy exprimiendo al máximo. Al fin alcanzo
la Postdamer Platz, aquí se encuentra lo nuevo, lo más moderno, la arquitectura
atrevida representada en una bóveda laica de cristal y hierro. Atardece, y el
perfil de los edificios se dibuja perfecto sobre el cielo. La iluminación y los
adornos, presentes en cada rincón, nos avisan de la cercana y consumista
Navidad.
Una hora de descanso y un reparador
té reconfortan mis cansados pies. Consigo caminar varios kilómetros hasta la
puerta de Brandeburgo, cerca de la antigua línea divisoria que tomaba la forma
de un muro de hormigón, pintado de coloristas graffitis, separaba a Alemania. Mi
sentido de orientación vuelve a fracasar, y necesito interrogar a varios
estresados viandantes para poder llegar a mi hotel. Los vuelos rasantes de los
aviones, entorpecen mi sueño. Berlín está respondiendo a mis expectativas, y
por supuesto, los ciudadanos berlineses.
Me hago una estúpida pregunta: ¿Es
posible que el defenestrado Muro de Berlín dé tanto de sí, como para que cada
visitante se lleve una pequeña piedra?, (parece que esto es así). Por cierto
pagada a precio de oro. Nunca lo sabré, creo… Pero desde aquí hago votos para
que el dinero obtenido por la venta de esta pared de hormigón armado no se
emplee para levantar otra frontera, aunque sea imaginaria; más bien se invierta
en la integración de todos los pueblos.
La conciencia ecológica de los
alemanes es muy alta. No hay calle en Berlín sin carril bici, ni
establecimiento comercial sin un aparca bicis. Además te la puedes subir
contigo en el metro. Han declarado la guerra a las bolsas de plástico,
para realizar las compras utilizan
bolsas de tela u otros materiales no contaminantes.
Es mi tercer día en la ciudad y
decido perderme por ella, sin rumbo. Pero no debe faltar mi visita al barrio de
Mitte, donde los alternativos, los ocupas y los antisistema han echado raíces.
El corazón de todo este mundo está en Tacheles, varios bloques de edificios
ocupados donde realizan todo tipo de actividades sociales, artísticas. ¡Qué
diferente!, la espontaneidad y el desenfado reinan. Los grafittis decoran las
fachadas, escaleras y habitaciones. La oferta
de conciertos sobre música independiente y electrónica es desmedida.
Después de esta experiencia, vendrá el barrio judío… luego el turco…, bastante
desintegrados y contaminados por la globalización.
Mis piernas ya no me obedecen por lo
que decido sentarme a tomar una cerveza. Un coqueto bar con una decoración
atractiva, distinta, me llama la atención, no lo dudo y entro; como no podía
ser de otra manera después de lo dicho anteriormente, resulta ser un bar gay.
Sobre una mesa alumbrada por una vela, estoy escribiendo estas líneas.
Durante estos días he recorrido
decenas de kilómetros por las entrañas de Berlín, montado en veloces vagones de
chapa. Soy un gran observador, y he conocido comportamientos y actos cotidianos
de este pueblo. He aprendido y comparado: ya no somos tan diferentes…
Es sábado por la noche, y las calles
se llenan de “chicas picantes” y lánguidos muchachos. EL ambiente nocturno
berlinés no debe envidiar a ningún otro. Hace unos días, soñaba que en una
hipotética reencarnación me gustaría convertirme en un músico callejero; pero
lo estoy pensando mejor… se ven muchas caras tristes y miradas apagadas en las
bocas del metro. Me meto en la cama con “La Insoportable Levedad del Ser” de
Kundera.
Callejeo, tomo un autobús, un
tranvía, camino, pregunto; una de las veces me responde una vallisoletana que
lleva casi toda la vida en Berlín, me acompaña durante una buena parte de mi
camino, ya no desprende nostalgia. Sin buscarlo del todo me aparezco en un
barrio turco; se sabe que esta comunidad es muy numerosa en toda Alemania.
Decido comer en uno de sus restaurantes. Es domingo y las calles están vacías,
los árboles desnudos, el pavimento húmedo. Berlín… sé de un lugar…
PINCHA AQUÍ PARA VER LA GALERÍA A TAMAÑO REAL