Viajero desde
13/06/2007
Nick: ROPAVIEJA |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: Juan José Maicas Lamana
Que difícil es hablar de Santiago
de Compostela y sin citar los omnipresentes tópicos que existen sobre esta
ciudad: El apóstol Santiago, los peregrinos, el Camino... los distintos Caminos
que se originan en media Europa. Es de justicia aclarar que la iglesia católica
se apropió de este ritual que consiste en peregrinar por las distintas etapas
del vial durante varios días hasta ganar el Xacobeo, una vez que han llegado
los caminantes a la catedral. Ahora se sabe que mucho antes, en tiempos de los
celtas, ya se peregrinaba por estas
sendas.
Hay una cara
de Santiago de la que no se habla tanto: por ejemplo de la fuerte movidilla cultural, consecuencia de
la importante universidad existente aquí
y que alberga a miles de estudiantes. Las calles reflejan todo esto de forma
singular, los hoteles, pensiones, habitaciones con wifi... Los pasquines
reclamando clientes y ofreciendo este tipo de viviendas, empapelan los postes,
farolas y muros a lo largo de las calles.
Una fina
lluvia convierte el granito en una superficie resbaladiza. Los edificios
construidos con este material están enfermos por la humedad. Los transeúntes se
colocan los gorros y esgrimen sus paraguas. El acostumbrado fenómeno
meteorológico no significa contratiempo alguno como para romper la dinámica
ciudadana, lo cotidiano, la inercia de la vida en una ciudad histórica; objeto
final para miles de ilusionados caminantes portadores de la concha y el bastón
de peregrino.
Los sufridos
caminantes conversan sobre sus aventuras vividas en su travesía mientras
atraviesan la gran puerta de la catedral; el olor a incienso los traslada hacia
la meditación y el recogimiento espiritual. Los botafumeiros se balancean
vertiginosamente haciéndose dueños del espacio.
Los
soportales delimitan las calles empedradas con pesadas losas, dibujando zigzags
con ligeras subidas, luego... bajadas, formando ligeros escalones, que hacen
que detengas la marcha delante de los comercios de recuerdos, restaurantes y de
las tentadoras tabernas, para que degustes los variados caldos de sus
excelentes vinos, acompañado por productos de la mar cercana.
El otoño
acelera la caída de la tarde; en el húmedo pavimento se reflejan los rústicos
faroles. Entonces, se crea un cierto encantamiento, que te hace trasladar el
pensamiento a épocas medievales, tiempos de meigas, y ruido de sables chocando contra los
soportales lavando ofensas y atendiendo desafíos.
Jóvenes
extrovertidos, recién acabada la jornada lectiva, contagian con sus risas y
cánticos la estrenada noche, y que para muchos de ellos, va a ser larga y
repleta de emociones; en un escenario único, en una ciudad diferente, bajo un
cielo ahora estrellado.
No dejó de
ser una sorpresa. El sol se ponía a mis espaldas, esperaba a que cambiara la
luz, a que fuera más tenue, para captar con mi cámara unas imágenes de la
fachada de la catedral. Casi era el momento; del interior proviene una famosa
sintonía de Beethoven tocada en el poderoso órgano del recinto religioso. En la
adoquinada y acogedora plaza del Obradoiro; apenas estamos ocho o diez
personas, entre ellos dos peregrinos recién llegados. El sol, a punto de
esconderse... hace que la luz diurna disminuya y se enciendan algunas farolas
de los soportales. Si no tenemos en cuenta a la casi inaudible música expulsada
por el órgano; el silencio se había
adueñado del lugar, creándose unos momentos muy especiales. Yo me sentía
un ser insignificante ante tanta monumentalidad concentrada en apenas
doscientos metros cuadrados. Es un lugar altamente protegido, el tráfico rodado
fue expulsado del lugar y las normas urbanísticas son extremas.
De verdad que
se había creado un momento especial, pero... a la vez, sucede en algún caso, se
intuía que aquello que estás viviendo no puede durar mucho y prevés que va a suceder algo que rompa la armonía.
Y así fue, y
por donde menos lo espero..., la desmesurada puerta de la catedral se abre...
las erosionadas escaleras laterales de viejo granito se convierten en las
improvisadas pasarelas de un espontáneo y elitista desfile de modelos. Ellos,
con impecable frac, ellas, con vestidos de diseño confeccionados en los más
prestigiosos talleres de la moda internacional; sus lustrosos rostros luciendo
un moreno nuclear. Las damas, una vez en el irregular empedrado de la plaza no
consiguen mantener el equilibro, alguna está a punto de dar con sus huesos en
las frías losas de granito.
Inmaculados representantes de la más poderosa burguesía
europea, así lo deduzco por sus rasgos y actitudes. No me parece identificar a
ningún español. Es evidente que estaban asistiendo a una importante y
protocolaria ceremonia; no me interesa sobre qué. El espectáculo que se ha
formado a los pies del recinto religioso es digno de no perderse detalle. Lujo
y poder desparramándose a borbotones por los laterales de la plaza. Gestos,
actitudes y movimientos danzarines por doquier. Jóvenes de insultantes cabellos
rubios y casi perfectos rasgos faciales flirteando con refinadas damas de
generosos escotes y ademanes cursis.
La noche se
apodera del espacio, las lentejuelas de las nobles telas se apagan y como si de
un teatro se tratará, los actores se retiran a sus camerinos. Una vez que se ha
bajado el telón de la noche. Me voy. Mis pensamientos y mis pies me trasladan a
otros escenarios menos ilustres, pero más cercanos.
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