Viajero desde
13/06/2007
Nick: ROPAVIEJA |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: Juan José Maicas Lamana
TIERRA DE BEREBERES
Esta región es la más contestataria de Marruecos, quizás por eso también la más castigada y olvidada por la monarquía absolutista. Aquí se fabrican y se llenan de inmigrantes las pateras con dirección a la “tierra prometida”. Mientras, en las humildes casas de adobe sólo quedan los viejos. Ver a una familia marroquí donde el hombre va montado en la burra y detrás, caminando, la esposa cargada con un fajo de leña en la espalda es algo muy común.
Desde las tierras altas de Ketama, entre las plantaciones de cánnabis se adivina la costa española, y si miras un poquito a la derecha en un día claro se observa un punto blanco, es el Mulhacen nevado. Un viaje en barco desde la frontera melillense hasta la ceutí, recortando la costa marroquí, dejando atrás el peñón de Alhucemas, (allí viví durante un año), Vélez, Perejil... va dejando imágenes y paisajes fuertemente grabados en la memoria. Cuando lo realicé por primera vez, debido a las circunstancias del momento, fue algo muy emotivo y trascendental para mí.
Al viajar por lugares míseros ves que no hace falta casi nada para vivir y te acostumbras fácilmente a esa forma de vida. Reverte lo afirma así en uno de sus libros, “cuando viajas a lugares lejanos, recónditos, de mucha escasez, caes en la cuenta de que pocas son las cosas para la vida”.
Retrocedí con la memoria en busca de algo que me trajera equilibrio, quietud. En definitiva, se trataba de conciliar el sueño. Enseguida recordé algo que me sucedió este verano.
Tomaba un refresco en una plaza soleada de una mediterránea ciudad árabe: Túnez; descansaba después de haber realizado un viaje por todo el país, cuando se acercó un ciego guiado por una lazarilla, una niña de unos diez años, muy hermosa. Ofrecía jazmines a cambio de algunas monedas. Era fácil deducir que las carencias, la falta de casi todo dominaban su vida, aún así, se le notaba feliz, alegre. Tuvimos una pequeña conversación. Sus dulces palabras en acento árabe delataban su procedencia. Se cubría con un colorido vestido que le alcanzaba hasta sus pequeños pies. Sus rasgos faciales eran casi perfectos, de piel suave y aceitunada, su pelo caracoleado y algo claro, le llegaba hasta los hombros, sus ojos negros, achinados, tenían una mirada limpia. Su sonrisa te atrapaba. Volví a verla otras dos veces esa misma tarde, vendiendo con desparpajo y soltura sus flores, dejando un intenso aroma a jazmín por donde pasaba, mientras conducía de la mano a su padre. Difícilmente abandonará mi memoria. Me cautivó.
La llamada del muecín desde el minarete me devolvía a la realidad. A mi insomnio. A mis fantasmas. Como duele a veces estar vivo.