Viajero desde
13/06/2007
Nick: ROPAVIEJA |
Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.
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Escribe el relato: Juan José Maicas Lamana
EN BUSCA DEL “RÍO PERDIDO” A TRAVÉS DEL ORANGE, OKAVANGO, CHOBE Y
ZAMBEZE.
Después de veintiocho horas de
viaje llegamos a Ciudad del Cabo. La primera impresión que tenemos es positiva.
Necesitamos dormir. Lo hacemos durante diez horas seguidas. Los primeros días
los dedicamos a recopilar información sobre el terreno antes de iniciar nuestra
travesía por el continente africano, queremos que sea lo más seguro y cómodo
posible. El tiempo es fresco y a las diecisiete treinta horas oscurece. El cabo
Buena Esperanza se encuentra muy cerca de nosotros. En la primera visita a la
ciudad nos encontramos al arzobispo y premio Nóbel de la Paz Desmond Tutú,
cuando acudía a un acto literario en la catedral. Le dedicamos algunas fotos.
El vuelo transcurre sin incidentes
importantes (utilizamos tres aviones con sus correspondientes escalas,
Madrid-París-Johannesburgo-Ciudad del Cabo). Se establece una buena camaradería
entre los cinco que formamos el grupo inicial.
Los densos bancos de niebla, muy comunes en esta región, no
aparecen el día que decidimos subir a la Mesa (Table Mountain), montaña desde
la que se domina Ciudad del Cabo y sus alrededores; casi alcanzamos a
avistar el punto más al sur del
continente. Un sendero balizado recorre todo el perímetro de la montaña, lo que permite conocer su importante flora y fauna. Las panorámicas son
espectaculares, que también incluyen los arrabales destartalados donde
sobrevive la población negra. Dentro de unos días cuando subamos hacia el
norte, el paisaje cambiará por más arena, menos vegetación y horizontes más
extensos. La carestía de la vida es similar a Europa, esto parece, lo es, el
Primer Mundo en África. Todo está muy organizado, a veces nos da la impresión de
que nos encontramos en cualquier país occidental; los rasgos físicos de sus
habitantes, la arquitectura, la limpieza, la seguridad...
Justo al lado de nuestro albergue existen dos
impresionantes ceibas que lo llenan todo, cada vez que paso delante de ellas
les dedico un par de minutos para admirarlas. Visitamos un "museo" de
coches antiguos, aunque la realidad es un comercio en el que los venden, su
propietario nos explica como funciona, tenemos una agradable conversación con
él. Varias manzanas de casas de una o dos alturas pintadas en colores pastel,
forman el barrio árabe, callejeamos por él, advirtiendo algunas mezquitas; sólo
vemos algunos niños jugando en la calle. La mendicidad es casi nula en toda la
ciudad. Cenamos pizzas y ensaladas, con mucha cerveza, es buena y barata.
Algunos días cocinamos nosotros, resulta más económico. Necesito hacer una
incursión por el albergue en busca de otra almohada y tapones para los oídos
(no puedo dormir a causa del ruido).
Sudáfrica es un país que se diferencia mucho del resto
que conforman el continente; los blancos se han encargado de ello. Estos siguen
detectando el poder económico, porque el político lo perdieron hace años. Ya
deseo entrar en la auténtica África.
El día aparece nublado. Queremos ir a visitar ballenas pero nos
informan que no es buena época para ello. Ciudad del Cabo es una localidad
agradable, placentera, sin bolsas de miseria en la zona centro; sin embargo
esta rodeada por arrabales donde la población negra carece de todo y en consecuencia la delincuencia es
moneda común. El albergue desprende cierta sensación de calidez.
Cape Península National Park está situada en Simon`s Tow, cerca
del cabo Águilas y Buena esperanza; aquí visitamos una colonia de pingüinos
enanos, en ella viven unos dos mil ejemplares; después de recorrer unos treinta
kilómetros en tren y unos cuantos más caminando, bordeando la costa y
soportando un fuerte viento. Hasta el momento vamos cumpliendo con los
objetivos que nos hemos propuesto, aunque quizá sea pronto para hablar de ello.
Poco a poco vamos preparando el
viaje que realizaremos por Namibia; a la tarde tenemos una reunión
preparatoria. Nos medicamos contra la malaria, más vale prevenir que tener que
acudir a un curandero africano locos por las convulsiones. Cuando penetremos en
la África profunda existen riesgos de contraerla; sobretodo en el norte. En
Botswana la mitad de la población la padece.
En las calles de Ciudad del Cabo,
nada más que oscurece, éstas se vacían y los negros se hacen dueños de la
noche. Nos dirigimos a la reunión, se realiza toda en inglés y no me entero absolutamente de nada, estamos
más de una hora hablando, cambiando impresiones, hasta que me duermo en
plena charla, las horas retrasadas de
sueño hacen su efecto. Por la tarde, cuando nos dirigimos hacía la localidad de
Simon's atravesamos pueblos repletos de fábricas y trabajadores de raza negra.
Hay que decir que aquí el
agua cuando se va por los desagües gira hacia la izquierda al contrario que en
nuestro país y la luna la vemos al revés; esto es el hemisferio sur. Vamos a cenar al Diablo Tapas, un bar de
comida española, algo pequeño pero auténtico, una barra con un inmenso fogón
incorporado y dos cocineras negras no menos inmensas, preparando papas bravas,
albóndigas, pisto, calamares fritos y meneando sus caderas a los sones de la
música reggae. Se ha creado un ambiente especial con los lugareños; el local y
su decoración con motivos españoles de
los años sesenta contribuye a ello. Los precios no son muy elevados. El día
aparece nublado, ya casi estamos aclimatados al continente. Queremos visitar el
puerto, cambiar dinero y elaborar un presupuesto para nuestro viaje por
Namibia. En las poblaciones están patentes las señales que dejaron los
colonizadores europeos. Recorremos la línea costera, azotada por un fuerte
oleaje. Nuestro destino es el Water Front; allí se encuentra una importante
zona comercial. Nos trasladamos en colectivos (furgonetas que van recogiendo a
los pasajeros por la calle). Una pareja de hippies, algo madura, se encuentra
sentada en la terraza de un original y atípico bar llamado Lolas, teniendo en
cuenta la "ambigüedad" de los camareros podría ser un establecimiento
de "ambiente". Entramos a
tomar unas cervezas, los pocos clientes que permanecen en el lugar se integran
perfectamente en el local, también con su decorado. Desde sus cristaleras se
domina la principal calle de la ciudad. En la acera se encuentra aparcada una
antigua moto de la marca Vespa. Llevamos cinco días en África y vengo
observando que los trabajos inferiores están ocupados por trabajadores negros.
Que se me reventara el bote de la
espuma de afeitar debido a la presión del avión, está haciendo que me deje la
barba. Por cierto, este incidente es también responsable de que todos mis
objetos de higiene personal vayan acompañados de una sustancia viscosa durante
todo el viaje. Duermo mal. El día aparece lloviendo (este día nos va a sobrar
en Ciudad del Cabo). A veces, simplemente deambulamos por las calles. Debo
cambiar el registro melancólico, aún falta mucho para volver. En lo que
respecta a las relaciones humanas, las divisiones sociales están ahí, siempre,
aunque des un salto de once mil kilómetros. Vemos algunos "niños de la
calle", demasiados, sobreviviendo en un mundo de opulencia. Visitamos el museo,
algunas dependencias parecen interesantes, la de los animales disecados por
ejemplo, otras no tanto. Nuestra estancia en Ciudad del Cabo se prolongó al
final más de lo planificado en un principio. Debo citar que estoy leyendo un
libro de viajes sobre la Patagonia y voy encontrando muchas similitudes con
nuestro viaje. Cenamos pollo y patatas fritas en una multinacional de la
alimentación rápida; antes, enviamos varios "emilios" a España. Estoy
convencido de que en este viaje va a haber momentos especiales, inolvidables.
Tengo la sensación de que ya no hay ningún lugar en el mundo que no este
abierto al turismo, ya sea de masas o especializado.
Tomamos dirección norte hacia la
frontera de Namibia, en el trayecto se van sucediendo diversas poblaciones de
nombres irrepetibles, en escritura africaner. Llegamos a Cederberg Mountains y
organizamos un campamento, para pasar la noche; antes nos bañamos en unas
piscinas de aguas termales, nos relajamos mucho, quizás demasiado. Viajamos en
un camión adaptado, somos mayoría los españoles, ocho de dieciocho, también hay
algún francés, inglés, mexicano... Mañana iniciaremos el viaje hacia Namagualand, siguiendo el curso del río
Orange hasta cruzar la frontera.
Nuestro cambio de horarios, hábitos, etc. ha sido radical,
madrugamos mucho, nos acostamos pronto, cenamos a las diecinueve horas. Al
oscurecer comienza ya a hacer frío.
Tenemos la tienda de campaña frente a un riachuelo. Ésta noche me dormiré con
el ruido del agua, ese es mi deseo. Estamos todos sentados alrededor de un
fuego de campamento esperando que se termine de cocinar la cena.
Pasamos frío por la noche, era de
esperar, y me despierto varias veces, Desmontamos el campamento en media hora y
nos vamos en busca de la carretera general. Un manto de escarcha cubre los
matorrales, cuadrillas de trabajadores de raza negra viajan en remolques, otros
recoleccionan naranjas o vendimian. El paisaje cada vez se va asemejando más al
desierto. Interminables rectas se
suceden por una geografía casi desértica, guardando cierto parecido con
el oeste americano. Por fin cruzamos la frontera con Namibia. Está atardeciendo
cuando llegamos a la zona de acampada situada junto al río Orange a ciento
cincuenta kilómetros de Fish River Cayon. Es ya completamente de noche cuando montamos
el campamento, mantenemos un fuego
encendido durante gran parte de la misma. Cada vez estamos más cerca de los
animales salvajes. A veces me pongo a
pensar y me planteo que hago yo aquí, en Namibia pasando frío por la
noche y calor por el día junto a un río llamado Orange. Cuando realizas un
viaje de estas características en el que tienes que asumir ciertos riesgos y el
nivel de aventura es muy alto, te preguntas si merece la pena. Parte del grupo
va a hacer un descenso por el río en canoas, les deseo buena suerte, parece que
no pero entraña algún riesgo. Me quedo tomando el sol y leyendo, lo necesito.
Algunos fotógrafos han definido a Namibia cómo un paisaje lunar, surrealista,
con árboles enanos y bosques petrificados. Sus cambiantes dunas son de las más
altas del mundo, alguna supera los trescientos metros de altura. Y que decir de
la desolada e inquietante Costa de los Esqueletos, con su cementerio de
embarcaciones. El desierto del Namib, el más seco del planeta, donde habita la
welwitschia, una planta que llega a alcanzar los dos mil años. También viven
aquí numerosas manadas de elefantes, leones, rinocerontes... El camión en el
que viajamos, preparado para el evento, es duro y austero. Hasta el momento
hemos visto muchas aves, sobretodo cormoranes volando a ras de la superficie
del río. Los que han realizado el descenso en canoa por él han tenido algún que
otro incidente. Esta noche pasamos menos frío, introducimos nuestros sacos en una bolsa de plástico, así nos
aislamos un poco más de la humedad y el relente de la madrugada. Muy temprano
partimos hacia Fish Canyon, hacemos una parada en la pista de tierra que nos
traslada hacia allí, queremos realizar una pequeña incursión a pie por el
desierto; alguien consigue ver una serpiente y la inmortaliza en su cámara; el
suelo está muy esponjoso; las pequeñas plantas de escasa raíz, que deben
soportar temperaturas muy bajas por la noche y relativamente altas durante el
día están casi secas. Observó muchas huellas de animales. Esta noche vamos a
acampar en las inmediaciones del cañón para dirigimos inmediatamente hacia él;
este mantiene un paisaje rugoso, es sorprendente, cuesta recorrerlo tres días y
se exige un certificado médico que demuestre que estas en perfectas condiciones
de salud antes de iniciar su travesía; existen paredes de hasta quinientos
metros, caminamos tres kilómetros por su parte superior, para más tarde
dedicarnos a observar el ocaso que se nos ofrece en el horizonte; es el segundo
cañón más profundo del planeta.
Un sol mañanero y frío anuncia el nuevo día. Nos levantamos sobre
las cinco de la madrugada, nos habíamos acostado a las veintiuna horas; pero
aún así no deja de ser una auténtica inocentada. Nos adentramos en el desierto
del Namib en dirección a Sesriem. Un lugar duro, agreste, pero lleno de vida,
sólo hay que saber buscarla; divisamos grupos de gacelas saltadoras, el
principal alimento de los leones. Nos trasladamos por una pista de tierra, el
polvo se cuela por todos los rincones del camión, a nuestro lado pasan rápido
paisajes pedregosos sin vegetación alguna jalonados por pequeñas lomas. Me
siento con buenas vibraciones. Los extranjeros anglosajones que nos acompañan
son un poco escandalosos, entre los españoles se ha creado un ambiente de
compañerismo y nos apoyamos mutuamente. Nunca alcancé a imaginar que iba a viajar en un camión atravesando el Namib.
Mientras, de sus altavoces salen
animadas baladas. Miro el reloj para confirmar que ya llevamos cinco
horas metidos en una caja de chapa con
ruedas; ya tenemos ganas de llegar. Suena "Imagine" de Lennon. A
través de nuestras ventanillas se suceden paisajes ásperos repletos de arena,
piedras, matorrales y pequeñas montañas muy erosionadas. Los demás leen,
dormitan o simplemente sueñan despiertos. Nuestra alimentación se basa en la
gastronomía anglosajona, emparedados con diversas cremas, margarina, mermelada,
trocitos de pepino y tomate, etc, café, té y poco más, algo muy deficiente para
nosotros, nos resulta frugal y austero.
La densidad demográfica de Namibia
es muy baja, está bien organizada y cuenta con bastantes recursos, aunque muy
mal repartidos, el cinco por ciento de la población posee casi toda la riqueza.
En las pequeñas poblaciones que atravesamos queda muy clara la huella que dejaron los alemanes en su
pasado colonial.
Ya tengo ganas de alcanzar las
dunas, por aquí las llaman los "gigantes rojos", la más famosa de todas es la duna cuarenta y
cinco, con sus juegos de luces y sombras.
En una de las paradas que
efectuamos se acercan a nosotros unos niños con evidentes carencias, sus rasgos
físicos pertenecen a la tribu de los bosquimanos, nos lanzamos a hacerles
fotografías como si de un número cirquense se tratara; no me gusta mucho; pues
luego, nos sentarnos en nuestras cómodas butacas para trasladarnos otra vez al
Primer Mundo.
Salimos de la tienda de campaña todo lo deprisa que podemos,
llegamos tarde, hemos quedado a las cinco de la mañana para dirigirnos hacía
las dunas a esperar el amanecer, lo veremos en la duna antes mencionada,
después de treparla y hollar su cima. Hace frío, la arena se nos cuela hasta
los pliegues de la piel; sin caer en tópicos debo decir que nunca había visto
un espectáculo tal, el panorama es sublime, estamos ante una geografía que no
parece de este mundo. Luego nos dejamos caer rodando pendiente abajo; en el
camión nos esperan con café caliente. Más adelante realizamos una incursión de
unos dos kilómetros por el interior del desierto, descubriendo su vida. Vamos
descalzos observando las huellas de multitud de animales que habitan por aquí;
ya a punto de marchar descubrimos dos oryx, salimos detrás de ellos para
fotografiarlos, desconociendo cómo pueden reaccionar al vernos, debo decir que
sus cuernos en forma de V son enormes y su corpulencia parecida a la de un
caballo; es el animal más característico de Namibia y objeto de caza para los
nativos. Volvemos a la zona de acampada, a estas alturas del viaje ya vamos
bastante cansados; el polvo y la suciedad se dejan ver en todos los sitios.
Desmontamos todo otra vez para dirigirnos hacia Solitaire dentro del Parque de
Namib-Naukloft; desde las ventanillas del camión vamos observando distintos
animales en su medio natural.
Nuestro siguiente objetivo se llama
Walvis Bay, en la costa del Atlántico,
importante localidad pesquera y centro de vacaciones dedicado al turismo
interior. Prácticamente, todo el pescado que consumimos en España proviene de
aquí, existe una colonia permanente de cuatrocientos gallegos trabajando en
este sector. Cruzamos de este a oeste todo el parque del Namib-Naukluft,
visitando el Cañón Kuiseb.
Con nosotros viaja un músico de
jazz estadounidense que nos deleita con su música, otro compatriota suyo ha
sido cooperante en Cuba y Nicaragua, algo muy atípico, ¿No? Antiguamente, al
ver un turista con sandalias y calcetines me provocaba una sonrisa, ahora acabo
de descubrir su utilidad y tengo que rectificar, así son las cosas. Intento
llamar por teléfono a España y no lo consigo, eso me causa cierto desasosiego.
El aparato no debe funcionar bien, no logramos encontrar otro. Los ríos que
vamos cruzando sucesivamente están completamente secos a consecuencia de la
estación en la que nos encontramos, sólo llueve en verano. Escucho un gran
alborozo en el camión, me asomo a la ventanilla y sólo veo avestruces, un poco
antes observamos una comunidad de monos. El paisaje se sucede agreste y
solitario.
Llegamos a Walvis Bay y enseguida
nos topamos con extensos grupos de flamencos rosas a lo largo de la costa
agitada por un fuerte viento y oleaje. Nos desplazamos hacia Swakopmund, ciudad
costera y muy turística, de calles cuadriculadas y construcciones siguiendo la
arquitectura alemana; urbanizaciones
que se asemejan mucho a las de nuestro país.
Nos llevan a un albergue donde
pasaremos dos noches. En un restaurante de la localidad cenamos pescado y carne
de oryx. Hoy no madrugamos; lo agradezco de verdad, intentaré recuperarme del
sueño que llevo arrastrando desde hace días. Dedicamos el día a pasear por la
costa, haciendo fotos de aves y soleándonos un poco en estas playas del Atlántico.
Pasamos un buen rato observando todo tipo de pájaros en una marisma cercana,
con las dunas de arena al fondo amenazándola. También vemos algunos delfines.
Ya por la noche organizamos una cena basada en tortilla de patatas; cocinamos
hasta quince para invitar al resto del grupo. Superamos la prueba.
En esta zona se encuentran las
welwitschias más significativas, son plantas muy longevas de las que he
señalado algo más arriba. Por cuestiones técnicas no hemos podido ir a
visitarlas. Después de realizar varios trámites burocráticos en Swakopmund nos
internamos en la Costa de los Esqueletos en dirección a Cape Cross, lugar donde
se encuentra una comunidad importante de focas. Sobre la región que andamos visitando estos días suele hacer muy
mal tiempo; viento y nieblas sobretodo; sin embargo nos está haciendo un sol
espléndido, vamos teniendo suerte.
Aprovecho los trayectos en el
camión para leer o escribir, pero el alto volumen de la música no me deja
concentrarme. Sin embargo, otras veces me quedo sedado y flotando en mi asiento.
Un fuerte y espeso olor nos avisa de una importante concentración de
animales. Allí están, hay miles de focas, una de las colonias más importantes
de esta clase de anímales en África. Aquí viven, nadan y pescan, estamos en
Cape Cross; un chacal hambriento merodea entre ellas. Otra parada en la Costa
de los Esqueletos nos permite ver a varias decenas de cormoranes jugueteando
con las olas del mar. El camión que nos transporta, cada vez se acerca más
hacia su decrepitud, pasamos muchas horas viviendo en su interior.
Después de muchos kilómetros de
vacío absoluto atravesando el desierto, desembocamos en la región de Spitkoppe,
un lugar inhóspito, remoto, con montañas graníticas de formas redondas muy
erosionadas. Acampamos entre varias de ellas. Allí se forma un microclima,
estamos protegidos del viento y el frío de la noche, de tal forma es así que me
tengo que salir del saco a causa del calor. Madrugamos mucho, a las cinco y
media, para asistir a un nuevo amanecer, después de subir a la cima de la
montaña que nos ha resguardado de la noche. No sé si lo he dicho antes pero el
espectáculo que nos ofrecen las estrellas es difícil verlo en otros lugares,
apagamos las linternas y sin ningún tipo de contaminación lumínica nos
dedicamos a observarlas durante un buen rato, son millones de ellas inundando
el cielo.
De camino a Etosha hacemos una
parada para ascender una pequeña montaña y visitar unas pinturas rupestres que
representan distintos animales africanos, se encuentran dentro de una cavidad
de la misma.
La suciedad, el polvo y la arena
invaden por completo lo que está siendo nuestra casa: el camión, no me canso de
repetirlo. Llevamos más de quince días sin ver la televisión, no conocemos
noticias de España, sólo un par de ellas, relativas al Tour francés y extraídas
de Internet.
Nos vamos alejando de la costa
paulatinamente hacia el interior de Namibia. También vamos dejando el desierto;
por lo que el paisaje va cambiando, es menos agreste, más humano y la
vegetación vuelve a estar entre nosotros. Atravesamos una zona en la que existen cientos de
termiteros, creo que muchos están abandonados. Las nueve horas que llevamos en
el camión hacen mella en nuestros cuerpos, pero podemos sentirnos privilegiados;
el que iba delante de nosotros ha roto el motor; no podemos hacer otra cosa que
no sea llevarnos a su chofer en busca de ayuda hasta la población más cercana,
mientras, los sufridos viajeros se quedan tirados en la pista, en medio de la
nada.
Al fin llegamos al Parque Nacional de Etosha. Rápidamente
acampamos, se está poniendo el sol y pronto caerá la noche. Salimos corriendo
hacia una charca de agua, donde van a beber los animales, a ésta hora del día
se vuelven más activos. Recibimos una gran sorpresa, hemos tenido mucha suerte,
están llegando decenas de ellos; desde nuestros parapetos y en total silencio
los capturamos con nuestras cámaras fotográficas, llegamos a contar hasta
cuarenta elefantes, numerosas cebras y jirafas, gacelas, algunos rinocerontes y
chacales, junto a otras especies de menor tamaño. Allí nos mantenemos con la
boca abierta durante mucho tiempo, el panorama es sublime. Algo más tarde
acudimos otra vez a la pequeña laguna, los elefantes se están marchando para
dar la oportunidad de beber a otras especies de animales más precavidos y
temerosos. De cuando en cuando se produce algún enfrentamiento con fuertes
rugidos, pero sin consecuencias graves. Es la primera vez que veo algo
semejante y voy a pasar lo poco que queda de noche pensando en ello. A través
de la lona de nuestra tienda de campaña escuchamos sus sonidos, rompiendo el
silencio de la noche, lo que acabo de ver va perdurar en mí durante mucho
tiempo.
A las cinco y media asistimos al parto de un nuevo día, vamos
a recorrer algo de este inmenso parque,
con el objetivo de avistar el máximo número de animales y eso es lo que
enseguida comienza a suceder, cada pocos metros, durante el trayecto hacia un
nuevo campamento de este enorme parque, similar en extensión al de una
provincia española. La suerte nos acompaña, se van sucediendo apariciones
continuas de animales: jirafas, cebras, elefantes con sus crías, oryx, gacelas,
ñús y otros que por mi ignorancia no alcanzo a
reconocer. Especial relevancia tuvo el momento que identificamos a un
león, creemos que va en busca de alguna presa; un grupo de elefantes le hacen
frente para defender a sus crías. Los objetivos de las máquinas fotográficas
disparan una y otra vez. En ningún momento podemos bajar del camión por nuestra
seguridad.
Etosha Park tiene una vegetación
bastante uniforme, principalmente compuesta de matorral y árboles medianos, de
tronco y ramas muy retorcidas, acacias principalmente, algunas ya secas,
mantienen un aspecto fantasmagórico. La fauna es variada y riquísima, la flora
no lo es menos. El parque dispone de una zona húmeda muy extensa llamada
"Pan", en la época en la que nos encontramos ahora, invierno, se
mantiene seca; en verano a consecuencia de las lluvias se inunda, formando una
laguna de unos ochenta kilómetros y unos sesenta centímetros de profundidad
dando vida a todo su entorno. Ahora las gacelas africanas brincan sobre el
fango salitroso. De cuando en cuando vamos haciendo paradas en unas zonas
determinadas, son puntos de observación, vallados y preparados para tal fin
Aprovechamos para desahogar y desentumecer los músculos, que poco a poco, se
nos van atrofiando a consecuencia de ir encajonados tantas horas en una
minúscula butaca saltarina, debido a las piedras y baches de las pistas por las
que transitamos.
Hasta ahora la venganza de
Montezuma (diarreas del viajero), nos está respetando. A la puesta del sol
llegamos a un nuevo campamento: Namutoni. En nuestra visita nocturna a la
charca anexa a él, no tenemos tanta suerte y apenas avistamos tres o cuatro
animales de menor importancia. Cuando salimos de nuestra tienda para desmontar
e iniciar nuestra nueva etapa, nos llevamos una sorpresa, nuestras sandalias
han desaparecido, ha sido un error dejarlas fuera; un chacal nos las ha
"robado", pero enseguida aparecen, el chofer viene con ellas en la mano, ignoro dónde las
ha encontrado.
Es muy gratificante levantarte con
los cantos de varios loros grises que revolotean en un árbol cercano. Nunca
antes había oído hablar del Caprivi. Hacia allí nos dirigimos, atravesando
Rundu, al norte de Namibia, en la frontera con Angola. Este lugar fue zona de
paso para los refugiados que huían de la guerra civil angoleña, y anteriormente
utilizado por la guerrilla que luchaba contra los sudafricanos, por la
independencia de Namibia. Vamos en busca de nuestro principal objetivo: el
delta del Okavango en Botswana. Un lugar muy especial. Tengo que decir que hace
ya unos días nos encontramos en zona de malaria, hoy hemos tomado nuestra dosis
semanal. Me siento con buenas vibraciones. Estoy escuchando un disco de Janis Joplin.
He dormido bien y no voy excesivamente cansado.
La carretera que nos lleva a Rundu es amplia y se encuentra en
buen estado, vemos más circulación que en otras; está salpicada de pequeños
núcleos de población compuestos principalmente de chozas fabricadas con cañas,
pequeños troncos de acacia y paja; algunas tienen más calidad pues cuentan con
adobes. Todo esto es un aviso de que la ciudad está cerca, y así es, enseguida
aparecen los mercadillos y almacenes de todo tipo. Existe cierto ajetreo por
sus calles. Nos avituallamos de alimentos y agua, en la zona que nos
encontramos, la que brota por los grifos es peligrosa. Acampamos cerca, junto a
la margen derecha del río Okavango, la otra orilla pertenece a Angola. El río
hace de frontera natural entre los dos países; el lugar se llama Nkwari,
complicado, ¿no? Pues así es todo, más o menos, el idioma es enrevesado. Jimmy,
así se llama el camión, ha pinchado una rueda unos metros antes. Varios se
disponen a solucionar el problema. Fotografiamos la puesta de sol que va
escondiéndose sobre el horizonte angoleño.
Al final del día asistimos a una
representación étnica realizada por jóvenes de la zona, una excusa para que los
turistas disparen sus cámaras sobre ellos a cambio de unos dólares namibios, el
acto tiene escaso interés. Cenamos carne de Kudu, un animal parecido al reno. A
la mañana siguiente, no madrugamos demasiado, sobre las siete, vamos a visitar
una mayana (una escuela). Decenas de niños y niñas nos reciben con cánticos y
algún que otro ritual. Las instalaciones como es de suponer son bastante
austeras y deficientes Colaboramos económicamente para un proyecto que se
desarrolla allí; me siento como un rey mago falsificado, tranquilizando su
conciencia. Lo que hacemos es caridad, nada parecido a la solidaridad; nuestro
billete de avión de vuelta sigue ahí bien guardado en nuestro bolsillo, es el
pasaporte a nuestro mundo consumista y opulento.
En veinte minutos desmontamos el campamento. Hemos alcanzado mucha
práctica. Haciendo un cálculo rápido vamos a montar y desmontar la tienda de
campaña unas cuarenta veces en un mes; ya casi lo haría con los ojos cerrados.
Buscamos ansiosos la carretera que
nos ha de llevar al delta. Realizamos una parada en un lugar que me gustaría
describir: es sucio y polvoriento; una tienda-almacén a un lado, en la puerta
un grupo de jóvenes negros, se refugian ociosos a la sombra de un soportal,
mientras beben entre varios una cerveza. Cerca de allí, dos árboles faltos de
agua y polvorientos ocultan el fuerte sol del mediodía a un grupo de mujeres
que venden sus productos a los clientes que se acercan hasta los improvisados
puestos, ellas destapan las cajas, para que el comprador, con una simple mirada
elija lo que desea. Todo se desarrolla de forma pausada, cansina. El resto del escenario
está compuesto por basura, coches desvencijados, suciedad y calor, mucho calor,
en pleno invierno.
A estas alturas del viaje nuestra
piel mantiene el mismo color de la tierra. Hagas lo que le hagas, incluso con
esas duchas rodeadas de cañizos, una alcachofa suspendida de un tronco y
conectada por un tubo a un bidón de chapa, y debajo de él unos troncos de
madera ardiendo.
Pernoctamos justo en el inicio del corredor del Caprivi, todavía
en Namibia. Esta zona es una reserva de fauna muy importante. Hace frontera con
Angola, Zambia y Zimbabwe, junto al río Ngepi Camp. Algunos componentes del
grupo se han cansado de desmontar y montar las tiendas y duermen en el interior
del camión, en el techo, a la intemperie, o simplemente vivaquean encima de la
arena o una roca todavía caliente por el efecto del sol que ha ido recibiendo
durante toda la jornada. Ha sido una noche algo fría y húmeda. Estábamos
durmiendo a escasos metros del río, por cierto muy caudaloso. Enseguida nos
internamos en el Parque Nacional Mahango. Vamos admirando distintos paisajes,
también algunos animales, de los que predominan las aves.
Llegamos a la ciudad de Ethasa, un antiguo campo de refugiados
angoleños, cambiamos de camión, esta vez a un remolque, con toda la
intendencia, para dirigirnos luego hasta un brazo del delta del Okavango donde
volveremos a cambiar de transporte, en esta ocasión será una lancha motora que
nos trasladará hasta una isla llamada
Makwena.
Con relación a lo que he citado más arriba sobre la guerra de
Angola, debo decir que el Frente de Liberación de Angola, en el poder desde la
independencia de Portugal fue apoyado por Cuba, aquí combatieron y murieron
miles de cubanos, luchando contra la
guerrilla de Unita apoyada en este caso por el régimen racista de Sudáfrica;
hasta hace tan sólo unos años que firmaron un tratado de paz. Vuelvo otra vez a
Makwena, donde acampamos, vamos a pasar aquí casi tres días. El resto del grupo
continúa en otra lancha hacía el interior del delta. Nos quedamos dos, solos en
esta isla semidesierta, con unos pocos nativos y dos sudafricanos blancos.
Aprovechamos esta ocasión única para descansar, leer y hacer la colada de la
ropa, ya muy sucia. Hacemos algunas incursiones por la isla, intentando conocer
mejor está región, éste es el delta interior más grande del mundo. Las aguas
del Okavango fluyen hacía el corazón del Kalahari, donde la mayor parte se
evapora, este extenso desierto ocupa
casi todo el país; en él existe un amplio muestrario de vida animal:
cuatrocientas cincuenta especies de pájaros; hipopótamos, búfalos acuáticos,
antílopes, sables, ñús y cebras. Aquí se reúne la población más numerosa de
elefantes en libertad, alterando la tierra y destruyendo las arboledas. Es
reseñable la presencia de aves acuáticas, así como mil plantas distintas. En
estos momentos existe una seria amenaza sobre está maravilla de la naturaleza:
el gobierno angoleño pretende construir una presa en su territorio, la cuál
sentenciaría a muerte al delta, ya que dejarían de llegar millones de metros
cúbicos de agua que depositan 700.000 toneladas de sedimentos en su llanura
fluvial. La humanidad perdería un lugar único. Un paraíso.
Volviendo a nuestro campamento en
la isla debo decir que después de una opípara cena que nos prepararon, nos
acostamos sobre nuestras colchonetas quizá un poco atemorizados por los
resoplidos de un hipopótamo cercano y otros ruidos que no pudimos identificar.
Algunos animales viven y pacen por la noche. A la mañana siguiente recorremos
parte de la isla. Conseguimos ver antílopes, entre otros animales, sobretodo
aves, de mil formas y colores imaginables. Nos topamos con unas inmensas
huellas que pertenecían a un hipopótamo, claramente marcadas en el fango que
rodea toda la isla; ahora soy consciente de que cometimos una imprudencia. No
quiero pensar que hubiera sucedido de haber aparecido ante nosotros semejante
animal, según nos informaron alcanza hasta los sesenta kilómetros por hora, y
es de los más agresivos.
Es obligado hablar un poco sobre el
país en el que nos encontramos ahora: Botswana; la nación más rica de África,
la culpa la tiene una mina de diamantes, la más grande del mundo. El país está
muy poco poblado, un millón de
habitantes de origen bantú; es casi imposible la vida en el seco e inhóspito
desierto del Kalahari. El cuarenta por ciento de los adultos es portador del
SIDA. También es el más caro de la zona, la política de su gobierno consiste en
potenciar el turismo de alto poder adquisitivo. Su moneda es el pula, que
significa lluvia, y sus centavos, como no podía ser de otra forma, lágrimas de
lluvia. Todo muy poético.
Pasamos la tarde escribiendo y
observando a los monos saltar sobre los árboles a través de lianas repartidas
por la selva. Nuestro desconocimiento del inglés nos impide comunicarnos con
los pocos habitantes de la isla. Llegan unos ruidosos turistas rompiendo el
silencio, enseguida comienzan a beber cerveza. Seguimos sentados en unas
hamacas junto al agua, sobre una pequeña plataforma de madera, observando a las
aves acuáticas revolotear sobre la lámina de uno de los brazos del delta,
delimitado por espesos cañaverales que sirven de morada a otros animales de más
envergadura como el cocodrilo o el que he mencionado antes, el voluminoso y
corpulento hipopótamo.
Son las dieciocho treinta horas y
ya es noche cerrada; cenamos. Me gustaría describir con exactitud este momento
pero es tarea difícil. Estamos los dos solos, tomando té frente al fuego, en
silencio, sólo roto en ocasiones por los ruidos de algún animal cercano. La
inmensa naturaleza que nos rodea alimenta mi imaginación y buceo entre mis
reflexiones. Un momento rico en sensaciones, difícil que se repita, debemos
exprimirlo hasta la última gota. La vida a veces también es así.
El siguiente día es muy similar al
anterior, pero sólo dura hasta las quince horas, que vuelve el resto del grupo
para pernoctar en la isla. De no haber sido porque las aguas están infectadas
por todo tipo de animales, me hubiera dado un baño.
La lancha motora discurre veloz por
un canal del delta, en ella vamos nosotros con todos nuestros pertrechos, luego
pasamos a un camión, después a otro, para dirigirnos, hacía la frontera con
Namibia, atravesamos una zona llamada Etsha. Es necesario entrar otra vez en
este país para dirigimos al Parque Nacional del Chobe, de esta forma evitamos
un gran rodeo cruzando Botswana por el
sur. Los trámites fronterizos son
rápidos, pero siempre es necesario rellenar un impreso, bajar y subir del camión y enseñar el
pasaporte a un funcionario uniformado con la mejor de tus sonrisas. En los
trayectos por carretera asfaltada el tráfico es prácticamente inexistente, de cuando en cuando se nos
cruza algún vehículo que va en dirección contraría a la nuestra.
Un compañero me contó que en una
incursión por la sábana del delta hace dos días, observando elefantes desde
lejos, les sorprendió uno que salió de improviso de unos matorrales. El susto
les hizo correr despavoridos. Comienza a oscurecer, esto nos obliga a acampar,
antes de llegar a la frontera con Botswana, en un lugar llamada Kwando, situado
cerca del río.
Me gustaría entrar en el tema de
las relaciones humanas, es algo complicado pero lo voy a intentar. Estamos
conviviendo las veinticuatro horas del día con personas de origen social y
cultural muy diferente, también de edad y sexo. No quiero hacer un análisis
sesudo, sólo destacar algunos aspectos que yo he observado sobre ciertos
comportamientos, por ejemplo: viene con nosotros un joven de Manchester de
dieciocho años que no cesa de beber cerveza y fumar. En las comidas repite
hasta tres veces; pesa más de cien kilos. Se está matando poco a poco. Un
neozelandés que desaparece o se hace el despistado a la hora de cargar o
descargar el camión. Una joven israelita que actúa de forma individual
manteniendo algunas distancias con el grupo; también una francesa, que según
comentan no se ha duchado en quince días, desde luego su aspecto deja bastante
que desear, y por último me gustaría reseñar a una estadounidense de veinte
años, que se ha recorrido medio mundo con la tarjeta Visa de su papá. En lo que
respecta a mí, tengo que decir que aunque me encontraba integrado, de cuando en
cuando necesitaba aislarme, buscando mis espacios. Una relación tan intensa,
impide tener tus momentos de intimidad, y yo los necesitó, es mi forma de ser, todos tenemos esa marca
individualista que aflora con más o menos periodicidad.
La noche pasada tuve unos ligeros
trastornos intestinales, espero que no vayan a más. El paisaje, algo monótono
se sucede, mientras, vamos devorando kilómetros. Existen árboles de muchas
especies, algunos están secos, otros esperando la estación lluviosa con
ansiedad a juzgar por el color de sus escasas hojas. Aquí el agua es la
diferencia entre la vida y la muerte, supongo que como en todos los
sitios. Pequeños núcleos de población
van apareciendo a ambos lados de la carretera, tres o cuatro chozas de paja
rodeadas por una cerca de madera para protegerse de los animales. Los
habitantes de este continente, al menos en los países que hemos visitado se
pasan la vida al aire libre y en continuo contacto con la naturaleza, pienso
que no sabrían vivir en una casa tradicional.
Unos gigantescos baobabs presiden
el puesto fronterizo con Botswana. Estamos un poco cansados de tantos trámites
burocráticos. El Parque Nacional del Chobe está ante nosotros, este parque toma
su nombre del río que lo atraviesa, su extensión es de once mil kilómetros
cuadrados, lo bañan varios ríos más y es famoso por sus numerosos elefantes,
cuya población se calcula en treinta y cinco mil ejemplares; el búfalo también
abunda, como el león, el rinoceronte, la cebra, el hipopótamo... Existe una
vieja historia que relaciona al río
Chobe con el "río perdido", él será nuestro vecino durante la
siguiente noche; nuestro campamento lo situamos en sus orillas.
Desde mediodía hasta la puesta del
sol asistimos a un fabuloso espectáculo, no quiero utilizar frases
grandilocuentes ni adjetivos rimbombantes, pero de alguna forma debo describir
lo que vimos. Después de un pequeño trayecto en un vehículo todo terreno,
abordamos una plataforma flotante con un motor y durante tres horas estuvimos
observando animales en su hábitat natural, un entorno difícil de igualar. El
caudaloso río del que estoy hablando está formado por varios brazos, formando
varías islas de grandes dimensiones. Al poco de iniciar nuestro recorrido
fluvial nos topamos con una manada de
búfalos pastando en una de estas islas,
un poco más allá vemos algunos elefantes, uno de ellos muerto, los
buitres se están dando un banquete, hay varios hipopótamos en la orilla
sumergidos casi por completo en el barro, otros bucean y resoplan a nuestro
lado, uno de ellos nos sorprende y nos da un pequeño susto, en sus lomos
picotean varios pájaros de infinitos colores; algunos cocodrilos dormitan, pero
siempre alertas ante lo que pueda ocurrir cerca de ellos, más aves acuáticas,
como pelícanos y flamencos, pero lo que si es sorprendente es la multitud de
pájaros de todas formas y colores, inidentificables para mí. Haciendo honor a
la verdad debo decir que esto lo venimos observando en todos los países que
hemos visitado. En las orillas del río avistamos impalas, antílopes, elefantes,
monos y alguna serpiente. Nos acercamos
a la orilla para fotografiarlos desde más cerca. La puesta del sol fue
el punto culminante a esta magnífica tarde.
A las diez de la mañana cruzamos la
frontera con Zimbabwe, que significa "casa de piedra" en bantú.
Pagamos el visado, es el único país de la zona que cobra este impuesto. Su
desarrollo está por encima de la media del continente. Es muy rico en parques
naturales pero lo que más lo caracteriza son las cataratas Victoria, el
"humo que truena" como dicen los indígenas; un estruendoso
espectáculo. Los mil setecientos metros de anchura del frente de la catarata
son todo un record. No hay otro mayor en África. Una nube de agua pulverizada
que se eleva a mil quinientos metros en el aire. El primer contacto que tenemos
con esta maravilla es desde la terraza del hotel Victoria Falls, sólo se ve el río Zambeze y la nube de agua en
polvo dibujando un arco iris. Para su visita integral hemos preparado todo un
programa que va a durar varios días y que supone cruzar la frontera con Zambia
hasta Livingstone para luego verlas con luna llena en Zimbabwe durante un paseo
nocturno, pero esto lo comentaré más adelante. También es nuestro deseo
conocerlas desde el aire.
Nos aconsejaron un restaurante en
Victoria Falls donde se degustan carnes de animales como el Kudu, búfalo,
jirafa, etc. y allá fuimos. Tengo que decir que fue toda una aventura no por el
hecho de haber comido este tipo de carnes sino que a consecuencia de la
devaluación de la moneda de Zimbabwe, y a la hora de pagar, tuvimos que hacerlo
con un saco lleno de billetes casi sin valor.
No habíamos tenido un contacto tan
directo con la población de la zona hasta que nos propusieron un paseo para la
mañana siguiente por un barrio marginal en la periferia de Victoria. Aquí
constatamos lo que ya sabíamos pero que todavía no habíamos visto: la miseria, los desposeídos, lo de siempre, lo
que sucede en cualquier otro lugar del mundo subdesarrollado; incluso del
Primer Mundo; chozas de madera y hojalata; suciedad, inexistencia de cualquier
infraestructura: agua, luz, alcantarillado; niños desnudos y hambrientos por
todas partes, rebuscando sobre montañas de basura en un vertedero próximo. A tres kilómetros de allí todo un mundo de
opulencia y derroche, las dos caras de una misma moneda. Al disminuir el
turismo, como consecuencia de los problemas internos de Zimbabwe, muchos
trabajadores que subsistían de éste, fueron arrojados a la más absoluta de las
miserias, sin ningún tipo de posibilidad de salir de esta situación; formando
grandes bolsas de miseria en los alrededores de Victoria Falls. El resto del
día lo empleamos en realizar varias gestiones, como confirmar los distintos
vuelos, hasta cuatro, para nuestro regreso a España y preparar nuestro
siguiente paso; entrar en Zambia. También hacemos algunas compras; en esta
ciudad existe de todo, especialmente lo que esta relacionado con tallas en
madera y piedra, sobre motivos
africanos principalmente.
Debido a las características
especiales de este viaje surgen algunos imprevistos que modifican el
presupuesto planificado en un primer momento. Pero así son las cosas.
Algunos miembros del grupo han dedicado el día a la práctica del rafting, puenting, vuelo en ultraligero sobre las cataratas y
mil cosas más que ofertan al turismo ávido de sensaciones fuertes.
Al día siguiente la mañana volvió a
amanecer lúcida y soleada. Nos despedimos de los componentes extranjeros del
grupo. A partir de ahora vamos a nuestro aire, y un poco más solos.
A través de Internet tuvimos
noticias del caluroso y ruidoso verano español. En contraposición a lo que
tenemos nosotros, temperaturas diurnas agradables, noches frías, poca gente y
sobretodo silencio, tranquilidad y algo muy positivo, la total complicidad con
la naturaleza en su estado más virgen, empapándonos de ella.
Existen muchos tipos de viajeros;
ya sé que no voy a descubrir nada nuevo; desde el que va coleccionando países y
lugares en los que ha puesto sus posaderas, hasta el que se integra en todo
momento en el paisaje que se va encontrando, en el más amplio sentido de la
palabra, disfrutando de cada lugar, sin dejarse influenciar demasiado por las
distintas informaciones, sabiendo elegir lo que te es más cercano, teniendo en
cuenta tus gustos y personalidad. Con nosotros viene un compañero que no porta
ninguna cámara de fotos, todas las fotografías que realizamos nosotros, él, las
graba en su memoria, lo envidio, me gustaría ser así, superar esa dependencia y
poder desprenderme de esos artilugios, con todo lo que ello significa; pero eso
tiene un proceso, como todas las cosas.
Nos dirigimos en un taxi con todas
nuestras pertenencias hacia la frontera con Zambia, al otro lado nos espera
otro vehículo que nos traslada a Livingstone. Nos hospedamos en un albergue de
mochileros, todo él muy original. Sobre las diecisiete horas vamos a realizar un vuelo en helicóptero
sobrevolando las cataratas. Mientras, callejeamos por la ciudad visitando sus
variados y pintorescos mercadillos. Existen notables diferencias con el resto
de países que hemos recorrido; los precios son similares a Zimbabwe, baratos.
Las calles están repletas de gente (Zambia tiene mayor densidad de población),
sus rasgos faciales son más esbeltos; algunas mujeres me llaman especialmente
la atención y les solicito permiso para fotografiarlas, algo parecido me sucede
con los niños. En algunas calles por las que transitamos, la animación es tal,
que deseamos perdemos entre el gentío.
Quiero volver a lo que he
mencionado un poco más arriba, el vuelo en helicóptero dura unos quince
minutos. Nos recreamos de esta maravilla de la naturaleza, volando como los
pájaros, sobre cañones, precipicios, aguas turbulentas, animales; disfrutando
como nunca antes lo habíamos hecho, mientras el arco iris se dibuja sobre el
río Zambeze. Por mucho que lo intente nunca podré expresar ésta vivencia en
toda su magnitud. Después de cenar en el albergue un guiso con pollo, por
cierto excelente, nos vamos a soñar con nuestros recuerdos. Un día difícil de
repetir.
En pocos minutos estamos sentados
en el vehículo que nos traslada a Mukuni, una población cercana a Livingstone.
Estamos ante un nuevo día. Al despertar he tenido una sensación extraña,
confusa, las campanas cercanas de una iglesia (hoy es domingo), me han
trasladado a un pueblo cualquiera de mi país, pero enseguida he tomado
conciencia de la realidad, estoy en Zambia a miles de kilómetros de España. Las
primeras chozas nos avisan que estamos cerca de Mukuni. Los niños nos miran
absortos, hay decenas de ellos, descalzos y harapientos. Un nativo nos ayuda a
recorrer el poblado, se dirige a nosotros en inglés, el idioma oficial (existen
treinta lenguas distintas en este país de más de diez millones de habitantes),
pasamos toda la mañana conociendo sus hogares y formas de vida; algunos de sus
moradores visten sus mejores ropas, es día festivo y asisten a una iglesia
cercana, practican religiones cristianas exportadas de Europa y EE UU. Es muy
fácil provocar una sonrisa entre los niños que nos siguen por docenas; un
globo, un dulce, es motivo suficiente, ya que carecen de todo. Al guía le
entregamos varios dólares, este dinero revierte en la comunidad. Negociamos con
el chofer que nos ha traído para que nos traslade hasta las cataratas. Varias horas después, a la hora de pagarle,
nos pide el doble de lo pactado, mantenemos una dura discusión hasta llegar a
un acuerdo.
Tengo que volver al motivo
principal que nos ha traído hasta aquí, la visita hasta las cataratas. Después
de abonar la correspondiente entrada, nos topamos con una visión general de las
mismas, es alucinante, nos quedamos inmóviles, empezamos a mojarnos, debemos
cubrirnos con un impermeable. Al ser día festivo casi todos los visitantes son
lugareños, muchos visten de forma muy elegante, incluso con traje y corbata o
vestidos tradicionales llenos de color. Invertimos varias horas en recorrerlas,
repitiendo varios puntos donde la visión es total. Nos quedaríamos varias horas
más, pero a las dieciocho horas cierran el recinto; además estamos ya muy
cansados. Ha sido un regalo para cada uno de los sentidos, incluyendo el bosque
húmedo que las rodea habitado por numerosos monos.
A la noche, en el albergue mantenemos una animada discusión con
unos jóvenes israelitas sobre el conflicto que mantienen con los palestinos,
aunque pueda parecer increíble coincidimos en muchas cosas. Se lamentan, pues a
consecuencia de su nacionalidad no pueden visitar algunos países considerados
hostiles por su gobierno. Me reclaman para irnos, debemos hacer varias
gestiones para el regreso a Zimbabwe. Hubiera dado cualquier cosa por quedarme
tumbado en la hamaca al borde de la piscina, leyendo. La mañana ha amanecido
lucida y soleada e invita a desprenderse del cansancio acumulado durante varias
semanas de viaje. No me apetece intercambiar palabra alguna con nadie,
solamente deseo quedarme ensimismado con la lectura y la agradable música de
fondo que proviene de un aparato de radio cercano. Debo añadir que las
instalaciones del albergue, aquí en Livingstone, son buenas, pero la cama en la
que me ha tocado dormir dentro de la habitación compartida es bastante cutre.
Las dos últimas noches las pasé con la espalda hundida entre varios listones de
madera.
En nuestro último paseo por la
ciudad nos dedicamos a hacer trueque; intercambiamos varios objetos personales
como unas gafas de sol, unas botas viejas entre otras cosas de poco valor, por
otros de artesanía africana, de piedra o madera; son unos expertos trabajando
estos materiales. Me reitero en que las mujeres zambianas son especialmente
atractivas; en general son gente amable y simpática que no dudan en sonreír al
pasar cerca de nosotros.
Venimos observando que al glamour que rodea la aventura se apunta
gente de todo pelaje, desde el auténtico y sincero viajero que está cruzando el
continente africano en una moto, sin
billete de vuelta, con pocos posibles. Hasta esos expedicionarios de diseño con
botas de marca y dinero de plástico sin límite. Pero siempre está ese traveller
que frecuenta los backpackers (viajero con mochila que se hospeda en
albergues).
Ya casi al final de nuestro viaje,
las cosas se nos van agotando: los productos de higiene personal, las
baterías, la ropa limpia, aún cuando la
hemos ido lavando de cuando en cuando.
Debido a la gran cantidad de
diferentes monedas con distinto valor y poder adquisitivo (la de cinco países
además del dólar y el euro), hemos tenido que realizar verdaderas operaciones
aritméticas. Según el país y su carestía de vida, así como los días de estancia
en él, debíamos calcular la cantidad de moneda a cambiar para que no nos
quedara apenas dinero a la hora de pasar a otro país; esa moneda sólo tiene
valor en su país y no la aceptan en el otro. En alguno, como Zimbabwe lo
hacíamos en el mercado negro, así conseguíamos un cambio muy favorable, más del
doble que en el banco.
A la noche nos acercamos hasta las orillas del río Zambeze, lo
hemos venido haciendo la gran mayoría de los días allá dónde estuviéramos, con
el objetivo de asistir al ocaso. Esta puesta de sol fue algo distinta: bandadas
de pájaros que provenían de esos árboles típicos africanos (acacias, muy
distintas a las nuestras), o de la tierra suelta y pobre del interior,
enfilaban el horizonte teñido de rojo
por la agonía del sol, el curso del río que se presentaba majestuoso ante
nosotros con sus aguas quietas (todavía faltan algunos kilómetros para
precipitarse en caída libre al vacío en las cataratas); observamos a estas aves
planear sobre la superficie del agua en busca de algún pececillo despistado. La
emoción del momento se mezclaba con la congoja, debemos abandonar pronto
África. También, aparece ese sentimiento contradictorio de nostalgia que te
invade cuando llevas algún tiempo fuera de tu tierra.
Hemos desayunado opíparamente bajo
un típico y robusto tejado de paja que cubre nuestro nuevo albergue en Victoria
Falls. Hoy es un día de transición, con preparativos para la vuelta. Hacemos
algunas compras, mejor dicho, trocamos ropa que no vamos a usar por souvenirs
africanos con unos ciudadanos de Zimbabwe. Es el último día que vamos a pasar
con dos de nuestros compañeros. Ellos van a seguir viaje hacia Bulawayo y
Mozambique. Desayunamos juntos y nos despedimos de ellos.
Nosotros nos trasladamos al
aeropuerto de Victoria para tomar un vuelo a Johannesburgo. Hemos reservado
camas en un albergue de Pretoria, la capital de Sudáfrica a cien kilómetros de
Johannesburgo, queremos evitar esta gran urbe, peligrosa donde las haya. Por
una parte deseaba hacer una visita al populoso y conocido barrio de Soweto,
aquí se fraguó la larga y sangrienta lucha contra el Apartheid; el poder negro
contra el racismo de una minoría blanca; capitaneada desde la prisión por
Nelson Mandela, pero resulta del todo imposible; la falta de tiempo me impide
cumplir con este objetivo.
Quiero hacer algunas precisiones
sobre el país que acabamos de abandonar, Zimbabwe: A consecuencia de los
problemas políticos y económicos; cada día la inflación sube un uno por ciento;
existe escasez de carburantes, por lo que los medios de transporte públicos son
pocos y precarios. Esto nos obligó a cruzar el país hasta Sudáfrica en avión,
encareciendo el viaje. Además, no pudimos disfrutar de este país desde un tren
y durante veinticuatro horas; hubiera sido toda una experiencia. El turismo ha
disminuido bastante, muchas personas que vivían, mejor dicho, subsistían de
este sector han sido desplazadas al paro, a la miseria más absoluta, pero de
esto ya comento algo más arriba. Ello ha tenido consecuencias como el aumento
de la delincuencia, algo que asusta mucho a los turistas.
Enseguida somos testigos de la
eficacia y la organización de Sudáfrica. El avión aterriza con puntualidad
inglesa y apenas salimos al vestíbulo central, nos percatamos de que nos están
esperando para trasladarnos hasta al albergue de Pretoria. Nos resulta bastante
acogedor y además es económico. La mañana aparece fría, no más de 10º C. Con un
plano de Pretoria en la mano nos lanzamos a conocerla, tenemos seis horas para
ello. Ocupamos varias de ellas en callejear, ver tiendas, etc. Las zonas verdes
están muy cuidadas, las calles limpias, este lugar en lo único que se parece a
el resto de África es en que los negros ocupan los trabajos menos cualificados
y los blancos sin embargo habitan lujosos despachos desde donde dirigen la economía
del país. Aunque el poder político está en manos de los ciudadanos de color,
muy pocas cosas han cambiado desde que se enterró el Apartheid.
Quiero hacer algunas
consideraciones sobre África; romper con algunos tópicos e informaciones
erróneas sobre el mal llamado “continente negro”, porque en él también nacen y
viven millones de blancos, que por cierto controlan la mayoría de los resortes
económicos, algo que ya he repetido alguna vez a lo largo del relato. He
intentado respetar los nombres originales de los países, tal como ellos los
escriben, obviando la castellanización de los mismos, lo único que se consigue
con esto es crear confusión, haciéndo dudar a veces de qué país estamos
hablando. Los medios de comunicación occidentales cuando lanzan alguna noticia
sobre esta región del mundo nos dibujan imágenes sobre mujeres harapientas y
niños famélicos, en definitiva: hambruna, sequía, desolación, que no deja de
ser una verdad, la misma, que en África también existe la opulencia, el
consumismo y exceso de agua. Son informaciones sesgadas. No hace mucho podíamos
leer en un periódico español una noticia que empezaba más o menos así, “en
Botswana, ese pequeño país de África...” ¿pequeño? Tenemos que saber que esta
nación es ligeramente mayor que España. Podríamos hacer una lista interminable
de noticias parecidas, alguna de ellas son todo un atentado a la inteligencia.
Sobre las dieciséis horas nos trasladamos al aeropuerto para
regresar a nuestro país. No tengo ninguna duda de que las vivencias extraídas
durante los últimos treinta días van a perdurar durante mucho tiempo en nuestra
memoria.
Llevamos recorridos cerca de cinco
mil kilómetros por tierras africanas y veinticinco mil por aire; sin incidentes
dignos de señalar; sólo en nuestra "casa", ya en Madrid nos llevamos
un par de "sorpresas", nuestras maletas no llegan; y en la estación
de autobuses con destino a Zaragoza debemos esperar cuatro horas. Habíamos
pasado por alto que es quince de agosto (puente incluido), y que nuestros
compatriotas dejan vacías las grandes ciudades, en busca de las superpobladas
playas del litoral, huyendo de los 40º C, los mismos que nos están aplastando
ahora en nuestra ansiosa espera del autobús. Nos encontramos en la última etapa
de un viaje que va a perdurar durante mucho tiempo en nuestras retinas.
En ningún otro lugar del mundo:
Mantis observa el paisaje desde un pequeño montículo, orgulloso, erecto, debajo de él algunos arbustos se agarran a las sueltas y finas arenas del Kalahari. Las acacias se diseminan por la extensa geografía. Este año las lluvias estivales han sido copiosas, y todo se ha llenado de vida, sobretodo en la intensa y rica vida del subsuelo, pero también han erosionado el desierto, llevándose la arena y formando pequeños barrancos. Unas piedras diminutas y brillantes que han quedado al descubierto van a contribuir de forma decisiva a la gran tragedia que persigue desde hace décadas a Mantis y sus hermanos. Todos ellos son bosquimanos, habitan en el Kalahari desde hace decenas de miles de años, una tierra sedienta, y uno de los mayores desiertos del mundo que ocupa casi toda Botswana, es el último refugio de este pueblo. Llevan una idílica existencia, su vida es lánguida y liberada; cazan animales en la superficie y en el subsuelo de las sedientas arenas.
Estos diminutos personajes consideran al elefante una desproporción de la naturaleza, un animal pesado y lento, por eso prefieren observar y estudiar a los más pequeños, por ejemplo los insectos, de hecho los aman, su preferido es la Mantis Religiosa que sobrevivió al Gran Diluvio “navegando” sobre un nenúfar.
En las montañas de Angola nace el Okavango, fruto de los impresionantes aguaceros que allí se forman, esas aguas desembocan en el Kalahari, llenándolo de vida. Algunos años éstas son escasas y no llegan a inundar el Makaritari, un gran lago en el desierto; los ríos debido a los cambios sufridos por la naturaleza dejan de alimentarlo y sus aguas se evaporan, formando un lecho seco y salado, donde los caminos ya desdibujados desaparecen al no transitar por ellos los animales en busca de agua para beber; por lo que los bosquimanos deben realizar grandes caminatas a través de senderos trazados en las arenas del Kalahari en busca de caza. Los animales han emigrado hasta los serpenteantes canales del delta bordeados por sábanas, arboledas y oasis de palmeras, para poder apagar su sed. Huyen de las ardientes arenas.
Las piedras preciosas que mencionaba antes, en nuestro mundo “civilizado”, las llamamos diamantes y por encima de eso no hay nada. Somos verdaderamente capaces de perder la razón por ellas e implantar nuestro orden allá donde aparecen, dispuestos a abalanzarnos sobre la riqueza que encierran, por eso están empujando, persiguiendo a este pueblo; expulsándolo hacia zonas donde no sea un estorbo para la explotación de tan preciado y escaso recurso; para beneficio de unos pocos; alejándolos así de su hábitat natural: el Kalahari. Hace muchos años, los primeros colonos que llegaron a África, ya los expulsaron de los exuberantes bosques hacia el agreste desierto. Las ciudades y pueblos que rodean al mismo son el último eslabón de sus vidas, allí viven sumidos en la marginación, viviendo de las limosnas de los turistas. A veces son exhibidos como si de una especie rara en vías de extinción se tratara, y por desgracia así es. Otras veces caen en la delincuencia, y casi siempre son recluidos en barracones, condenados a llevar una vida sedentaria.
Este pueblo singular, amante de los animales más diminutos, capaces de distinguir a Saturno de entre los millones de estrellas, de las cuales afirman que son cenizas arrojadas al cielo. De la misma forma aseguran que los baobabs son árboles plantados al revés, y que sus ramas parecen sus raíces.
Los habitantes del Kalahari, de pequeña estatura y color amarillento, son sabios, cándidos, dignos. Están llamados a desaparecer, la civilización está penetrando en su último refugio. Los diamantes son para siempre, los bosquimanos no.
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