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 REENCUENTRO EN "EL ARISCO"

 Escribe el relato: Horacio Pintos

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Hacía varios meses que esperábamos realizar este viaje. La hora más aconsejable de salida, el mejor camino, las paradas intermedias, todo estaba previsto. Con todo listo, partimos hacia Goya, segunda ciudad en importancia de la Provincia de Corrientes, con la intención de pescar con distintas técnicas al “Tigre del río”... el majestuoso dorado. Ubicada a las márgenes del riacho que lleva su nombre, distante a 820 kilómetros de Buenos Aires y con una población de 80.000habitantes. Aunque ese no era el destino final.

Allí nos estaría esperando nuestro anfitrión para seguir con la travesía hasta la localidad de Santa Lucía 25 kilómetros al norte.Durante el viaje nos acompañó el infaltable mate amargo y la inconfundible voz del cantautor José Larralde. Él contaba exquisitas historias camperas, mientras nosotros nos encargábamos de arruinarlas tratando de seguirlo. Las risas y las anécdotas se fueron sucediendo, pero nunca pudieron disimular las atentas miradas a cada cartel indicador que revelaba lo que aún debíamos transitar.La primera parada de aprovisionamiento de agua caliente, chocolates y cigarrillos la hicimos antes de ingresar al túnel subfluvial que une las provincias de Santa Fé con Entre Ríos y utilizamos para evitar la Ruta Provincial N° 6 que, desde Gualeguay hasta Rosario del Tala es intransitable.Un par de horas mas tarde ingresábamos a la estación de servicios de La Paz, última posta,y hasta aquí todo como estaba calculado.

EL desembarco Al llegar a Goya, Oscar Macías, ex Director de Turismo de esa Ciudad,( hoy alejado de la política), nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja y un fuerte abrazo, haciéndonos notar que nuestros rostros evidenciaban un viaje bastante agotador.Minutos mas tarde, estábamos a bordo de la vieja pero voluntariosa lancha Dorado V2 motorizada por un potente Yamaha 90 HP para cruzar el Río Paraná hasta la isla “El Arisco” , lugar que utilizamos como campamento base.Al desembarcar “Carlitos Santoro”, guía de la zona, vino a saludarnos y a darnos una mano para bajar los bártulos.La casa de la isla tiene un importante salón comedor, tres habitaciones para cuatro personas cada una, una pequeña cocina a leña y dos baños. El agua caliente y la luz se obtienen por medio de un ruidoso generador ubicado en la parte posterior de la edificación al igual que el horno de barro, donde el fuego anunciaba su cercana puesta en escena.

Este lugar, es habitualmente ocupado por pescadores que contratan sus servicios por U$S 30 diarios la pensión completa. La utilización de lanchas con guia y combustible tienen un costo de U$S 120.- por grupo de tres personas por día.Bajo la sombra de un paraíso , Jaime, el cocinero, cuereaba hábilmente un cordero que luego se transformó en el almuerzo. Mientras tanto, Oscar, nos mostraba orgulloso su plantación de papayas, de cuyo fruto se elabora el dulce de mamón, una variada huerta de legumbres y hortalizas y unas cinco hectáreas de choclos casi listas para cosechar.Al mediodía, la isla parecía el escenario de un congreso multidisciplinario. Habían arribado tres lanchas mas ocupadas por varios personajes que le dieron un colorido bien litoraleño a la tertulia.Padre e hijo, con acordeón y guitarra respectivamente, entonaban la música de la canción del surubí que Oscar cantaba con buen tono.

Entre estrofa y estrofa Carlitos aturdía con un zapucay, grito extenso muy utilizado para reforzar la melodía, que celebrábamos todos. Chamamé, cordero asado, vino tinto y la sobremesa se extendieron por horas hasta bien entrada la madrugada. Uno a uno fuimos ocupando las habitaciones y poco a poco la musicalización, no tan afinada . por cierto, estuvo a cargo de quienes descansábamos en los dormitorios. La acción sigue en el Isoró Al despertar, el aroma venía desde la cocina. En una cacerola de hierro crujían las tortas fritas recién amasadas . De pié, apoyado sobre el marco de la puerta, Oscar supervisaba cada movimiento. La embarcación estaba lista, hasta habían había provisto un balde repleto de carnada viva para la jornada que nos estaba esperando.... -- Tómense un mate que tienen que traer el pescado para la parrilla_ Dijo Oscar.La idea fué intentar la pesca de dorados con mosca y spinning en el Arroyo Isoró .Las únicas dos técnicas permitidas en ese ámbito y con devolución obligatoria. Luego, relevar algunas correderas sobre el Río Paraná y de allí conseguir el encomendado alimento. Navegamos casi una hora río abajo desde la isla y nos internamos en el zigzagueante arroyo de aguas calmas y no muy limpias. La crecida hizo que ingrese mucha agua del Paraná que enturbió todo el delta. No era una buena noticia, pero la confianza en el guía permaneció intacta. Anclamos sobre una costa alta y Carlos sugirió intentar los lances en una pequeña bahía a pocos metros de distancia.Mis compañeros Gastón y Daniel, bajaron con sus equipos de mosca, mientras me quedé observándolos a bordo.

Los streamers de los mosqueros, ( artificiales elaborados con pelo de ciervo y materiales sintéticos muy coloridos que imitan a las presas de nuestros contrincantes, como a las morenas ), empezaron a trabajar y a poco de hacerlo Daniel pinchó el primer ejemplar. Un doradillo de tres kilos y medio que dio dura lucha, fue su exitosa captura. Casi al unísono, la caña de Gastón se arqueaba al máximo y la chicharra del reel sonaba como la mejor de las sinfonías. Un acrobático salto permitió ver la silueta completa de un dorado realmente importante para esta técnica, cerca de seis kilos ...parecía mentira. Miré al guía y al instante emprendimos la marcha y nos alejamos lentamente en busca de otro sitio apto para la pesca con señuelos. Una barranca con una pronunciada saliente hacia el río provocaba un notorio cambio de velocidad. El lugar estaba elegido, posicionó a la embarcación aguas arriba y apagó el motor. De manera tal, que pasásemos arrastrados por la corriente en dicho sector, mientras arrojábamos los” engaños”. Éstos no trabajaban correctamente, por lo que retomó el andar y comenzó a avanzar bien pegado a la costa, copiando sus formas, con los artificiales a larga distancia

.No habíamos recorrido más de 25 metros cuando sentí un fuerte embate. Levanté la caña por sobre mi pecho y traccioné con violencia. La respuesta no se hizo esperar, un gran brinco evidenció lo efectiva que había sido la clavada. Otro dorado de buena calidad se rendía ante su adversario. Varias veces se repitió la mima escena, era hora de pasar a buscar a nuestros colegas y descansar del sol en algún islote.Almorzamos en la vera del Paraná sándwiches de fiambre acompañados por unas refrescantes gaseosas y frutas. La tarde se completó pescando en el medio del cauce bagres, manduvas y bogas con carnada y líneas de fondo.

De regreso, observamos a Oscar, en el muelle de madera de “El Arisco”, los gestos de alegría delataban lo sucedido en la jornada de pesca. Pero él sabía, que lo que nosotros pudiésemos haber capturado, iba a ser en su totalidad devuelto indefectiblemente al agua. Su recado, al fin de cuentas, no tendría efecto. Por eso Ricardo y Sebastián, que además de tocar el acordeón y la guitarra resultaron ser eximios pescadores, se encargaron de la cena sentados pescando desde la orilla de la isla.El fuego en la parrilla ya estaba encendido y Jaime preparaba una gran cantidad de bagres blancos con limón, Oscar reía a carcajadas.

Luego del banquete los comensales se despidieron y el muelle quedó vacío, el guía también partió hacia el pueblo para reabastecer el combustible. Últimas horas en la isla El amanecer nos encontró despiertos. Fue casi imposible conciliar el sueño, el cansancio nos vencía. Habían pasado ya los días de pesca, debíamos regresar a casa, al trabajo, a la ciudad. Hubo momentos en los que pensé en mis hijos, mi esposa, en qué estarían haciendo ¿como habrían pasado esta semana? Inmediatamente volví al río, al mate, a las largas charlas con mi amigo Oscar. Sabía que en pocas horas, todo habría quedado en mi memoria.La voz de Gastón interrumpió mis pensamientos--Horacio ¿estás despierto? Ya son las seis y media—Me incorporé de un salto de la cama y en minutos, estábamos otra vez todos juntos en el comedor compartiendo el desayuno. Había llegado el momento de decir, “bueno gracias por todo, hasta la vuelta”...pero nadie se animaba a dar el puntapié inicial.Decidí echar un último vistazo a la isla mientras me fumaba un cigarrillo.

Casi en la copa de unos árboles un grupo de monos carayá miraban atentos mis movimientos. Tomé mi cámara para registrar esa imagen, me acerqué sigilosamente lo mas posible y uno de ellos, colocó su mano en el trasero, defecó sobre la misma y me lo arrojó como en una señal de alerta y distancia. Gracias al cielo sin puntería.Las risas tronaron detrás de mí, todos vieron lo sucedido. Volví a mirar hacia los atrevidos monos sonreí y me fui con la máquina fotográfica a otra parte.La lancha estaba lista, subimos casi sin mirarnos, un fuerte abrazo y un “Hasta pronto amigo” fue todo. Nos fuimos alejando de “El Arisco” lentamente buscando la otra orilla.El regreso en nada se pareció con el arribo. Ninguno de nosotros quería manejar, era pesado saber que debíamos desandar nada menos que 820 km.--Bueno está bien manejo yo hasta Paraná—dijo Gastón con resignación.Daniel, (el pelado), y yo nos acomodábamos como para descansar un rato.--A no, que alguien haga mate—retrucó Gastón, al verse solo ante el camino.Otra vez dejé el sueño para más tarde y acaté lo reclamado mientras volvíamos escuchando música, esta vez, para no dormirnos. Los kilómetros fueron quedando atrás y el tránsito, los bocinazos y el ruido de las motos que nos pasaban por ambos lados nos mostraban la realidad que no queríamos admitir.
Todo era historia . Habíamos llegado... Ya estábamos de vuelta.


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