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Viajar es despegarte de tu mundo por un tiempo.

 BERLíN, CIUDAD SEXY.

 Escribe el relato: Juan José Maicas Lamana

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CIUDAD SEXY

 

El alcalde de Berlín lo dijo muy claro: “No podemos dejar que nuestra ciudad deje de ser sexy”. Esta urbe irradia energía. Cuenta con tres millones y medio de personas de cien nacionalidades distintas; en ella viven trescientos mil gays y lesbianas, muchos parados crónicos, artistas subvencionados y contestatarios aburguesados. Los berlineses son famosos por quejarse de todo, pero sólo es una fachada para un agudo sentido del humor.

Un frío paralelo al de Zaragoza me espera en esta hermosa ciudad. Mi hotel, algo lejano, se encuentra cerca de un aeropuerto que está llamado a desaparecer, pues se sitúa dentro del casco urbano. En una primera visión a través de los cristales de mi autobús, conozco la histórica puerta de Brandeburgo y el Reichtasg, sede del parlamento alemán. Me dirijo al museo de Pérgamo, hasta aquí se trasladaron los restos arqueológicos encontrados por los alemanes en muchas partes del mundo, la misma rapiña de otros países occidentales. Desde luego…,  tiene un gran interés.

Después de cenar medio metro de salchicha y una cerveza (todo un clásico) en  Alexanderplatz, me introduzco en el U-Bahn (metro), al sentarme en una butaca, ésta se dobla y voy  a parar al suelo, todo un espectáculo… La orientación es más complicada de lo que parece: el metro, el bus, el tranvía… sus indicaciones en alemán lo dificulta todo. Debo preguntar constantemente a los viandantes; en algunas ocasiones me acompañan hasta el mismo andén donde debo tomar el siguiente metro, y eso significa desviar a mi informante de su camino original.

 La piel de Berlín está llena de cicatrices en forma de canales navegables por los que circulan todo tipo de barcos. Esto también contribuye a la humedad del ambiente, sobretodo si el día aparece lluvioso como hoy. El agua va acompañada de ráfagas de viento que en algún momento alcanzan velocidades de vértigo; mi escuálido paraguas de fabricación vietnamita no resiste los embates y acaba rendido en una muerte súbita.

La vanguardista cúpula de vidrio del Reichstag es todo un símbolo para Berlín. Me recibe casi vacía, es todavía temprano y el clima enemigo ha dejado a los turistas en sus confortables hoteles. Una larga caminata a lo largo de un canal termina en el palacio de Charlottenburg, antiguo y lujoso hogar de los reyes prusianos.

La tarjeta de transporte público, con una duración para tres días, la estoy exprimiendo al máximo. Al fin alcanzo la Postdamer Platz, aquí se encuentra lo nuevo, lo más moderno, la arquitectura atrevida representada en una bóveda laica de cristal y hierro. Atardece, y el perfil de los edificios se dibuja perfecto sobre el cielo. La iluminación y los adornos, presentes en cada rincón, nos avisan de la cercana y consumista Navidad.

Una hora de descanso y un reparador té reconfortan mis cansados pies. Consigo caminar varios kilómetros hasta la puerta de Brandeburgo, cerca de la antigua línea divisoria que tomaba la forma de un muro de hormigón, pintado de coloristas graffitis, separaba a Alemania. Mi sentido de orientación vuelve a fracasar, y necesito interrogar a varios estresados viandantes para poder llegar a mi hotel. Los vuelos rasantes de los aviones, entorpecen mi sueño. Berlín está respondiendo a mis expectativas, y por supuesto, los ciudadanos berlineses.

Me hago una estúpida pregunta: ¿Es posible que el defenestrado Muro de Berlín dé tanto de sí, como para que cada visitante se lleve una pequeña piedra?, (parece que esto es así). Por cierto pagada a precio de oro. Nunca lo sabré, creo… Pero desde aquí hago votos para que el dinero obtenido por la venta de esta pared de hormigón armado no se emplee para levantar otra frontera, aunque sea imaginaria; más bien se invierta en la integración de todos los pueblos.

La conciencia ecológica de los alemanes es muy alta. No hay calle en Berlín sin carril bici, ni establecimiento comercial sin un aparca bicis. Además te la puedes subir contigo en el metro. Han declarado la guerra a las bolsas de plástico, para  realizar las compras utilizan bolsas de tela u otros materiales no contaminantes.

 Es mi tercer día en la ciudad y decido perderme por ella, sin rumbo. Pero no debe faltar mi visita al barrio de Mitte, donde los alternativos, los ocupas y los antisistema han echado raíces. El corazón de todo este mundo está en Tacheles, varios bloques de edificios ocupados donde realizan todo tipo de actividades sociales, artísticas. ¡Qué diferente!, la espontaneidad y el desenfado reinan. Los grafittis decoran las fachadas, escaleras y habitaciones. La oferta  de conciertos sobre música independiente y electrónica es desmedida. Después de esta experiencia, vendrá el barrio judío… luego el turco…, bastante desintegrados y contaminados por la globalización.

Mis piernas ya no me obedecen por lo que decido sentarme a tomar una cerveza. Un coqueto bar con una decoración atractiva, distinta, me llama la atención, no lo dudo y entro; como no podía ser de otra manera después de lo dicho anteriormente, resulta ser un bar gay. Sobre una mesa alumbrada por una vela, estoy escribiendo estas líneas.

Durante estos días he recorrido decenas de kilómetros por las entrañas de Berlín, montado en veloces vagones de chapa. Soy un gran observador, y he conocido comportamientos y actos cotidianos de este pueblo. He aprendido y comparado: ya no somos tan diferentes…

Es sábado por la noche, y las calles se llenan de “chicas picantes” y lánguidos muchachos. EL ambiente nocturno berlinés no debe envidiar a ningún otro. Hace unos días, soñaba que en una hipotética reencarnación me gustaría convertirme en un músico callejero; pero lo estoy pensando mejor… se ven muchas caras tristes y miradas apagadas en las bocas del metro. Me meto en la cama con “La Insoportable Levedad del Ser” de Kundera.

Callejeo, tomo un autobús, un tranvía, camino, pregunto; una de las veces me responde una vallisoletana que lleva casi toda la vida en Berlín, me acompaña durante una buena parte de mi camino, ya no desprende nostalgia. Sin buscarlo del todo me aparezco en un barrio turco; se sabe que esta comunidad es muy numerosa en toda Alemania. Decido comer en uno de sus restaurantes. Es domingo y las calles están vacías, los árboles desnudos, el pavimento húmedo. Berlín… sé de un lugar…


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